De nuevo está ocurriendo: el antichavismo radical mediático se hace el inocente, finge desarreglos mentales, intenta asumir su rol de informador imparcial cuando habla de un asunto en el que está embarrado hasta la coronilla: el financiamiento que las diversas fuerzas de la oposición han recibido de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). No quieren echar su cuento como es y tratan de escapar asumiendo el papel de periodistas equilibrados y neutros. ¡Qué descarados son, muchachos!
La cosa está clara: numerosos medios de comunicación venezolanos, tanto convencionales como de nuevo cuño, así como individualidades del campo de las plataformas y redes sociales han recibido “financiamiento” de la USAID y de otras entidades estatales y paraestatales de Estados Unidos. Es decir, que están tan enredados en el affaire que ahora ha destapado Donald Trump como los líderes políticos que integran la patota de la ultraderecha y sus alrededores. Ni más ni menos.
¿Es algo malo?
Revisemos: ¿hay algo malo en que esos medios, periodistas e influenciadores hayan estado recibiendo dinero del imperio?
Si lo miramos desde la perspectiva de la soberanía, la independencia y la autodeterminación, habría que concluir, enfáticamente, que sí, sobre todo si se pondera el hecho de que Estados Unidos es una superpotencia hostil para Venezuela; un país que nos considera amenaza inusual y extraordinaria para su seguridad nacional y que ha aplicado medidas coercitivas unilaterales (MCU), bloqueos, además de una variedad de acciones —casi todas violentas— para el “cambio de régimen”, maniobras que le han causado enormes daños a la población, a la economía y a la estabilidad política del país. Es decir, no hace falta de ser de izquierda, ñángara ni ultranacionalista para entender que aliarse con un enemigo jurado del país es contra natura, por decir lo menos.
Pero, aceptemos que hay otra manera de verlo: se supone que era dinero otorgado para la noble causa de restaurar la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión en Venezuela, todo ello según la narrativa imperial y opositora. Desde esa óptica, estos dueños de medios, periodistas e influenciadores serían unos héroes de la Patria futura, es decir, todo lo contrario a la idea de traidores. En fin, cada quien lo entiende según el cristal que quiera usar para verlo.
Aquí es necesaria una precisión: el nuevo-no-tan-nuevo gobierno de EEUU ha tomado la medida de intervenir a la USAID y suspender la entrega de fondos a las oposiciones venezolanas (y de toda la bolita del mundo) no porque se haya dado cuenta de que está mal pagar para derrocar a un gobierno rival. De eso nunca se van a arrepentir los jerarcas del norte, pues ese ha sido su modus operandi desde los tiempos en que Bolívar nos advertía acerca de un imperialismo que aún andaba en estatus embrionario. El rollo de ellos es que se sienten estafados, birlados, tumbados por la dirigencia de los partidos y otras organizaciones, empresas e individualidades que recibieron ese dinero y lo malbarataron o se lo apropiaron.
[Las organizaciones mafiosas no toleran que los malandrines subalternos se roben la mercancía con la que trafican o que hagan negocios personales a costillas del capo. Ese “delito” se paga caro, casi siempre con la muerte. Pero esa es una digresión hollywoodesca. Perdón].
Y allí es donde viene el dilema ético inescapable para toda la gente de la comunicación, por más que argumenten que lo de ellos era la lucha por la libertad y todo ese cuento. Incluso si admitimos como válido que reciban fondos imperiales para derrocar al gobierno de su país, al que consideran una dictadura, sigue sin tener justificación que hayan ocultado, silenciado, tapareado el desfalco de los líderes políticos a los que han defendido hasta ahora.
Coautores de las maquinaciones opositoras
Hay que dejar constancia de un hecho irrefutable: esa maquinaria mediática financiada por la USAID y sus similares fue uno de los sustentos principales de todas las aventuras extraconstitucionales de la oposición pirómana desde los inicios del siglo, pero con creciente intensidad a partir de 2014.
Esos medios también se encargaron siempre de negar, descalificar, relativizar y ridiculizar las denuncias que, desde el lado revolucionario, se han hecho en torno al financiamiento extranjero de la conspiración. Lógico, tenían razones para hacerlo porque eran parte del jugoso negocio.
