sábado, 10 / 05 / 2025
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¿Qué habría sido (y qué sería) del imperio de EEUU sin los bombarderos de Hollywood? (+Clodovaldo)

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Cada potencia imperial, a lo largo de la historia, ha dominado a su periferia mediante el poder de su ejército, la habilidad para dividir a los otros y el embrujo de las religiones. A Estados Unidos le ha tocado un tiempo en el que la hegemonía, a la par de la acción militar y diplomática, es ejercida mediante una colosal industria cultural, de la que el cine (y sus derivados) ha sido un bastión fundamental. Ese aparato se ha proyectado como la auténtica religión imperial.

Hace unos días, la mente calenturienta (frase que tomo prestada del léxico adeco-lusinchista) de Donald Trump expulsó una reflexión muy reveladora: Dijo que iba a aplicarle 100% de arancel a las producciones cinematográficas extranjeras para proteger a la industria nacional estadounidense que, a su juicio, está devastada y entrando en “una decadencia muy rápida”. Añadió que esa situación es “una amenaza para la seguridad nacional de EEUU”.

Es una llana confesión que le otorga la razón a los académicos que advirtieron ya a mediados del siglo pasado acerca del gran peso que tenían los poderosos dispositivos culturales en el mantenimiento del orden geopolítico.

Aquí surge una pregunta que luce como el punto de partida de una tesis de grado: ¿Qué habría sido del imperio estadounidense sin Hollywood?

Si volvemos a las premisas del párrafo inicial, claro que EEUU —igual que todos los imperios— ha dominado mediante su componente militar y a través del ejercicio de una política exterior que mantiene siempre divididos a sus potenciales competidores. [No ha utilizado tanto el factor religioso, a menos que se entienda la idolatría de las corporaciones como una variante de lo místico. Pero es otro tema].

Sin embargo, si EEUU tuviera que atenerse a sus victorias militares para la ratificación del liderazgo global que ha ostentado, hace tiempo que habría sido desplazado como superpotencia. Una revisión desapasionada de la historia muestra que las fuerzas armadas estadounidenses, pese a su elevado contingente y alucinante dotación de equipos, han perdido varias de las guerras clave en las que se ha envuelto; han salido con las tablas en la cabeza, incluso de pequeños países a los que han invadido, sin lograr sus objetivos estratégicos; o han tenido “victorias” muy dudosas, sobre todo por el alto costo para el pueblo de EEUU. En general, las guerras que ha ganado no han sido tal cosa, sino agresiones desproporcionadas contra adversarios inermes.

El papel de Hollywood

Es allí donde ha aparecido el rol salvador de Hollywood, que ha legitimado, embellecido, tergiversado o falseado todas las acciones bélicas de EEUU, desde las despiadadas invasiones de los “carapálida” para despojar de sus tierras a los seminolas, comanches, arikaras, winnebago, navajos, siux, neshnabeg, tetawken, apaches, yuta, yavapai, nisqually, puyallup, yakama, shoshon, arapahoe, cheyene, lakota, comanche, creek y unos cuantos más. El cine, realizado por la mayoría supremacista, siempre puso a los blancos invasores como los buenos, los que llevaban la civilización y las buenas costumbres, los buenos mozos con sus bellas mujeres; y a los habitantes originarios como violentos, crueles, atrasados, viciosos y feos.

El mismo papel de lavandería moral lo ha cumplido el cine (y la televisión) de EEUU con la interminable lista de guerras, invasiones, bombardeos humanitarios y operaciones encubiertas que ha realizado el poder imperial en casi dos siglos y medio de historia como país.

Ministerio de propaganda

La industria del cine ha sido una especie de ministerio de propaganda de la élite gobernante de EEUU, con relaciones explícitas de dependencia en materia de contenidos respecto al Pentágono, al Departamento de Estado y a la llamada “comunidad de inteligencia”.

Su función ha sido cohonestar las matanzas y genocidios; legitimar las guerras; sublimar la violencia propia y demonizar la de los adversarios; hacer creíbles las supuestas amenazas contra la seguridad de EEUU; así como relativizar, atenuar u ocultar las derrotas y los errores. En ese contexto, ¿es acaso extraño que Trump esté preocupado por la pérdida de influencia del cine estadounidense?

El trabajo de Hollywood (y del resto de la poderosa maquinaria cultural y de entretenimiento) ha surtido sus efectos tanto dentro como fuera de EEUU.

Dentro ha generado masas crédulas de las grandes operaciones montadas por el complejo industrial-militar para mantener al mundo en guerra permanente. En las películas, quienes ejercen el poder político en EEUU se caracterizan por ser individuos educados, sabios, racionales y éticos, que se enfrentan a enemigos ignorantes, irracionales, inmorales y corruptos. Los “buenos”, cuando se equivocan, se arrepienten y rectifican o son sancionados por el implacable sistema de justicia gringo.

En casi toda la producción cinematográfica y televisiva estadounidense se exaltan los valores patrios, entre ellos el militarismo. Incluso en las temáticas alejadas del tema bélico, suelen aparecer personajes que han cumplido el servicio militar y han participado en guerras, por lo que se les pondera positivamente. Hasta en los filmes críticos de la guerra (por ejemplo, los referidos a Vietnam), en los que se muestran las desgraciadas vidas de los sobrevivientes, el orgullo patrio termina imponiéndose con metamensaje.

[Es EEUU el mismo país que ridiculiza y presenta como expresión de atraso cualquier manifestación patriótica en países como el nuestro. Sin embargo, de nuevo, es un tema aparte].

En el escenario externo, la producción cinematográfica estadounidense ha copado casi al mundo entero desde mediados del siglo XX. Todos los contenidos antes señalados se han sembrado en las mentes de sucesivas generaciones de habitantes de los más diversos países. Por eso no es insólito que hayan cristalizado versiones falsas sobre casi todos los episodios de la historia, en especial las guerras, invasiones y genocidios.

El cine fue utilizado como medio de propaganda para justificar el ingreso de EEUU a las guerras mundiales y para aterrorizar a los pueblos durante la Guerra Fría. Trituró verdades respecto a los escenarios bélicos de Corea, Vietnam, Laos, Camboya, Irak, Yugoslavia, Afganistán, Libia, Siria y un puñado de países de África. A pesar del mermado poder al que se refiere Trump, sigue haciéndolo en los conflictos del Medio Oriente y Ucrania.

En los tiempos más recientes, en auxilio (o en reemplazo) de Hollywood han insurgido las plataformas de streaming, que difunden esos mismos paquetes de contenidos imperialistas en formatos nuevos, consumibles en cualquier momento y lugar. Son los nuevos bombarderos con armas todavía más mortíferas y refinadas.

Sin embargo, al imperio en decadencia no le parece suficiente ese fuego ideológico perpetuo. Quiere más. Quiere exclusividad, quiere que no entren los mensajes de otros países a EEUU. Quiere que no le quiten sus audiencias cautivas globales con versiones diferentes de la historia y de la realidad presente.

Trump, como en tantos otros campos, pretende que puede lograrlo mediante la imposición de aranceles. Habrá que esperar el próximo capítulo o la próxima temporada para saber qué rumbos toma esta serie.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)


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