Para calibrar en toda su depravada magnitud la perversidad, el cinismo, la hipocresía, el descaro, la desfachatez, la desvergüenza, la sorna, la falsedad (se agotan los sinónimos y resultan insuficientes) de la élite de Estados Unidos cuando usa el apellido de Simón Bolívar en una de sus leyes arbitrarias y extraterritoriales, hay que leer o releer el libro Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialismo, obra del historiador, periodista, diplomático y docente cubano Francisco Pividal Padrón, un estudioso impenitente del Libertador.
En este libro, que se consigue en internet, en su edición de El perro y la rana, queda clarísimo, con irrefutable documentación histórica, que Bolívar siempre dudó de Estados Unidos; ejecutó acciones de gobierno muy firmes respecto a esa nación; advirtió sobre sus afanes hegemónicos y luchó por adelantar un proceso de unión de lo que luego se conocería como Latinoamérica o Nuestra América, al margen del poderoso, terrófago y supremacista vecino del norte.
También es más que evidente en esa obra que la plutocracia estadounidense siempre detestó, ha detestado y detesta a Bolívar, de modo que sólo pueden pronunciar su nombre con malas intenciones y con el propósito de menoscabar su gigantesco legado.
Para quienes no han leído esa investigación —y como estímulo para que lo hagan—, presentaré un resumen en este artículo.
“La clase económicamente dominante ha querido perpetuar al Bolívar mantuano y silenciar al Bolívar revolucionario, al que legisló sobre el derecho a la explotación del subsuelo solo por el Estado, entre otras luchas. Hay que arrebatarle a la burguesía y sus aliados naturales (el imperialismo y la reacción), el Bolívar guerrero sin contenido social, simbolizado en la frialdad estatuaria del mármol o del bronce, para entregarle al pueblo de Venezuela el Bolívar revolucionario que todos llevan en el corazón, aquel que consagró el Congreso de Panamá para defender las masas empobrecidas de Nuestra América frente a las pretensiones expansionistas y hegemónicas del monroísmo y del panamericanismo”, advierte el historiador en el prefacio de su libro.
Pividal (Matanzas, 1916- La Habana, 1997), fue embajador de Cuba en Venezuela luego del ascenso al poder del comandante Fidel Castro, antes de que el anticomunismo frenético de Rómulo Betancourt y el comienzo de la lucha armada en Venezuela causaran el distanciamiento de ambos gobiernos.
La falsa neutralidad de EEUU
Uno de los puntos que Pividal trabaja en su libro es el de la actitud hipócrita de Washington respecto a la guerra de Independencia de las colonias españolas de América. Los presidentes y secretarios de Estado se cobijaron en una supuesta neutralidad para apoyar, en términos objetivos, a España en su lucha contra la emancipación.
Bolívar, de acuerdo a lo que muestra el libro, en todo momento tuvo conciencia de lo que significaba esa fingida imparcialidad.
“Bolívar siempre sintió profundo desagrado frente a lo que llamó ‘política aritmética’, es decir, calculadora y fría por parte de la Unión Americana en cuanto a desentenderse de la gran lucha emancipadora que llevaban a cabo sus vecinos del Sur —expone Pividal—. El 25 de mayo de 1820, Bolívar comunica a José Tomás Revenga, su secretario general y, más tarde, ministro de Relaciones Exteriores y ministro de Hacienda: ‘Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses. El secreto del Presidente [de los Estados Unidos] es admirable. Es un chisme contra los ingleses que lo reviste con los velos del misterio para hacernos valer como servicio lo que en efecto fue un buscapié para la España; no ignorando los norteamericanos que con respecto a ellos los intereses de Inglaterra y España están ligados. No nos dejemos alucinar con apariencias vanas; sepamos bien lo que debemos hacer y lo que debemos parecer’”.
El historiador cubano, quien fue profesor de educación media en Maracay durante varios años antes de ocupar el referido cargo diplomático, no tuvo nunca dudas de lo mucho que recelaba Bolívar del naciente imperio estadounidense:
“Desde 1815 (Carta de Jamaica), hasta 1830, año de su muerte, Bolívar no deja de formular severas críticas a los Estados Unidos de Norteamérica por su política de ‘simples espectadores’, de fingida neutralidad o de cálculo aritmético frente al esfuerzo que llevan a cabo los pueblos de Hispanoamérica en su afán por liberarse del yugo español. A veces, califica a esos norteamericanos de ‘egoístas’, ‘canallas’, ‘los peores’ y ‘capaces de vender a Colombia por un real’; otras, considera a los Estados Unidos como nación ‘belicosa y capaz de todo’, sin olvidar el destino que les pronostica: ‘plagar la América de miseria en nombre de la libertad’. En todo momento, distingue una América, la que es nuestra, de la que no lo es, basándose, para diferenciarlas, en que no tienen comunidad de origen ni de lengua ni de costumbres, así como de que carecen de ‘identidad de causa, principios e intereses’”.
