Pensando en esas predicciones que se hacen a finales de diciembre respecto al nuevo año, es pertinente preguntarse si alguien habrá apostado su dinero a que en febrero los líderes de la ultraoposición venezolana estarían siendo perseguidos, pero no por el “rrrégimen”, debido a motivos políticos, sino por el nuevo Gobierno de Estados Unidos, acusados de haber estafado vilmente a sus benefactores.
En verdad, dudo que alguien haya casado una apuesta tan extravagante, pero si algún analista profético lo hizo, ha ganado el reto, pues resulta ser que eso es precisamente lo que está ocurriendo, al menos por ahora.
Surgen varias preguntas. Por ejemplo, ¿por qué los gringos, que son tan inteligentes y estrictos en el manejo de sus negocios (en especial los turbios), se dejaron tracalear por unos vulgares timadores de paquete chileno, como son los dirigentes políticos y mediáticos de la oposición venezolana? ¿Será cierto que un casino estadounidense puede quebrar por exceso de tramposos?
Las interrogantes afloran naturalmente en cualquier cabeza, sobre todo en aquellas acostumbradas a ponderar a Estados Unidos —gracias a Hollywood y sus derivados— como una civilización superior.
La casa nunca pierde (y si pierde, se ríe)
Ya que arrancamos hablando de apuestas, viene bien una frase aplicada a los casinos, pero que sirve también para explicar la manera como Estados Unidos y otras potencias del norte global aparentemente “pierden dinero” merced a las artimañas de sujetos como los opositores venezolanos. El adagio reza: “La casa nunca pierde”, un sintagma al que algunos ocurrentes han agregado un complemento: “…y si pierde, se ríe”.
La afirmación hace referencia a una realidad de esos negocios. Las pérdidas de un garito que se respete son mera apariencia o, en todo caso, nada que no pueda recuperarse en otras mesas de juego, ruletas y maquinitas. O, en casos extremos, disciplinando a los que osan ganarle.
Si cotejamos, con aritmética simple, las pérdidas que ha sufrido la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional, conocida por sus siglas inglesas USAID, versus los montos que las élites políticas y corporativas estadounidenses se han embolsillado en estos últimos años mediante la apropiación filibustera de las cuentas bancarias de la República y los activos de Petróleos de Venezuela, tendremos que concluir que los dineros anotados como pérdidas no pasan de ser burusas, como diría el filósofo Rosales.
Tan sólo por el despojo de la empresa Citgo, ya la mafia gringa ha hecho un negocio fabuloso, por mucho que los pícaros de la ultraderecha les hayan tumbado una parte del botín.
“Acompáñeme a la salida”
Si nos ponemos a detallar este insólito inicio de año, encontraremos que hay otras similitudes con el ambiente de la industria del azar.
Por ejemplo, es bien sabido que cuando a un casino entra un apostador demasiado avispado, que, debido a sus dotes de tahúr, logra ganar más de lo permitido, la administración envía a sus encargados de seguridad, quienes lo invitan a desalojar el sitio sin demora, prohibiéndole la entrada en lo sucesivo e, incluso, a otros casinos porque se intercambian los datos y hacen sus libros negros.
Y si el individuo se ha pasado de vivo más de una vez o intenta ingresar camuflado, qué les digo, con una peluca y una barba, le mandan a unos tipos malucos, que le dan una paliza, le fracturan las manos o, simplemente, lo dejan muerto en una cuneta o lo desparecen en el desierto (esto último es clásico de Las Vegas, al menos, según las películas y las series de televisión hechas por los mismos estadounidenses).
Así podríamos entender lo que está ocurriendo en estas semanas con el Casino USAID. Llegó una nueva (no tan nueva) administración que se puso a revisar las cuentas y a mirar con atención las cámaras de seguridad, y detectó lo que ya era un chisme muy corrido: que había por ahí unos visitantes asiduos que estaban desplumando a la casa. El jefe recién llegado dio la orden: «¡Quiero ver rodar cabezas!».
La alegoría cuadra muy bien, por cierto, porque Donald Trump es un empresario con experiencia en el ramo desde hace décadas. En los años 80 tuvo su primer casino, el Trump Castle, en Atlantic City y luego otro, llamado Trump Taj Mahal, catalogado como el más grande del mundo, un lugar muy kitsch, sobrecargado de bombillos, oropeles, minaretes dorados, esculturas de elefantes y con parqueros ataviados como los muñequitos del Príncipe de Persia. Luego ascendió al siguiente nivel, fundando Trump Entertainment Resorts, Inc., dedicada a construir y operar casinos, allí mismo, en ese rincón de la ludopatía de New Jersey y —faltaría más— en Las Vegas.
