La oposición venezolana es experta en diseñar trampas ingeniosas y costosísimas, para luego caer en ellas.
Hay ejemplos a granel, pero si queremos analizar uno muy actual, tenemos a mano la dramática, injusta y —en algunos casos— karmática situación de las venezolanas y los venezolanos que pese a encontrarse legalmente en Estados Unidos, pueden ser expulsados; o los que tienen visa para ingresar a ese país y les ha sido anulada de un plumazo.
Observamos entonces a la dirigencia de la ultraderecha venezolana en el absurdo trance de una araña inepta que se ha enredado en su propia tela.
Saben que el gobierno de Donald Trump, al que ese sector político respalda incondicionalmente, es el causante de la tragedia de miles de connacionales, pero no pueden protestar, más allá de algún comunicado ambiguo, evasivo y muy arrastrado. Están cautivos en la ratonera que habían montado para que cayera el adversario. El síndrome del Coyote, le dicen a eso.
El atolladero en que está metida la extrema derecha es muy complejo. Les resulta imposible asumir una defensa enérgica de los connacionales porque Trump es el sujeto en el que han centrado sus esperanzas de arribar al poder y, por eso, mal podrían hacerlo enfadar. La trampa de buscar el apoyo de la Casa Blanca para una hipotética toma del poder, los obliga a cargar con el peso de cualquier locura. Pero, como si eso fuera poco, resulta que los connacionales afectados por esta última medida son mayoritariamente, partidarios de ese segmento opositor.
Hay agravantes. Las acciones arbitrarias y despóticas que ya había tomado Trump previamente contra venezolanos pobres e indocumentados, habían sido aplaudidas por la oligarca María Corina Machado, quien llegó al extremo de celebrar el ilegal envío de 252 compatriotas a la cárcel de máxima seguridad de El Salvador. Eran “gente vulgar” que encajaba en la narrativa, construida por ella misma y sus secuaces mediáticos y de redes, sobre los supuestos contingentes de criminales que Nicolás Maduro habría sacado de las cárceles y enviado a EEUU, como un caramelo envenenado.
Pero la última disposición del magnate anaranjado es, para Machado, más difícil de vitorear porque toca a un segmento de clase media, profesionales, trabajadores calificados, estudiantes e, incluso, empresarios. Políticamente hablando, se trata de personas que se ajustan al perfil opositor. Muchos de ellos, de hecho, se instalaron en EEUU al amparo de otra narrativa: eran exilados, perseguidos por una feroz dictadura.
Ya Machado y sus compinches habían tenido que hacer malabares para “oponerse sin oponerse” a las decisiones anteriores de la Administración Trump, destinadas a anular los recursos legales mediante los cuales muchos de esos venezolanos ingresaron y han permanecido en EEUU, como el parole humanitario y el TPS. Sin embargo, la jugada más reciente ya no dejó casi margen para el escamoteo argumental. Sólo le quedó el resquicio de pedirle a EEUU que “ajuste las medidas” y, en pocas palabras, las aplique únicamente a los chavistas.
Sin embargo, es mucho lo que Machado y su combo tendrían que recoger para que su postura sea creíble. Está claro que el culpable directo de esta situación es Trump, a quien la ultraderecha ha respaldado públicamente, incluso en algunas de sus políticas más depravadas.
Y si se quiere encontrar a los responsables locales de la desgracia que están sufriendo los venezolanos en EEUU, todos los dedos apuntan hacia esa dirigencia que ha solicitado durante una década las medidas extorsivas unilaterales y el bloqueo; los que indujeron al éxodo masivo y luego han dicho que los migrantes venezolanos son un mal contagioso; los que han repetido que Venezuela es una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos; los que montaron la narrativa del Tren de Aragua, que ha permitido a Trump cometer toda clase de tropelías contra los migrantes venezolanos. En fin, está más que claro quiénes son.
[Otro tiro por la culata que la dirigencia se ha dado es que con su estímulo a la migración han mermado su propio electorado y activismo. Pero ese es un tema que merece un estudio aparte].
Más autoencierros de la oposición
Los inteligentes e ilustrados líderes de la oposición son expertos en crear trampas de las cuales luego no pueden salir. La que hemos revisado es la más reciente, pero los ejemplos hacen una larga ristra.
La más recurrente es la trampa del desconocimiento de las instituciones y de los resultados de las elecciones. En varias ocasiones han asumido esta ruta que termina siempre en una calle ciega.
