Ni las toneladas de maquillaje que han vertido en pocas horas la maquinaria mediática y los influenciadores de las redes han podido disimular el retumbante descalabro sufrido por la dupla María Corina Machado-Edmundo González Urrutia y, por extensión, por toda la extrema derecha venezolana en la jornada del 09 de enero.
Lo que se vendió como el puntillazo contra la juramentación del presidente reelecto Nicolás Maduro fue un fracaso exponencial para ese sector de la oposición, un acontecimiento que lo deja muy mal parado de cara a la jornada de este 10 de enero y para las semanas inmediatas, en las que están por ocurrir otros hechos de gran peso geopolítico.
Claro que esta derrota no define de manera definitiva la semana en curso, necesario es aclararlo. Si nos guiamos por una reflexión que escribió un muy joven Hugo Chávez Frías, en 1990 (dos años antes del 4-F, con 36 de edad) estamos hace mucho envueltos en el tiempo crítico (de confrontaciones estructurales, históricas); en estos días hemos vivido la hora estratégica (una magnitud un poco más breve, pero especialmente intensa y crucial); y, este jueves nos encontramos en el minuto táctico (un instante de la verdad), algo que volverá a ocurrir hoy viernes.
Se podría apelar a los términos deportivos y afirmar que, tal cómo se planteó esta confrontación política de los albores de 2025, el 10-E vendría a ser el segundo tiempo de un partido de fútbol que comenzó el 09-E con un muy mal resultado parcial para la oposición radical.
Parece ser esta una manera recomendable de ver lo ocurrido desde ese lado del espectro político —el que va perdiendo—, aunque también desde el bando revolucionario, sobre todo para salirle al paso a posturas triunfalistas que conducen al descuido, el exceso de confianza y, eventualmente, al fiasco de una pizarra que se voltea.
Es prudente analizar lo ocurrido de cara al “segundo tiempo” y también a las semanas y meses por venir, porque la temporada es larga. Es conveniente, entre otras razones, para tomar conciencia de que las fallas en el planteamiento del juego (seguimos con el símil futbolero) y las carencias de los jugadores opuestos son una gran fortuna para el que va ganando, pero también un motivo para reflexionar lo que podría pasar si el equipo rival no incurriera en esos errores y los jugadores no fueran tan recontramalos.
Liderazgo en ruinas
Una primera conclusión que surge es algo que se ha dicho y repetido durante muchos años, pero que en estas ocasiones queda de relieve: el liderazgo del antichavismo da pena ajena o alipori, como también puede llamársele a este embarazoso sentimiento.
Dicho de un modo más dramático y amplio, la cúpula dirigencial de la oposición pirómana está en ruinas.
Una parte de los líderes han hecho mutis, no han aparecido ni siquiera para conjugar ese verbo tan gráfico que es “pescuecear” en las fotos, como ha sido su costumbre por años. Todo indica que le están haciendo el vacío a la yunta Machado-González Urrutia, lo que sería —dicho sea de paso— una actitud recíproca y comprensible porque Machado pretende entronizarse como la mayor y única jefa de la oposición y, además, los desprecia miserablemente y no hace ningún esfuerzo para ocultarlo.
Para añadir insulto a la injuria, los que sí han pescueceado de lo lindo han sido algunos de los menos recomendables elementos de la fauna opositora: Antonio Ledezma, David Smolansky, Miguel Pizarro y Richard Blanco, entre otros, algo así como una galería del horror escuálido. Y conste que quienes repudiaron la presencia de semejantes sujetos rodeando al anodino e insustancial González Urrutia no fueron únicamente los chavistas, sino también un grueso sector de opositores, incluyendo allí a notables influenciadores y opinadores. ¿La causa? Dicen, con mucha razón, que esos personajes son los mismos que se disputaron el mismo espacio fotográfico y de video al lado de Juan Guaidó, con los consabidos desastrosos resultados políticos, pero, a la vez, con grandes logros para sus propias cuentas bancarias (las de los pescueceadores reincidentes, me explico).
Y hay algo más: las figuras internacionales que han hecho comparsa en la llamada gira mundial de González Urrutia son, sin excepciones, de esas personas a las que más vale perder que encontrar, porque no transmiten un mensaje de victoria, buena gestión y honestidad, sino, muy al contrario, de derrota, gobiernos desastrosos, corrupción y hasta delitos infames, como la pedofilia.
Nula capacidad de organización
El segundo factor del desastre opositor es que quienes tienen el liderazgo no son los que conducen los partidos y movimientos que podrían organizar una movilización nacional de las dimensiones con la que sueñan Machado y González.
Se hizo obvio que una cosa es lograr un caudal importante de votos, contando con el respaldo de un cúmulo de partidos con diferentes niveles de estructuración y presencia regional y local, que mover gigantescas masas para una protesta potencialmente violenta.
Este ítem, por cierto, remite a disputas internas muy candentes, pues son varios los dirigentes y partidos que exigen cuentas claras acerca de los fondos que los agentes externos han aportado para financiar estas grandes operaciones de masas. Buena parte de ese dinero se ha esfumado, igual que en ocasiones anteriores.
Claridad y realidad
Otro elemento analizable en la debacle opositora es la ausencia de un mensaje claro y, sobre todo, anclado en la realidad, que pudiera enfocar al antichavismo (que es una masa en extremo heterogénea) hacia una meta común de todo o nada, que exige la ruptura del orden constitucional y la paz social.