El peligroso Bolívar que veían en EEUU
¿Por qué las cúpulas estadounidenses identificaron tempranamente a Bolívar como un enemigo que debía ser neutralizado y eliminado? Sigamos leyendo a Pividal:
“Bolívar fue el primero en comprender que el desarrollo de los Estados Unidos los conduciría a proyectarse sobre todo el continente y, por tanto, era indispensable crear una fuerza que contrarrestara esa proyección, al unir en un haz de pueblos libres a aquellos cuyos intereses históricos, sociales y económicos fueran verdaderamente comunes —afirma—. La tendencia expansionista y hegemónica de los Estados Unidos habría de encontrar su contrapartida en el ideal bolivariano. Dos concepciones tendrían que enfrentarse en el terreno ideológico y político. El clímax de la contradicción escenificaría su cuadro final en el istmo de Panamá con motivo del Congreso Anfictiónico”.
Enfrentado en el discurso y en los hechos
Ya Estados Unidos venía acumulando disgustos con el Libertador desde la segunda década del siglo XIX, cuando el Ejército patriota detectó el tráfico de armas destinadas a las fuerzas españolas en la región sur. Fueron detenidas dos embarcaciones de bandera estadounidense que habían ingresado al Orinoco con ese propósito. Washington, a través de su agente John Baptist Irvine, exigió su devolución mediante cartas dirigidas al Libertador.
Bolívar respondió al representante de Estados Unidos el 29 de julio de 1818, diciendo que los estadounidenses olvidaban “lo que se debe a la fraternidad y a los principios liberales” y habían intentado y ejecutado burlar el bloqueo patriota de las costas “para dar armas a unos verdugos y para alimentar a unos tigres que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana”.
Las contundentes expresiones del Libertador tienen una actualidad palmaria, dos siglos más tarde.
“Pretender, pues, que las leyes sean aplicables a nosotros, y que pertenezcan a nuestros enemigos las prácticas abusivas, no es ciertamente justo, ni es la pretensión de un verdadero neutral, es, sí, condenarnos a las más destructivas ventajas —puntualiza Bolívar—. ¿No sería muy sensible que las leyes las practicase el débil y los abusos los practicase el fuerte? Tal sería nuestro destino si nosotros solo respetásemos los principios y nuestros enemigos nos destruyesen violándolos”.
Al no conseguir que Bolívar se doblegara, Irvine se adentró en un terreno en el que luego Estados Unidos se haría experto: la coacción. Así lo relata Pividal:
“Las discusiones acerca de la devolución o indemnización de los barcos confiscados se dieron por concluidas, cuando Bolívar, dialéctico de primer orden, ofreció someter el caso al arbitraje internacional. Mr. Irvine desatendió el ofrecimiento y pasó a la amenaza, haciendo valer el poderío de su nación. El 7 de octubre le respondió Bolívar: … ‘protesto a usted que no permitiré que se ultraje ni desprecie el Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende’”.
Contradicción acelerada por Panamá
La élite estadounidense declaró a Bolívar como su enemigo mortal debido a su vocación unionista. Simplemente, el proyecto imperial de esa nación, que tenía como primer escenario al resto del continente, no podía tolerar que los países que estaban pugnando por su independencia se unieran y formaran un polo capaz de disputarle la hegemonía.
Esta inquina contra Bolívar ha continuado luego ante cualquier liderazgo latinoamericano o caribeño que intente replantear las ideas de integración. Pividal, quien fue partícipe de la experiencia de la Revolución Cubana, pero no alcanzó a vivir los tiempos de la Bolivariana, lo dijo con estas palabras: “El imperialismo norteamericano está consciente de que la unidad de la América Latina y el Caribe cierra sus posibilidades hegemónicas en el continente en la misma medida en que la desintegración favorece. Para alimentar esta última no se detienen ante algo ni ante nadie. Lo mismo les da el crimen político que el asesinato en masa, el fascismo, el soborno, el chantaje, la corrupción y la droga”.
La guerra contra la iniciativa de Bolívar de convocar el Congreso Anfictiónico de Panamá fue despiadada. La diplomacia estadounidense utilizó todos sus ardides y zancadillas para tratar de abortarla. Para ello tuvieron —otro aspecto que no cambia— la complicidad de las oligarquías de las antiguas colonias españolas, incluyendo allí a algunos próceres de la Independencia que habían alcanzado altos rangos militares, importantes cargos políticos y se habían hecho propietarios de grandes extensiones de tierra.