El primer boicot a las elecciones ocurrió hace ya veinte años, en las parlamentarias 2005. Fue un insólito daño autoinfligido, que dejó al gobierno del comandante Hugo Chávez con el control absoluto de la Asamblea Nacional entre 2006 y comienzos de 2011.
Como si no fuera suficiente con una vez, la oposición se pierde en sus propios laberintos de manera reincidente. Así, hemos visto intentos de boicot a elecciones desde 2017 (Asamblea Nacional Constituyente) hasta 2021 (gobernaciones) y, luego de un paréntesis para las presidenciales de 2024, en este 2025. Los grupos y líderes que deciden participar, son atacados por los abstencionistas, causando fracturas muy graves en la unidad opositora que sería necesaria para ganar.
Siempre que asumen esta vía, apuestan a que el desconocimiento del proceso electoral conducirá a acciones de “la comunidad internacional” (es decir, EEUU y sus satélites y lacayos) para el célebre cambio de régimen. Pero, en la política real, sólo han conseguido entregar la cuota que, en rigor, les correspondería en cada instancia de poder.
Rechazo a negociaciones
Una variante del desconocimiento de las instituciones se refleja en la conducta de la dirigencia opositora respecto a las negociaciones con el adversario político. Parte del tiempo han sido reacios a cualquier entendimiento, pero otras veces han tomado ese camino hasta llegar a momentos cruciales, en los que han pateado la mesa, como ocurrió en 2018, cuando ya todo estaba listo para firmar un acuerdo que daría sustento a las elecciones presidenciales de ese año.
Al cerrar la ventana de la negociación, han quedado atrapados en los ciclos de violencia y en aventuras estrafalarias como el interinato, a partir de 2019.
Con la designación de unas autoridades paralelas pretendieron salir del autoencierro del desconocimiento de las instituciones. Apostaron al apoyo internacional, pero no consiguieron el efecto deseado en el tiempo que habían previsto. Además, la corrupción galopante de los interinos desprestigió la “gestión” del falso gobierno. La experiencia únicamente sirvió para hacer multimillonaria a una banda de ladrones, a costa de las empresas y activos de la República en el exterior.
Atrapados en la violencia
En varias oportunidades, los opositores han quedado atrapados también en sus espirales de violencia. Ocurrió en 2004 (primer ensayo de guarimbas), 2014 (la Salida) y 2017, el peor de todos los intentos de subvertir el orden constitucional mediante disturbios focalizados, con mucho apoyo mediático. De todos esos episodios sólo han quedado grandes traumas para el país, algunos dirigentes en el exilio dorado y otros que participaron activamente o guardaron silencio y luego actúan como si no hubiesen estado allí e, incluso, como si hubiesen estado en contra.
Al menos en dos momentos (2013 y 2024), la dirigencia opositora llamó a protestas poselectorales violentas que costaron vidas y causaron daños graves. Fueron eventos sin respaldo de acciones legales ante los organismos con competencia en el tema. Degeneraron en huidas rápidas de la dirigencia mayor, mientras los autores materiales de los desórdenes fueron dejados abandonados a su suerte.
Laberintos ya históricos
El afán de la oposición por meterse autogoles ha tenido muchos otros episodios, ya pertenecientes a la historia contemporánea.
Un caso emblemático fue la cadena de torpezas que los llevó a destruir la mayoría que habían alcanzado en 2015, cuando ganaron ampliamente la Asamblea Nacional, pero no supieron administrar esa gran victoria, que pudo conducirlos a unas elecciones presidenciales de 2018 con reales oportunidades de triunfo.
Remontándonos mucho más atrás, el paro petrolero y patronal de finales de 2002 y comienzos de 2003 fue otro evento planificado para derrocar al gobierno, pero se prolongó tanto que terminó dejando a sus líderes en un campo minado. La dirigencia petrolera (los famosos “meritócratas”) perdieron el control de Petróleos de Venezuela y muchos empresarios, sobre todo pequeños y medianos, nunca pudieron recuperarse de ese extravagante lance.
Para cerrar este rápido recuento, traigamos a la memoria las imágenes del 13 de abril de 2002, cuando el antichavismo partidista y “las fuerzas vivas” (una pandilla de ricachones y oportunistas de toda laya) quedaron atrapados en su propia red en un Palacio de Miraflores en trámite de ser retomado por el pueblo civil y militar. Escenas inolvidables que ilustran muy bien este fenómeno de la oposición y sus autotrampas.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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