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“El rico se ríe del bufón, y el bufón se ríe del rico, porque hace caso de los que lisonjea”

 

Francisco Quevedo

 

Debo comenzar admitiendo que desde mi casa tuve la oportunidad de disfrutar de tu trabajo como humorista en televisión. Estando muy pequeño cuando nos congregamos en esa suerte de hipnosis que genera la tv para ver los “skech” de humor con Emilio Lovera, Cesar “nené” Quintana, Juan Ernesto López, usted y tantos otros.

 

Entre las carcajadas los adultos nos regañaban por ver muy de cerca el pequeño televisor panasonic el cual todos rodeábamos cual tótem en la sala de la casa. “¡te vas a quedar ciego!” era la exclamación de costumbre, curioso es que nunca conocí a alguien que quedará invidente viendo tv, bobos unos cuantos, pero ciegos nunca.

 

Para proseguir la confesión debo señalar que en aquel entonces no entendía aquellas frases cargadas de sarcasmo político y crítica social. Fue solo hasta mi tránsito por la llamada “educación media” (media mala) cuando yo empezaba a comprender sus mofas a Rafael Caldera, su genial interpretación de José Félix Ribas y aquel agudo sentido del humor. Mientras más conocía la historia más humor desentrañaba de tu trabajo.

 

Ya en cuarto año cuando daba mis primeros pasos en la militancia política dentro movimiento chavista, durante una actividad de protesta por el servicio del comedor me encontré en una de esas oficinas administrativas de la OBE un pequeño cuadro que decía “Y por último, creo en la dicha que florece a la sombra de las horas azules del reloj” y busqué de donde venía esa frase hasta que me tope con el Credo a la UCV y me entere que fue escrito por ti.

 

Debo decir que conocí la UCV dos veces. La primera vez de la mano de una infinidad de relatos de jóvenes de izquierda que durante difíciles momentos para el país se sublevan con heroísmo contra las cúpulas de poder. Aquellos jóvenes de legendaria oratoria, pluma brillante y valentía épica habían dejado huella indeleble en la historia del país. Los relatos de cómo fueron asesinados, torturados, perseguidos y encarcelados me llenaba (y aún lo hace) de mucha indignación. Durante esos días conocí Tierra de Nadie, el Aula Magna, la Plaza Cubierta, la historia de José María Bianco “rector de la dignidad” (donde ese dicho de “de tal palo tal astilla” no aplica), el Orfeón Universitario, el Pastor de Nubes y pare usted de contar.

 

Me enamoré de esa primera UCV. Cuando entré a estudiar sociología (sí, eso se estudia), conocí la UCV por segunda vez y sufrí mi primera historia de despecho. Me encontré profesores y profesoras universitarias que eran defensores a ultranza del libre mercado, que decían que el ingreso de los sectores populares a la UCV deterioraba la calidad educativa, que los obreros y obreras de la universidad no tenían derecho a votar en las elecciones a rector, junto a un profundo sentimiento de desprecio al proceso popular que encabezaba Chávez y lo más impactante de todo: estudiantes que compartían este desprecio aristócrata.

 

Como el chiste del marido que encuentra a su mujer siéndole infiel en el sofá y decide botar el sofá para solucionar el problema yo le busqué una justificación a aquella realidad que me atormentaba. Me hice la ilusión de que había periodistas, humoristas, profesores universitarios, abogados, que eran profundamente independientes y que tenían una férrea convicción anti-poder, no importa de qué signo fuera el gobierno estos intelectuales estarían ahí para cuestionarlos. No obstante, la realidad dio al traste con mi ilusión. Al poco tiempo vi anonadado a esos intelectuales furibundos en marchas porque le habían quitado la concesión a un canal privado de tv (¿te acuerdas de los bobos que te comenté? Allí pude darme cuenta que era a otro poder a los que se debían estos señores. Era Marcel Granier, Eladio Lárez, Nelson Mezerhane, los reyezuelos que dirigen a estos arlequines. Desde ese momento mi amor por la primera UCV crecido infinitamente y de manera proporcional creció mi rechazo por quienes la habían secuestrado arrodillados a los argumentos del dinero.

 

En una carta escrita recientemente donde yo soy uno de los destinatarios tu me decías que “A diferencia de otras sociedades que nunca han conocido la democracia, nosotros, con todas las deficiencias que tuvo, la conocimos” ¿de cual democracia me hablas, Laureano? ¿Aquella “representativa” en la que cayeron decenas de jóvenes en la puerta tamanaco? ¿aquella democracia que pobló de placas la UCV en honor a estudiantes y profesores asesinados? ¿qué es una deficiencia para ti, Laureano? ¿la operación canguro que allanó nuestra universidad? ¿la tortura? ¿es a la democracia del reclutamiento al servicio militar forzoso y la Ley de Vagos y Maleantes a la que tú nos convocas?

 

La línea entre un humorista y un bufón es sumamente delgada. Existen buenos humoristas y malos humoristas no importa cual sea su signo político. Los malos humoristas al no ser prósperos en su oficio recurren a los sub-oficios de bufón de corte o payaso de circo, es lógico que lo hagan. Sin embargo, resulta sumamente triste cuando un buen humorista al sufrir el “desabastecimiento de ideas” del que tu me hablas en la carta, se venda como bufón a los reyezuelos de las cúpulas económicas del país. Es una pena que tomaras esa decisión. Yo por mi parte votaré orgullosamente el 6 de diciembre en la circunscripción 2° del municipio Libertador por la madre de un joven asesinado a manos de la componenda para la que tu trabajas.

 

A la espera de que aparezcan como por arte de magia aquellos hermanos Nazoa y aquel Leoncio Martínez para que vuelva el sarcasmo inteligente, la seriedad del buen chiste político y la risa desenfadada de las ideas honestas e independientes. Sin más a que hacer referencia me despido hasta la próxima Laureano.

 

Por: Damian Alifa 

 

(Aporrea)