Muchos de ellos negaron (y siguen negando) que esa sea la fuente de sus finanzas. Saben que se ve mal, que huele a traición a la patria, incluso si uno no es demasiado nacionalista. Saben que ese tipo de financiamiento extranjero es perseguido y severamente penado en países como el mismo EEUU y varios de los europeos que también tienen sus agencias “dadivosas”.
La falsa independencia a la hora de la verdad
El problema de tener una fuente de financiamiento externa tal vez no se perciba demasiado en tiempos de relativa paz. Pero se convierte en un conflicto a la hora de las definiciones. Y esa expresión (la hora de las definiciones) ha tenido en Venezuela un significado determinante. Para decirlo de un modo dramático, aunque no exagerado, han sido momentos de vida o muerte.
Digamos que usted ha logrado montar un medio de comunicación, aprovechando el dinero donado “generosamente” por la USAID o cualquier otro aparato del norte global. Se dedica a hacer buen periodismo, incluyendo denuncias de carácter social y promociones de iniciativas plausibles de la sociedad civil. Eso parece válido, sobre todo si se considera que el ámbito de las comunicaciones masivas ha sido siempre un coto cerrado de los grandes ricachones.
El conflicto sobreviene cuando aprietan las estrategias insurreccionales que corren en paralelo en la política, la dinámica de calle y el terreno militar. En esos casos, los financistas de la “prensa libre” se dejan de rodeos diplomáticos y otras pendejadas y exigen a sus beneficiarios que se alineen con la maquinación.
Por eso hemos visto, oído y leído a los medios presuntamente independientes ponerse en sintonía con intentos de golpe de Estado, de magnicidio, de invasión paramilitar y mercenaria, con guarimbas, rebeliones malandras y otra larga ristra de bellezuras.
Cuando se producen esos “momentos de la verdad”, a los dueños de esos medios pagados por la USAID y afines, así como a los jefes de redacción, los titulares de otros cargos de decisión e, incluso, a los periodistas rasos no les queda otra que sumarse a las matrices de opinión ordenadas desde arriba. ¿Y quién está arriba? Pues, el que paga.
La construcción de fake news
En muchas ocasiones, los amos no sólo exigen respaldo a las operaciones políticas realizadas por las fuerzas imperialistas y sus aliados locales. También ordenan crear o hacerse eco de las noticias falsas y otras trampas.
Tal vez el mejor ejemplo de esto sea lo ocurrido el 23 de febrero de 2019 en la frontera colombo-venezolana, cuando todos los medios opositores (incluyendo los independientes-dependientes de la USAID y otras agencias) se confabularon para acusar al gobierno de Nicolás Maduro de quemar los camiones que traían ayuda humanitaria para un pueblo famélico, lo cual caracterizaba al presidente venezolano no sólo como un dictador, sino también como un perverso ser humano. Ese fue el discurso general de todos, desde los grandes periódicos estadounidenses, europeos y latinoamericanos, hasta los medianos y pequeños medios venezolanos “puyados” por las agencias del norte global. Resultó ser todo una gran mentira, tan descarada que, un mes más tarde, The New York Times resolvió bajarse del tren y echar al pajón al resto de los embusteros.
Apoyo al bloqueo y las MCU
Pero, no vaya nadie a creer que la alineación de los medios pagados con dinero enemigo se limita a los momentos de máxima temperatura. También han sido coautores o cómplices de políticas de largo aliento, sumamente criminales, genocidas, podríamos decir, como la guerra económica interna de los años 2014 hasta 2018; las MCU de Washington y su combo, desde 2015; y el bloqueo, a partir de 2017. Todo eso y más lo han respaldado los órganos de difusión masiva sostenidos financieramente por el imperio.
Una labor que han realizado con extrema dedicación es la de sabotear cualquier medida que el gobierno y el pueblo hayan tomado para defenderse de las estratagemas destructivas. Aquí merecen mención especial los ataques sostenidos y despiadados contra el programa de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). La maquinaria mediática, aceitada con dólares de la USAID y compañía, se empeñó en descalificar, anular, destruir esa política pública, a sabiendas de que mitigaba el hambre que el bloqueo y las “sanciones” estaban causando.
La línea imperial fue muy clara, y los medios financiados la cumplieron a cabalidad: presentar como un acto criminal cualquier acción del gobierno destinada a evadir el bloqueo. Para causar el mayor daño posible, sobre todo en la sociedad venezolana, los medios no dudaron en difundir toda clase de versiones acerca de la calidad de los alimentos distribuidos, fallas en la entrega y hechos de corrupción envueltos en el programa.
