¿María Corina Machado es una persona con trastornos psiquiátricos que plantea cuestiones fuera de la realidad y que, por tanto, sería aconsejable que estuviese recibiendo asistencia médica especializada? ¿Es una peligrosa delincuente que ha violado numerosos artículos del Código Penal y de otras leyes, por lo que debería estar presa? ¿O encaja perfectamente en el formato de los líderes de la extrema derecha para estos tiempos de ultraneoliberalismo y declive imperialista: supremacistas, desquiciados, sin patria y sin escrúpulos?
Vale decir “todas las anteriores”, aunque puede ser que la tercera opción incluya las otras dos. En fin, lo cierto es que ninguna de las tres sirve para los que creen (en este mundo hay gente para todo) que es una dama de hierro o la tipa más vergataria que ha parido esta tierra. A esas personas les dejo mis respetos y les digo que, obviamente, esta reflexión no es para ustedes.
A cada una de las tres versiones del personaje Machado expuestas arriba corresponde una manera de tratarla:
-Los que creen que está mal de la cabeza, sostienen que lo mejor es no hacerle caso, seguirle la corriente (consejo básico para los orates en general), dejarla con sus delirios y —eso sí—, cuidarse mucho cuando esté rondando cerca, no vaya a ser que en medio de un brote psicótico le dé por lanzar peñonazos a discreción, como sucedía con “el loco Mamerto”, un indigente de Antímano en tiempos de mi infancia.
-Quienes opinan que es imputable de delitos gravísimos contra la paz y la soberanía de Venezuela, claman porque sea, por fin, detenida y procesada.
-Y los que estiman que es un ejemplo del tipo de liderazgo diseñado por el capitalismo occidental hegemónico en decadencia, recomiendan no tocarla porque lo peor que puede hacerse con ese tipo de sujetos es victimizarlos, entre otras razones porque es eso justamente lo que están buscando.
¿Locuras o delitos?
Cual si esto fuera el expediente médico o penal, expongamos primero que nada lo que Machado ha hecho para ser vista bien sea como enajenada, forajida o temible operaria del recontracapitalismo. Como la lista es larga, comencemos por lo más reciente: en medio de una cambiante y terrorífica situación de guerra que podría tornarse global, a ella no se le ocurre nada mejor que señalar a su propio país como posible fabricante de armas capaces de atacar a Estados Unidos.
Pongamos esta ocurrencia de ella en otros contextos geopolíticos e históricos. Sólo a modo de ejemplo, comencemos por imaginar que Machado es estadounidense (formalmente, quiero decir, pues, en muchos otros sentidos, siempre lo ha sido) y que, en medio de este cuadro bélico disfrazado de prebélico, ella aparece dándole casquillo a China o a Rusia para que ataque a EEUU y desmonte la amenaza que representan unos misiles, unos drones o lo que sea. ¿Qué podría pasarle? Bueno, habría que preguntarle a algún abogado de aquel país, pero ciertos antecedentes remotos (los esposos Rosenberg) y recientes (Edward Snowden, Jack Texeira, entre otros) indican que las normas sobre traición y revelación de secretos militares son muy duras por allá. En los artículos legales al respecto aparecen, incluso, la pena de muerte y la prisión perpetua como opciones. Calcule usted.
En otras palabras, no parece probable que ante el empeño de Machado por propiciar una invasión, un ataque preventivo, un bombardeo humanitario, un magnicidio de precisión quirúrgica o un cambio de régimen, en EEUU se quedarían tranquilos con el argumento de que “es una rolo e’ loca” (o como eso se diga en inglés coloquial). Qué va, la perseguirían dentro y fuera del país, incluso siendo extranjera, como ha pasado con el australiano Julián Assange.
Revisemos ahora un contexto histórico. En tiempos de guerra, ese tipo de llamados al enemigo no son cosa de juego en ninguna parte. Nuestra guerra de Independencia no fue diferente. ¿Qué le habría pasado a una mantuana de aquella época que le hubiese ido con el chisme (verdadero o no) a España sobre unas armas en poder del Ejército Libertador? ¿Habrían dicho “no le paren, que la pobrecita está de atar” o le habrían dado el trato contemplado en el decreto de 1813 para españoles y canarios?
La estrategia de dejarla ser (y secar)
Lo cierto —o, al menos, lo observable sin disponer de información privilegiada— es que a Machado le están aplicando la ya muy utilizada estrategia de permitirle actuar impunemente para que se cocine en su propio jugo y “se seque”. De allí que pueda decir una barbaridad como esta de la fábrica de drones ayatólicos antigringos y siga en libertad y sin camisa de fuerza.
Es una estrategia muy bien fundamentada y podríamos decir que comprobada, pues se la aplicó el comandante Hugo Chávez a la parranda de generales mediáticos de la plaza Altamira, en 2002; y se la aplicó el presidente Nicolás Maduro a Juan Guaidó, a partir de 2019.
Teniendo en cuenta que aquellos oficiales quedaron reducidos primero al ridículo y luego al olvido; y viendo en lo que se ha convertido el que ahora firma comunicados como “expresidente interino de Venezuela”, hay que otorgarle mérito a ese método del dejar ser y dejar secar. Funciona.
Esta manera de enfocar el asunto parece entonces la respuesta apropiada a la tercera opción señalada al inicio de esta divagación. El imperialismo decadente ha diseñado un formato de liderazgo para esta etapa de crisis de su hegemonía: personajes nefastos, antipáticos, violentos, demenciales, apropiados para reinar en sociedades rotas, desequilibradas, desesperanzadas.
Si alguien duda de que hay un patrón, que haga el ejercicio de preguntarse cómo llegan y se mantienen en el poder especímenes como Volodimir Zelenski, Jair Bolsonaro, Donald Trump, Nayib Bukele, Giorgia Meloni o Javier Milei.
Esos liderazgos, alimentados por los grandes medios de comunicación, las plataformas digitales y las redes sociales, son auténticas aberraciones, pues se hacen populares basándose en su desprecio por los pueblos, su supremacismo racial o de clase social. Se siembran en los terrenos abonados por el descontento general ante los políticos tradicionales de izquierda, centro y derecha moderada y empiezan a crecer con base en las provocaciones y los tremendismos.
En los países del sur global, ese tipo de líderes son agentes del poder imperial, y con ese aval, operan en forma de bucle: desconocen y criminalizan a los poderes constituidos, llaman abiertamente a la insurrección; y si los gobiernos atacados les aplican las leyes vigentes, ese poder imperial lo puede tomar —si le da su real gana— como un motivo para la agresión militar, el bloqueo o las medidas extorsivas unilaterales. Lo sabemos bien.
En el caso de Machado se observa claramente. Ella tiene años clamando por un “ataque preventivo”, una invasión, un magnicidio y, en su última trastada, lanza la matriz de opinión de que Venezuela estaría fabricando armas con capacidad ofensiva respecto a EEUU. Esa irresponsable y criminal acusación bien podría generar el bombardeo soñado por ella y sus desquiciados seguidores. Pero si es privada de libertad y encausada por traición a la Patria (como debería ser), ese sería otro casus belis, otro motivo para el “ataque preventivo”, la invasión o el magnicidio. Un círculo vicioso.
Dejar hacer, dejar secar tiene sus costos, desde luego. En el caso de Guaidó, unos muy altos en lo económico, que siguen aumentando con la ya casi irreversible pérdida de Citgo. Y, en general, también tiene otros costos en el campo de la soberanía porque ¿cómo queda ante sus propios ciudadanos un sistema judicial que debe aplazar indefinidamente el procesamiento de ciertos delincuentes debido a que son agentes del poder imperial?
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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