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Las manos juntas

hacen bronces con la lluvia.

 

Tú y tus manos

reventaron aguaceros.

 

Ahora que no llueve

se agita el foso de los idos nuestros

y está pendiente desempolvar el encuentro

con los que quedan.

 

Viajamos aturdidos a la ciudad

eternamente ajena

entre el madrugue del río

y la reveronidad de las tortugas.

 

Proseguimos oyéndote

más allá de la suma

de todos los que hablan.

 

No heredaste los ojos acostumbrados

de las Carlotas, los Michelena,

ni las barbas añejas de los que aguantan demasiado.

 

Apenas te nombramos

solo probamos los licores dulces.

 

Amanecimos con la playa tibia

y sin cangrejos

reventándonos tú

—sin creérnoslo todavía—

a lo Caballo de Hierro,

a lo azabache con cuerdas.

 

A la viva presencia de Hugo Chávez

 

Por Karelyn Buenaño

 

(LaIguana.TV)

 

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