jueves, 1 / 05 / 2025
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El Museo del Juguete, Carlos Andrés y Gumersindo España: En exclusiva Mario Calderón

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Mario Calderón es, sin duda alguna, un orgullo nacional. Su trabajo como juguetero le ha dado la vuelta al mundo… pero no siempre fue así.

Estaba a punto de recibirse de médico, cuando una tragedia lo acercó a los juguetes. Desde entonces se ha vuelto un artesano, un hacedor y un obsesivo coleccionista de juguetes antiguos.

Mario ha recibido una infinidad de premios y reconocimientos por su trabajo artesanal. Entre ellos, el Premio Nacional de Cultura y también el Reconocimiento de Excelencia UNESCO para la Artesanía de la Región Andina…

Sus juguetes vuelan por los museos del mundo, mientras él canta y ríe en Mérida.

Hoy, el maestro juguetero Mario Calderón, se sienta en “El Sofá”.

—Hola, Mario. ¡Bienvenido!

—Bienvenido, bienvenido a mi corazón tú, mi pana.

—¿Cómo va el museo?

—Eso va bien, pana, eso va muy bien. Bueno, la colección muy visitada, una colección que data de 1870, solo de juguetes hasta nuestros días. Estamos construyendo una parte anexa a lo que es la casa, y eso va a crecer, y yo creo que finalmente van a tener los juguetes el espacio que necesita.

—El Museo del Juguete funciona en tu casa ¿qué se siente abrirle tu casa así a la gente?

—Sí, lo que pasa es, Ernesto, creo yo, que llega un momento donde uno tiene sueños, todos tenemos, nos imaginamos cosas, soñamos con algo y bueno fue lo que me ocurrió a mí.

Dejar la casa como casa de vivienda que había sido siempre, que era una casa muy linda, muy visitada, bellamente decorada, llena de matas, eso era como un pequeño bosque de verdad, pero bueno, había como un sueño en el imaginario, algo un poquito más grande que eso.

Yo comencé todo ese proceso, en una época que empecé a viajar mucho, para exponer mi trabajo en todo el mundo, y en cada viaje aprovechaba de despedirme de cada espacio de la casa: de la sala, luego el comedor, o sea, le decía a los muchachos, miren que este viaje se ocupan de este cuarto, este espacio.

—…y cuando volvías ya no estaba.

—Ya no estaba, pero no era triste regresar y ver que ya no estaba, porque ahí se estaba abriendo el nuevo espacio que yo quería que ocurriera, y que hoy en día es. O sea, yo soy, si se quiere, el guachimán de esa casa, porque quedé reducido al cuarto de servicio de la casa, al más mínimo.

—Mario, así como los juguetes tomaron el espacio de tu casa, tu identidad también, tú eres juguetero…

—Sí, mira, yo creo, Ernesto, que en mi caso, ¿no? ni siquiera eso fue una decisión que yo elegí, que yo tomé, que yo pensé en algún momento ser un hacedor de juguetes. No.

Cuando, yo comencé a hacer juguetes, estaba en la pasantía de la Escuela de Medicina de la Universidad de Los Andes (ULA). O sea, estaba saliendo, eso hace 40 años, ¿no? Más o menos. Imagínate la familia, los amigos, los compañeros de estudio, yo mismo. Yo sabía que era una locura lo que estaba haciendo, además cuando te decían bueno, ok, está bien, deja la carrera, pero qué vas a hacer, no vas a poder hacer juguetes, y yo reconozco que sí era una suerte de locura.

Pero… yo sabía que si yo abandonaba eso era porque me iba a entregar por completo a otra cosa que todavía no sabía que era.

—¿Tú naciste en Caracas?

—Nací aquí en Caracas, estudié, hice mi bachillerato. Yo soy de la gente, Ernesto, que tuvo la suerte de tener una infancia y adolescencia muy bellas. Más la infancia. Tengo gratos recuerdos y yo creo que de alguna manera esa vida hermosísima… Yo viví y nací en una Caracas todavía con vestigios rurales.

Yo recuerdo que para ir al liceo, que quedaba en La Quebradita, era la casa del presidente Medina, que luego se convirtió en ese liceo, nosotros, a veces sonaba una alarma, y teníamos que pararnos para que pasara el tren que iba al Encanto, en ese tierrero… y era hermoso y tenía vestigio de eso, de alguna ciudad rural que en algún momento seguro fue.

