María Corina Machado ha acudido al Senado brasileño para explicar su estrategia política: «Vamos a apelar a todos los gobiernos para que le hagan entender a Maduro, que por su bien, tiene que permitir unas elecciones competitivas».

La «comunidad internacional» vuelve a ser el foco de la lideresa venezolana, tal como en su momento lo fue para Juan Guaidó.

En su exposición, Machado reconoció que está inhabilitada y dejó en manos de la presión interna y externa la posibilidad de su participación real en los comicios presidenciales que se llevarán a cabo en 2024.

A pesar que la estrategia planteada, soportada sobre la presión internacional, es muy similar a la utilizada por la oposición durante la fallida autoproclamación de Guaidó, Machado ha decidido higienizar su discurso, limar su narrativa insurreccional y rupturista para poder potabilizarse ante el nuevo panorama mundial en el que América Latina ha dado un giro hacia la izquierda; en Washington ya no gobierna el trumpismo y el propio Brasil cuenta con un aliado del presidente venezolano Nicolás Maduro, el mandatario Luiz Inácio Lula da Silva.

Los tiempos no son los mismos, y el discurso de Machado, tampoco.

Con este nuevo escenario internacional, Machado aseguró descartar, de su repertorio discursivo, todos los llamados de guerra que ha divulgado durante su carrera política, especialmente en los últimos años, en los que la líder conservadora pidió de manera franca la intervención militar en Venezuela y la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) como modo único de resolver la crisis venezolana.

En esta ocasión, pidió el consenso de todos los senadores presentes para efectuar un pronunciamiento conjunto entre los diferentes grupos parlamentarios. En un esfuerzo por ganarse a la bancada izquierdista de la Cámara, prefirió posicionarse como una activista de los derechos humanos y criticó al gobierno venezolano sin caer en sus habituales epítetos. No se atrevió a llamar «dictador» a Maduro, ni lo acusó de pertenecer a mafias o al narcotráfico, algo que era habitual en su relato. Por el contrario, ahora reconoce al chavismo como movimiento político, cuando antes solo lo mencionaba de forma patológica o criminalizante.

Pidió al Senado hacer valer el derecho de los venezolanos en las primarias, y para que acompañen el voto de los «9.000 venezolanos inscritos para votar en Brasil». También invitó a los senadores a hacerse presentes en Venezuela el 22 de octubre, fecha de las internas opositoras.

En su alocución, Machado, una mujer que se supone «de hierro», no solo suaviza su discurso sino que muestra debilidad para explicar cómo podrá hacer posible lo que ya Guaidó intentó sin éxito, especialmente ante este foro que aún guarda, con memoria fresca, el recordado ridículo episodio en el que el gobierno brasileño, y decenas de otros países, reconocieron un presidente que no tenía ni gobierno ni mando, y que terminó, sin resistencia, alojado en EEUU.

Cambio de discurso

Machado habló de «renovación» y «unificación» en la oposición, y trató de convertirse en la vocera de las primarias. Muy probablemente el resto de los precandidatos no tengan la oportunidad ni las puertas abiertas en este tipo de espacios, por lo cual, trata de convertir el proceso de primarias en un sinónimo de su proyecto político, que según repite en su precampaña, es «hasta el final», recordando nuevamente a Guaidó, cuya experiencia murió de mengua más que de choque frontal, a pesar de su elevada apuesta a una intervención internacional.

Guaidó, ya establecido en Miami, reconoce su «ingenuidad» para afrontar a Maduro, una ingenuidad que podría ser extrapolable al discurso de Machado.

Comparar su discurso actual con el que Machado enunciaba entre 2019 y 2022, hace pensar en su debilidad de no poder explicar cómo ha pasado, en poco tiempo, de desconocer las instituciones presidenciales, parlamentarias y electorales al momento actual en el que pide al propio «régimen» venezolano que la habilite como candidata, algo que, desde su propio relato de desconocimiento al presidente, se definía entonces como «ingenuidad», y por ende llamaba a la abstención, golpes militares e invasiones extranjeras.

En una entrevista reciente a la cadena colombiana Caracol, Guaidó, ya establecido en Miami, reconoce su «ingenuidad» para afrontar a Maduro, una ingenuidad que podría ser extrapolable al discurso de Machado, quien no termina de explicar por qué ahora, y no en las presidenciales de 2018 en las que llamó a la abstención, sí debe utilizarse el camino electoral si no se ha cumplido con ninguno de los viejos mantras opositores que ella defendía: «cese de la usurpación y gobierno de transición» como condición ‘sine qua non’ para realizar «elecciones libres».

La comunidad internacional como experimento

Machado vuelve a plantear en el Senado de Brasil el relato, según el cual, «la comunidad internacional» termina siendo una especie de «árbitro» o factor de coacción que debe llevar al gobierno del presidente Maduro a tomar decisiones bajo presión, pero no da señales de por qué esto si podría ser exitoso en esta ocasión, por lo que resulta lógico para cualquiera pensar que se está frente a un nuevo «experimento Guaidó».

La realidad ha cambiado y el discurso también, pero la estrategia sigue siendo la misma: ¿llegará hasta el final?, ¿terminará autoproclamándose presidenta?, ¿será reconocida por la comunidad internacional?

Quedan pocas semanas para responder estas incógnitas en tanto las primarias opositoras están pautadas para dentro de poco más de un mes. Hasta ese momento sabremos dónde queda el final. 

(RT)