No por casualidad, uno de los personajes históricos que más ayudó a boicotear la convocatoria del Congreso de Panamá fue el colombiano Francisco de Paula Santander, quien en sus cartas con Bolívar no oculta nunca su admiración y deseo de subordinación a Estados Unidos. Las respuestas de Bolívar son contundentes, tal como lo reseña el autor cubano.
“Cuatro años después de que el gobierno de los Estados Unidos había reconocido a la Gran Colombia, los barcos norteamericanos seguían introduciendo contrabando de armas a favor de España. Refiriéndose a este episodio, Bolívar escribió a Santander, el 13 de junio de 1826: ‘Y así, yo recomiendo a usted que haga tener la mayor vigilancia sobre estos americanos que frecuentan las costas: son capaces de vender a Colombia por un real’”.
Bolívar siempre fue más allá de las palabras y tomó medidas que enfadaron mucho a los jefes del norte. En algunos casos, lo hizo desautorizando a los pitiyanquis del momento.
“El naviero norteamericano John B. Elbers obtuvo del Consejo de Ministros de Bogotá el monopolio, por 21 años, de la navegación por el río Magdalena —reseña Pividal—. Bolívar, desde Guayaquil, donde había fundado la primera Escuela Náutica de la Gran Colombia, revocó la concesión. Sobre este su firme proceder escribió: ‘He obrado y obraré siempre con la mayor dignidad: y más aún con los americanos’”.
En vista de que no podían controlar a Bolívar, los jerarcas estadounidenses optaron por autoinvitarse a Panamá y establecer una narrativa según la cual, una vez firmados los tratados de unión, los países latinoamericanos se pondrían bajo la égida de Washington. “El Departamento envió urgentemente sendas instrucciones a sus agentes diplomáticos en Hispanoamérica para que impidieran la constitución del Cuerpo Anfictiónico o Asamblea de Plenipotenciarios, cuyo parto se aproximaba ineluctablemente. El 15 de noviembre de 1822, John B. Prevost, agente especial de los Estados Unidos ante los gobiernos de Chile, Perú y Buenos Aires, informó a su cancillería en Washington acerca de los tratados de alianza, firmados por el Perú y Chile con Colombia. Con la prepotencia de siempre agregaba que: ‘…se tiene la intención de invitar a la representación de los Estados Unidos tan pronto como los tratados sean ratificados para que presida una reunión que tratará de asimilar la política del Sur a la del Norte’. Ya desde entonces, hablando de su ‘rebaño latinoamericano’ se atribuían una presidencia que nadie oficialmente les había propuesto”, prosigue el relato histórico de Pividal.
Pero si de expresiones despectivas se trata, el autor encontró la siguiente, en comunicación del 27 de mayo de 1823, impartida a Richard C. Anderson, ministro de los Estados Unidos en Bogotá: “Durante algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los propósitos flotantes e indigestos de esa Gran Confederación Americana”.
“Las infamias lanzadas contra Bolívar por los Estados Unidos e Inglaterra, a través de sus agentes diplomáticos o consulares acreditados en las repúblicas hispanoamericanas, toman fuerza tan pronto se dan a conocer los primeros intentos para la celebración del Congreso de Panamá, se incrementan a partir del fracaso de este, y acaban proponiéndose la desintegración de la Gran Colombia y la desaparición de la persona del Libertador”, expone Pividal.
La mano estadounidense estuvo presente en las campañas contra Bolívar que se desataron con toda su fuerza en los últimos años de su vida y, luego de su muerte, a lo largo de varias décadas. Lo estigmatizaron como un dictador sanguinario con excesivas ambiciones de poder y, trabajando con el respaldo y la obediencia de los nuevos gobernantes, destruyeron no solamente su sueño de la Anfictionía, sino también el de Colombia la grande, integrada por Venezuela, Ecuador, Colombia y Panamá.
A la vuelta de unos años, Estados Unidos había logrado su propósito de borrar las ideas unionistas del sur que había impulsado Bolívar. También empezaron a promover una nueva imagen del Libertador, haciéndolo parte del panamericanismo, que fue y sigue siendo, la versión edulcorada de la Doctrina Monroe, que postulaba la premisa de “América para los americanos”, entendiendo “los americanos” como los estadounidenses.
Hoy, ya cerca de cumplirse dos siglos del fallido intento del Congreso Anfictiónico de Panamá, la pandilla dominante de Estados Unidos vuelve a usar el nombre del Libertador para desarrollar sus políticas injerencistas, contrarias a la independencia, la soberanía y la dignidad de Venezuela. Usan el nombre de Bolívar para una ley antibolivariana. ¡Qué desfachatez!
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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