En mis intercambios de saludos de fin de año, casi todos virtuales, como se estila en esta época, varias personas me preguntaron —así como quien habla de esto y de aquello— ¿qué va a pasar el 10 de enero?
En algunos casos, la pregunta me hizo gracia; en otros, me fastidió o me cortó la nota navideña. Es decir, me trajo una variedad de sentimientos y emociones muy acordes con la montaña rusa anímica propia de los fines de año. Luego he entendido que la actitud inquisitiva de mis amigos y amigas tiene mucha lógica. Si uno es aficionado a los caballos, va pasando cerca del hipódromo y se encuentra con un comentarista o un locutor hípico, es comprensible que les pregunte a qué ejemplares apostar en las carreras del domingo, pues cabe suponer que esos señores están muy bien dateados.
Así, pues, si alguien ve a un periodista que se pasa el año entrevistando a personas, personalidades y personajes (y, de vez en cuando, a algún personajillo) de la política y, además, escribe semanalmente sus propias opiniones acerca de la perenne lucha por el poder, ¿qué de raro tiene que ese alguien se diga mentalmente: “¡Eureka, este es el tipo que me va a decir lo que va a pasar el 10!”?
En fin, no hagamos tan larga la introducción porque el objetivo de esta, mi primera reflexión pública de 2025, es decirles que no sé. Lo lamento.
Tal vez los lectores piensen que trato de marearlos, pero lo que sí haré es aprovechar la temática para reflexionar sobre el gran problema del pronóstico en política (y sospecho que en todas las demás áreas de la vida), que es el siguiente: muchas veces no lo definimos bien y lo confundimos o lo entremezclamos con otras cosas, siendo la principal de ellas nuestras propias aspiraciones, ambiciones y anhelos. Surge así el pronóstico-deseo.
También es muy común, sobre todo en los tiempos actuales de medios, plataformas, aplicaciones y redes sociales ubicuas, que los factores de poder monten pseudoacontecimientos, lo que les facilita hacer pronósticos acertados aunque a la vez falsos. ¿Me explico? Bueno, tal vez no, porque es una paradoja.
En todo caso, lo que me parece fundamental es tener conciencia de que estamos en un festival de pronósticos-deseo, atizados por pseudoacontecimientos varios, y ese clima enrarecido y distorsionado marca el ritmo del momento que se aproxima en el joven calendario de 2025.
Sobre pronósticos-deseo
Vamos primero con los pronósticos-deseo, que tienen el atributo de propagarse de manera silvestre e insidiosa, como la verdolaga, porque puede dispararlos o ampliarlos cualquier individuo, desde los más inteligentes e ilustrados, hasta los más tarugos e ignorantes.
No se necesita ninguna gran infraestructura mediática para ponerlos a correr o volverlos virales, como se dice ahora. Antes sólo se requería habilidad (y tiempo libre) para el chisme del tipo radiobemba; ahora basta con tener una cuenta de Facebook, X, Instagram, TikTok o lo que sea.
El mecanismo del pronóstico-deseo es más o menos así: usted desea algo y se convence de que ese algo le va a llegar en un plazo equis, por gracia de Dios, porque el universo conspira o porque el reflujo de las fuerzas productivas así lo determina, dependiendo de si es religioso, new age o marxista-leninista. Como respaldo a su propia creencia, recibe el refuerzo de otros que creen lo mismo y, a la vez, usted les sirve a ellos de refuerzo. ¡Perfecto!: tenemos un vaticinio poderoso [que casi siempre termina en desengaño, pero ese es otro tema].
Lo más característico de los pronósticos-deseo es que llegan a estar blindados contra cualquier refutación, incluso cuando los argumentos en contra de la predicción tengan tremendos anclajes en la realidad.
Trate usted de “desconvencer” a alguien de uno de estos sueños con forma de augurio y lo más seguro es que lo verá atrincherarse en él, cual morrocoy en su carapacho. Es comprensible porque usted no estará, en rigor, cuestionando su pronóstico, sino su deseo. Palabras mayores.
Es más: no hace falta que haga ese experimento con otro. Hágalo con usted mismo y comprobará que es difícil romper la coraza de los anhelos que nos empeñamos en presentar como profecías.
Los pseudoacontecimientos
El asunto va más allá de lo individual, claro está. Los actores políticos saben cómo funciona esta operación mental y se enfocan en sacarle provecho. Una de las formas es difundiendo también sus pronósticos-deseo, en modo propaganda, para aglutinar apoyo y convertirlos, eventualmente, en hechos reales o, al menos, en versiones cercanas a sus premoniciones.
Hace ya muchos años comenzó a hablarse de los pseudoacontecimientos, que, en su modalidad más inocente, son trampas que hacen los expertos en relaciones públicas para lograr cobertura de los medios de comunicación. Por ejemplo: un alto funcionario realiza alguna actividad cotidiana, como manejar un vehículo o comer perrocalientes en una calle del hambre; los de su entorno le dan el dato a los periodistas, que terminan entrevistándolo y mostrándolo al público como alguien que hace cosas normales, un genuino hijo de vecina; y, de paso, el funcionario suelta alguna declaración polémica que influye en la agenda mediática. Genial.