[Los casinos y esta otra empresa de Trump quebraron, lo que viene siendo un tema colateral que pone en evidencia qué se entiende como un “empresario exitoso” en EEUU. Para no desviarnos demasiado, limitémonos a decir que el magnate-presidente tiene la propia pinta gangsteril de dueño de uno de esos lugares dedicados a sacarles hasta el último centavo a los adictos al juego. Y con esa mentalidad es que ha ordenado cobrarle y darle un escarmiento a la pandilla que él mismo, en su anterior pasantía por la Casa Blanca, alimentó y engordó. La verdad sea dicha.
Pero, ¿por qué?
Volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué los gringos, con tanta experiencia en el negocio de la injerencia política, se dejaron estafar por los ultraderechistas venezolanos?
Sin ánimos de defender a los ladrones (¡Dios me libre!), permitáseme dudar de que las cosas hayan sido tan así.
Por un lado, los que dieron el dinero (que no era de ellos, sino del Estado de EEUU) lo hicieron porque lo vieron como una inversión muy rentable, ya que, en contrapartida, iban a recibir, a mediano plazo, en bandeja de plata, un país privilegiado en recursos naturales y humanos; y en lo inmediato, sus activos y fondos en efectivo, regalados por el “gobierno interino”. Era un negocio jugoso, encubierto con el empaque de la supuesta lucha por la democracia, la libertad y los derechos de la población. ¡Bingo!
Además, como en todo acto de corrupción (y estos lo son, qué duda cabe) hay dos pares de manos: las que dan y las que reciben. Y, por lo general, quienes otorgan la plata siempre se quedan con su comisión. No vaya usted a seguir creyendo que eso nada más pasa en los países del patio trasero. El ministro de Interior, Justicia y Paz, Diosdado Cabello, ha asomado en varias oportunidades que uno de los crupier del Casino USAID debe tener su cuenta bancaria personal bastante robusta, luego de traficar por años con las “ayudas humanitarias”.
[Los nombres no se traducen, pero digamos que este es un señor al que en castellano podríamos llamar “Jaimito Cuento” o algo parecido… en cualquier caso, tiene un buen apelativo para un sablista de postín].
Otra posible respuesta es que los gringos no son tan acertados y astutos como ellos mismos se pintan en el cine y la televisión. Por lo contrario, parecen ser más bien bastante chapuceros. O tal vez sea que se sobreestiman mucho y subestiman en la misma proporción a los adversarios y hasta a los aliados. Pese a la alegada perfección de sus aparatos de inteligencia y política exterior, incurren —por ejemplo— en el tonto error de creer en las versiones fantasiosas que les venden los dirigentes políticos de la derecha y los analistas, articulistas, periodistas e influenciadores que ellos mismos pagan.
[Es una cosa loca: los expertos que deberían proveer de una visión cruda de la realidad, se dedican a maquillarla y endulzarla para complacer al que les paga el salario, lo que es algo muy parecido a engañarlo. Pero, de nuevo, ese es otro tema].
Ese casino no cerrará para siempre: ¿Apostamos?
Los que se empeñan en ver la película repetida, en la que los políticos y empresarios estadounidenses son buena gente y tienen buena fe, deben estar creyendo que Trump va a declarar en bancarrota al casino USAID, tal como lo hizo con sus propios antros, es decir, que EEUU va a dejar de echar dinero al barril sin fondo de oposiciones tan holgazanas y marrulleras como la venezolana.
Pero, basta revisar por encimita la historia imperial de EEUU para convencerse de que eso no pasará. Y mucho menos en estos tiempos, en los que la otrora superpotencia unipolar está en declive frente a rivales emergentes como China, Rusia y el resto de los BRICS. El zorro pierde el pelo, pero no las mañas. Y con Trump en la Casa Blanca, EEUU está más zorruno que nunca.
Por lo demás, si esa fuera su intención, no cuadraría para nada con el elemento que designó para intervenir el casino USAID, el secretario de Estado, Marco Rubio, amigote de los chanchulleros criollos. Si el injerencismo fuera un juego de azar, ese señor sería un ludópata.
Lo que ocurrirá más temprano que tarde es que los fondos para derrocar gobiernos, inducir golpes de Estado, primaveras árabes, euromaidanes y revoluciones de colores va a fluir desde alguna de las otras casas de envite, clubes y burdeles que tiene el imperio para esos fines. Y los tracaleros de siempre o tal vez otros de su misma laya, van a ir a hacerse millonarios en sus ruletas y mesas de blackjack o de póker.
Nuestra oposición (es nuestra, nadie puede ni quiere quitárnosla) se ha acostumbrado a exprimir las máquinas tragamonedas de la injerencia. Ya deben tener avistadas las nuevas fuentes para vivir sin trabajar y haciéndose las víctimas. ¿Apostamos?
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.tv)
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