Algunas de esas denuncias tal vez tuvieron base, pero, en general, no eran más que torpedos disparados contra los CLAP, algunos marcados por el poco disimulado desprecio a los receptores de la ayuda, a quienes se calificaba como muertos de hambre, comelentejas o comegorgojos.
Se pretendió centrar todo en las supuestas corruptelas del ahora ministro Alex Saab, a quien se responsabilizaba de todas las alegadas irregularidades de las cestas distribuidas. Contra esta persona, los medios financiados por EEUU se mostraron inclementes, en especial cuando fue detenido írritamente en Cabo Verde y trasladado luego a Florida.
Complicidad con el gran robo
La prensa pagada por el imperio fue lógicamente solidaria con las grandes maniobras realizadas desde EEUU y Europa para despojar a la República Bolivariana de Venezuela de sus activos en el exterior, incluyendo empresas como Citgo, Monómeros, Alunasa y otras; depósitos en oro; cuentas bancarias y otros recursos.
Los medios financiados por la USAID y otras agencias apoyaron el interinato, se refirieron a Juan Guaidó como “presidente” e intentaron hacer de él un líder carismático, aunque sin éxito porque el hombre no daba para tanto [parafraseando a mi amigo Vidal Rivero: “Ni Dios redacta noticias ni los periodistas hacen milagros”. Pero me estoy saliendo del tema]. Sin ese respaldo, en algunos casos fanático, no se hubiese podido inflar tanto la figura de este personaje, al que ahora —porque el gobierno estadounidense está investigando sus latrocinios— algunos de los antiguos promotores, pretenden fustigar ¡Fariseos hipócritas!, diría el Redentor.
La matriz de la crisis migratoria
Entre las múltiples patrañas secundadas y legitimadas por la prensa prepago, hay una que resalta por su naturaleza perversa y ruin: la matriz de la crisis migratoria. Los medios comprados incitaron a miles de venezolanos a irse del país, incluso caminando larguísimas distancias y hasta cruzando selvas inhóspitas y zonas controladas por criminales de toda laya.
Contribuyeron a ello, primero que nada, creando un clima absolutamente insoportable, sin esperanza, apoyándose, como es lógico, en los estragos causados por el bloqueo y las MCU. Acoquinaron tanto a la gente que la hicieron cometer locuras varias para irse a otros países.
No contentos con ello, medios, periodistas e influenciadores asalariados de la USAID fueron la caja de resonancia de la ola de xenofobia que afectó a los connacionales en varios de los países del hemisferio, especialmente Colombia, Ecuador, Perú, Chile y EEUU. Respaldaron las opiniones de sujetos despreciables como Julio Borges, quien calificó a la migración venezolana como un mal contagioso. Lo hicieron porque esa famosa “diáspora” lo que pretendía era justificar una intervención militar internacional, bajo el pretexto de que las masas migrantes estaban desestabilizando el vecindario. Por tamaña crueldad deberían responder no sólo los que la perpetraron directamente, sino también quienes les montaron la escena mediática.
Coda
El asunto del financiamiento de la USAID a la oposición partidista y mediática venezolana tiene muchas más aristas. Entre ellas, algunos giros bastante socarrones, como que fue en el anterior gobierno de Trump cuando se gestó el gran robo de los activos venezolanos en el extranjero y se montó la treta del interinato y el tinglado de la ayuda humanitaria. Ahora, el mismo presidente aparece convertido en el superhéroe moral que viene a hacer limpieza.
También hay ángulos abiertamente caricaturescos, como que a Elon Musk se le ocurriera calificar de “bola de gusanos” a la USAID, y Trump no tuviera una idea más genial que nombrar a Marco Rubio (espécimen de la fauna vermiforme mayamera) como director-interventor.
Esos y otros subtemas se irán desarrollando de ahora en adelante, vaya uno a saber con qué dramáticos o divertidos giros.
Por los pronto, y volviendo al punto de los factores mediáticos y de redes, concluyamos diciendo que, igual que los muy corruptos líderes del ala pirómana opositora (y algunos del ala moderada), los dueños de medios, periodistas e influenciadores pagados por la USAID han sido agentes de una potencia extranjera. Deberían asumir su barranco, pero ya sabemos que eso es mucho pedir.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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