[Advertencia: a veces, del pseudoacontecimiento al ridículo hay un paso, como ocurrió en 1988, cuando el candidato presidencial socialcristiano Eduardo Fernández durmió una noche en un rancho de Caracas, para demostrar empatía con la pobreza extrema. Pero, de nuevo, ese no es el asunto que nos ocupa hoy].
Algunos no se conforman con esas manipulaciones menores, sino que van más lejos, se dedican a construir los hechos a “crear la realidad”, en un ejercicio más cercano a lo cinematográfico, en el plano estético; a lo delictual, en el ámbito jurídico; y a lo perverso, en la esfera moral. Por ejemplo, los montajes de falsos escenarios de guerra, represión y ataques a la población civil para acusar a un gobernante de ser dictador y criminal de lesa humanidad.
Uno de los casos más extremos fue la fabricación, en Qatar, de una réplica de la plaza Verde de Trípoli, para presentar al mundo los supuestos festejos por la caída del gobierno de Muamar el Gadafi. La difusión de ese video, que incluso fue presentado en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, legitimó la acción destructiva, depredadora, saqueadora y genocida de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Libia.
Entonces, como se puede apreciar, lo de los pseudoacontecimientos no es un juego cándido ni una simple astucia, porque Libia pasó de ser el país más próspero del norte de África a un montón de ruinas y un gran mercado de esclavos en pleno siglo XXI. Y sus grandes riquezas se las repartieron, cual botín, EE.UU. y sus compinches europeos y del Medio Oriente.
Para nosotros por acá no es ninguna novedad. La oposición venezolana y sus poderosos jefes del norte tienen ya más de veinte años montando pseudoacontecimientos. Para no alargar demasiado este artículo, digamos que el criminal montaje del 11 de abril fue el más destacado de los primeros años; y que la patraña del gobierno interino ha sido el más prolongado y florido desde 2019.
En el caso de la pregunta que está en el aire (¿qué va a pasar el 10-E?), ante la imposibilidad de pronosticar un desenlace, queda especular sobre lo que puede ocurrir cuando los pronósticos-deseo de una parte de esa oposición se encuentren con la realidad política del país. Y cuando choquen los hechos reales que ocurrirán ese día en los escenarios institucionales y fácticos de Venezuela, con los pseudoacontecimientos orquestados por el poder imperial, y sostenidos por la maquinaria global de medios de comunicación, plataformas y redes sociales.
Es de esperar que los pronósticos-deseo de la oposición radical se hagan realidad en el universo paralelo —pero no por ello inexistente ni menospreciable— de una “comunidad internacional” (EE.UU., sus amigotes y sirvientes) que ya se atrevió antes a reconocer a un supuesto presidente interino y, mediante esa ficción, robó descaradamente las empresas, activos, dinero y oro del país en el exterior.
Faltaría ver que tan bien montado estará esta nueva edición del mismo pseudoacontecimiento, aunque algo que sí es posible anticipar es que el protagonista del episodio, don Edmundo González Urrutia, no es, ni de lejos, el caballo al que vale la pena apostarle, aunque te lo recomiende el datero más acertado del hipódromo. “Muy subido de lote. Sus mejores tiempos ya pasaron”, sería la sentencia de una conocida revista hípica.
Malignos deseos de criminales pseudoacontecimientos
Podríamos recurrir de nuevo a la chistosa frase de mi ocurrente y recordado compadre Ernesto Vegas: “¿Por qué será que siempre que pasa igual, sucede lo mismo?”. Y de esa manera profetizar que la oposición extremista y sus aliados internacionales repetirán sus prácticas y obtendrán resultados bastante parecidos a los que ya vienen coleccionando.
Pero el asunto no es tan divertido si se considera que los pronósticos-deseo de este sector (y de un segmento no bien delimitado de la población general) son bastante malignos.
Tampoco es gracioso que algunos de los pseudoacontecimientos que están preparando los más desquiciados de la partida están hechos con las clásicas recetas de violencia y odio que le han servido a EE.UU. y su combo para derrocar gobiernos insumisos a lo largo y ancho del mundo, con altísimos costos humanos y materiales para los respectivos pueblos.
Basta oír a algunas personas o leer sus deyecciones mentales para sospechar que su sueño recurrente es un baño de sangre, una guerra civil, una invasión, un genocidio, una matanza entre hermanos, todo ello en nombre de la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Despojado de cualquier pretensión clarividente, me limito a decir que el 10 y los días sucesivos se cumplirá lo establecido en la Constitución Nacional Bolivariana, según las decisiones de los cinco poderes públicos venezolanos, mientras en otros escenarios se montarán nuevos —y probablemente ridículos— pseudoacontecimientos. En cuento a los conocidos planes de violencia, la apuesta es porque sean neutralizados por los cuerpos de seguridad del Estado y por la mayoría que quiere vivir en paz.
Pero —necesario es subrayarlo—, esto no es un pronóstico, sino un deseo.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)
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