El discurso de Machado es histérico y muy narcisista. Tal vez por ello, entre otras razones, no resulta en absoluto unificador. No logra amalgamar las expectativas y esperanzas de un grueso sector opositor, cansado de los engaños y las ilusiones. Ese segmento requiere un mensaje anclado en la realidad y que no se parezca a aquello que esos mismos opositores ven de malo en el período del chavismo: sectarismo, conflictividad y ansias de revancha contra el “otro”.
Por otra parte, el mensaje de Machado es, muchas veces, discordante con el de González Urrutia, quien un día parece empeñado en ejercer el rol que podría corresponderle por su edad y experiencia profesional, mostrándose diplomático y negociador; pero al día siguiente (o apenas, horas después) luce conminado a endurecer el discurso y se dedica a lanzar amenazas y bravatas que en nada concuerdan con su apariencia e imagen.
Pase de factura al dúo inconsecuente
Si se trata de explicar la causas de un revés político de grandes dimensiones, como el sufrido por la oposición golpista este 09 de enero, hay que poner en lugar destacado el pase de factura que el dúo Machado-González ha recibido de parte de la militancia que aportó los votos el 28 de julio y, sobre todo, los que acataron los llamados a la violencia los días 29 y 30 de ese mes.
González Urrutia se ocupó prioritariamente (o, mejor dicho, únicamente) de quedar a salvo. Se refugió en la embajada de Países Bajos, incluso antes de que comenzara la violencia y, con esta, la respuesta de los cuerpos de seguridad. Y luego se trasladó a la legación española y acordó raudamente con el gobierno la emisión de un salvoconducto para salir del país, rumbo a España, en condición de asilado político.
Trascendió que su preocupación central fue garantizar que su vivienda y las de sus familiares no serían afectadas. En cambio, muy poco hizo por los detenidos, aun cuando la oposición mantenía el discurso de que eran presos políticos, buena parte de ellos menores de edad y que estaban siendo torturados.
En tanto, Machado asumió la charada de la clandestinidad y se ha dedicado a ejercer su liderazgo en las redes sociales. Con miras a las manifestaciones pautadas para el día previo a la juramentación de Maduro, llamó irresponsablemente a que las familias salieran a marchar con niños y abuelos incluidos y, de ser necesario, sacrificarse por la causa, mientras sus propios hijos permanecen fuera del país.
El formato de estas convocatorias —que siguen en pie— es apocalíptico, belicoso, llama a la gente a inmolarse, y eso no cuadra con una dupla que optó por el “exilio” y la “clandestinidad”, dos términos que merecen ir entre comillas porque el exilio de González Urrutia es una feria de contactos diplomáticos y saraos sociales en Europa, nada coherente con la supuesta crisis humanitaria que sufren sus acólitos, según la propaganda incesante del aparato político y mediático. Por su lado, la clandestinidad de Machado es farandulera, mediática y buscadora de viralidad, siendo su expresión cumbre el supuesto intento de detención del que huyó el jueves 09, en el que, infortunadamente, extravió su “carterita azul”.
Disuasión y miedo cultivado
Entre las excusas y racionalizaciones que han comenzado a circular en el sector opositor siniestrado sobresale la que argumenta que la enorme mayoría que los respalda no salió a las calles porque fueron disuadidos por el despliegue policial-militar de los últimos días, el cual fue presentado en el exterior con las más desaforadas hipérboles, como la militarización del país y una especie de estado de excepción de facto.
Muchos se habrían abstenido de ir a las concentraciones, también, por el miedo que les causa la fuerza de las movilizaciones chavistas, en especial las de los movimientos de base y los colectivos.
Aquí la campaña perenne de la prensa global y local y de los influenciadores de las redes genera un efecto de bucle. Cuando acusan al gobierno de ser represivo y a los militantes chavistas de violentos, lo que consiguen es cultivar temores inmovilizantes en su segmento de apoyo más duro.
Este miedo, sembrado y cultivado desde los inicios del proceso revolucionario, se exacerba con mucha razón debido a los mensajes pendencieros de individuos como Iván Simonovis, quien —desde su tranquilo exilio— recomienda a los manifestantes opositores acudir armados a las concentraciones, para, en caso necesario, repeler ataques de los violentos chavistas.
Y, por supuesto, esos miedos se conectan con el punto reseñado arriba, el de la inconsecuencia con los detenidos del más reciente episodio de violencia callejera. La base opositora ha entendido, en algunos casos de manera personal y familiarmente dolorosa, que estos dirigentes arman grupos de choque (los comanditos), se asocian con peligrosísimas bandas criminales e instigan a los militantes a secundarlos en sus fechorías, incluyendo delitos contra la vida, la integridad física y la propiedad pública y privada, y luego los dejan abandonados a su suerte.
[Todavía quedan por analizar otros factores del naufragio de esa ultraderecha que sigue mandoneando a buena parte de la oposición, entre ellos la pérdida de peso específico de los medios nacionales, regionales y locales, otrora poderosísimos componentes de cualquier conspiración, así como la crisis temprana de sus degenerados herederos digitales. Pero ese es un tema que amerita un artículo aparte].
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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