—Pero, digamos, tú ahora después de tanto tiempo te quedaste en Mérida…

—Bueno, mira, mi historia en Mérida es lo que te digo… yo no fui un adolescente terrible, pero sí un poquito complicado…

—No te gustaba hacer fila en el colegio…

—No, ninguna. Nunca la hice y eso me hizo terminar el bachillerato en un liceo nocturno, con 16 años. Porque no quería ponerme más uniforme.

Mi hermano mayor, al único que yo respetaba en esa época, era mi hermano mayor. Fue buscar mi boletín. Y cuando yo veo que sale mi hermano de la seccional que llamaba con una cara nada alegre, ni complaciente, no era el hermano ese amoroso que yo tenía.

Me dijo, yo solamente quiero saber, Mario, qué tú haces, porque no tenía ninguna asistencia. Asustado, le dije a Antonio: yo me voy para la biblioteca del Ateneo. Y él me dice: bueno, vamos para la biblioteca del Ateneo.

Y, efectivamente, cuando llegamos a la biblioteca él fue directo a la bibliotecaria. Volvió y noté que empieza a cambiar el rictus de la cara de Antonio. ¡Fue muy lindo! porque cuando él salió de esa oficina me dijo, ¿qué quieres hacer tú? Yo le dije: yo lo que quisiera es que no me manden a cortar el pelo.

Y entonces, claro, como en esa época era de izquierda, o sea el compromiso que tenía la juventud de aquel entonces era ser de izquierda o de derecha, por supuesto la gente de izquierda siempre un poquito avanzada, pensante. Habló con un profesor, amigo de él, y este profesor me aceptó allí en un liceo nocturno.

—Mario, estuviste a punto de graduarte de médico, ¿qué te quedó de ese aprendizaje para el resto de tu vida?

—Bueno, mira, yo creo que el paso por la universidad, sin duda, fue importante para mí, sobre todo me dejó ese interés por buscar el origen de las cosas, el porqué de las cosas, saber de dónde viene eso. Eso me dejó la universidad y la medicina en particular es una carrera, no el ejercicio de la medicina, pero el estudio es demasiado importante porque no hay un mecanismo tan organizado como el cuerpo humano.

—Mira, lo has contado en muchas entrevistas, pero a mí me sorprende, o por lo menos me resulta sorprendente, que te hicieras juguetero de una profesión, un oficio que uno asume relacionado con la felicidad, después de atravesar un dolor muy grande…

—Claro, eso pudiera parecer, visto de afuera, como una contradicción, pero, yo no sé por qué, el dolor tiene ese efecto en mí y lo acabo de comprobar ahorita.

Antes de los juguetes me apasioné por la música, antes de irme a Mérida a estudiar medicina. Recuerdo que en la maleta llevaba como cuatro jugueticos de cuando yo era niño. Estaban ahí, adornaban la biblioteca de la casa. Y como músico, tenía que hacer un recital en San Cristóbal… lo que es el azar…

Una profesora va a mi casa y me dice: oye Mario, tú sabes que en Rubio hay una tienda que tiene juguetes como estos. Me lo dice justo un día antes de ir a hacer el recital a San Cristóbal.

Fuimos con mi pareja a Rubio, y cuando yo llego a la tienda entro y era un desorden de tienda, y un tierrero por todos lados, pero en ese desorden me encuentro unos cadeticos plásticos, parecidos a los que yo tuve la última vez que yo jugué de niño. Eso fue mi primer día de bachillerato. Yo me acuerdo que yo fui al liceo y saliendo cerca de la casa había una quincallería del señor Rosales, y yo compré esos soldaditos, esos cadeticos, y los estaba tumbando en el patio de la casa con una mesa, con una metra, y ahí me dije, Mario, pero ya estás grande, ya no deberías estar tumbando esos muñequitos aquí. Y ya, paré de jugar.

—¿Era el mismo juguete?

—Eran los mismos cadeticos, se le movía el bracito y tal, y yo ¡qué locura! Me acordé del instante cuando paré de jugar.

Mario Calderón ha creado el Museo del juguete en la ciudad de Mérida. Es un hombre fascinante que canta y juega con la misma felicidad de la infancia. Por eso te invitamos a que veas la entrevista completa en el podcast El Sofá, de Laiguana.tv.

(Ernesto J. Navarro / Laiguana.tv)


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