Caso-Hergueta--c.jpg

Caso Hergueta es un huracán que devasta a la oposición.- El caso de Liana Hergueta está teniendo efectos devastadores en las filas de la oposición, especialmente entre su militancia de base. Y no es porque esa gente crea en las denuncias del gobierno acerca de los vínculos políticos de los asesinos de esta señora con organizaciones de la Mesa de la Unidad. No, esa gente no cree en nada que les diga el gobierno, pero en casos como este, saben que, sencilla y llanamente, todo es verdad.

Y lo más devastador es que muchos opositores comunes también saben -sin necesidad de que el gobierno los convenza- que ese comportamiento aberrado no es propiamente excepcional entre el liderazgo de sus partidos, sino que, muy por el contrario, tiende a ser la norma. Hay una raigambre violenta en buena parte de la dirigencia política y mediática del antichavismo. Algunos son violentos por naturaleza, de nacimiento; otros se han ido tornando así debido a las “malas juntas” y a la impaciencia por tomar el poder, que se torna a menudo en desesperación.

Los residentes de las urbanizaciones de clase media, los que sufrieron más intensamente las guarimbas de 2014, están conscientes de que muchos de los individuos que ahora fungen como “dirigentes políticos” no distan mucho de lo que sería, en otro escenario social, un azote de barrio.

La alta peligrosidad de los guarimberos ha sido un secreto a voces. Los grandes jefes de la MUD, los vecinos y amigos y hasta sus padres y otros familiares han optado por hacerse los locos, mirar para otro lado, ante los desmanes de las criaturas. Claro, hacen cálculos oportunistas: estos chicos son los encargados del trabajo sucio y, por lo tanto, no pueden ser ningunas joyitas. Los han mirado como un mal necesario, bajo la premisa de que en algún momento serán útiles, sobre todo si llega la hora de “entrompar” en los pantanos de una guerra civil. Es una actitud palmariamente irresponsable, incluso puede resultar difícil de creer en gente que se presenta a sí misma como la alternativa democrática del rrrégimen, pero lo cierto es que hasta allí hemos llegado.

La dirigencia adulta y (presuntamente) no violenta de la oposición no quiere admitir su cuota de responsabilidad en esta realidad y por eso –una vez más- practica las artes del escapismo y el yo-no-fui. Claro, no quieren reconocer que esa camada de psicópatas es, en rigor, su hechura. Tres lustros de amargura, de rencor, de odio, de desprecio a los gobernantes electos por la mayoría y de abominación hacia el pueblo pobre no pueden dar como resultado una generación de oro, sino una lamentable cosecha de plantas venenosas. Han criado cuervos con la finalidad de que les saquen los ojos a sus adversarios… ¡Vaya, un error tan viejo como la humanidad misma!

Aunque sea en el silencio de la almohada, bajo el frescor de la ducha o en las meditaciones de una jornada de limpieza de chakras, la clase media opositora tiene que abordar en estos días la reflexión acerca del tema: “¡Por Dios, qué hemos hecho!”. Esas personas saben lo que ocurría en las guarimbas; muchas de ellas fueron presionadas de manera violenta para que participaran; otras experimentaron la angustia de no poder llevar a un familiar a recibir atención médica; incluso, están quienes vieron a los cabecillas de aquellos disturbios disparar armas de fuego contra funcionarios públicos o perpetrar acciones criminales contra otros particulares (como la famosa instalación de guayas para degollar motorizados). Con semejante experiencia, de seguro que no les resulta extraño lo que ahora ha salido a la luz con todos sus escalofriantes detalles.

Para los opositores de buena fe, lo que no han sucumbido al virus del ala pirómana y paramilitar, resulta inevitable pensar en qué pasará si el país llegase a caer en manos de semejante combinación de líderes: unos dispuestos a lo peor, y otros incapaces de asumir nunca ni siquiera una mínima parte de la responsabilidad en ningún asunto. Por eso, al menos en estos primeros días, los efectos del caso Hergueta para la MUD y sus alrededores son devastadores, como un huracán que, por cierto, todavía no ha terminado de pasar.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])