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Esa Colombia que se vende al mundo como hip and trendy mostrando pequeños, lujosísimos y exclusivos -que viene de exclusión- enclaves para que vayas y “corras el peligro de quererte quedar”. Esa Colombia que no ve, ni quiere que veamos, los enormes cinturones de miseria que se desbordan desde sus centros urbanos, más allá de los confines del campo, traspasando la frontera, expulsando a sus hijos a fuerza de hambre y miedo.

 

Esa Colombia del horror más horroroso, la de las fosas comunes, de los falsos positivos… la de las motosierras, los senadores paracos, la que impone a muerte el silencio que no calla, la de Jaime Garzón que aún desde su tumba sigue gritando las verdades que le costaron la vida.

 

Esa Colombia de dueños voraces, hoy monta un circo de mentiras indignadas señalando a Venezuela, la misma que hoy da refugio a 6 millones de colombianos desplazados, de violación de derechos humanos y hasta de un genocidio sin muertos.

 

Puestos en evidencia vociferan incoherentes: “Cúcuta no tiene nada que ofrecer a los (1.100) deportados”. Cúcuta, su propia tierra, los recibe sin tener más remedio, temiendo un derrumbe mayor: Las tres cuartas partes de los cucuteños viven del contrabando que desangra a Venezuela, que es la culpable de todo por no querer dejarse desangrar.

 

Cúcuta del delito legalizado. Cúcuta de nómadas cotidianos. Cúcuta súbitamente visible para esa Colombia que no la veía, como no ve el toda la miseria que ella misma ha sembrado. Cúcuta, donde hoy llegan en mediático peregrinaje, con hipócritas letanías, con golpes de pecho en pechos ajenos. Entonces la indignación sobre actuada, las medidas irrisorias: “A ninguno le faltará un techo y una colchoneta”, Promete el presidente Santos. Tres meses de alquiler, y bueno, la colchoneta que se podrán llevar en la cabeza cuando ya no haya techo que los cobije; como tampoco habrá cámaras, indignados, ni culpables.

 

Y los medios atizando el odio entre dos pueblos hermanos que no se los compran y la clase media, de ambos lados, pagando por odiar más, mientras la oligarquía de aquí y de allá, ondeando la bandera de allá con disimulada grima, calcula cómo de exprimirle a estas tierras hasta la última gota, así sea de sangre. Todo esto bajo la mirada rapaz de un águila calva que espera… Y que se secará esperando.

 

(ÚN / Carola Chávez)