¡Estamos contentos!, cantaban los artistas y periodistas —es decir, los asalariados que salían en pantalla—, en la cuña navideña de un canal de televisión al que se le venció la concesión en el convulso año 2007. Y aunque aquella contentura corporativa era, más que nada, un clásico acto marketinero del Departamento de Recursos Humanos (porque los salarios, especialmente los de quienes no salían en pantalla, eran bastante malos) hoy tomamos prestada la frase —debidamente ensalmada con ramazos en cruz— para evidenciar que es grande nuestra felicidad en este fin de semana de victorias diplomáticas, “chevronísticas” y electorales.
Sí, hay que estar alegres porque volvieron a la patria los 252 venezolanos secuestrados en El Salvador; otros que estaban privados de libertad arbitrariamente en Estados Unidos; y un grupo de niñas y niños que habían sido separados de sus madres y padres por los retorcidos procederes de las agencias y funcionarios del ajado sueño americano.
Adicionalmente, también va a volver Chevron, que es una vieja gringa, muy promiscua ella (acaba de fusionarse con Hesss, otra gran corporación, que tiene intereses en Guyana, anote usted), a la que la ultra-ultraderecha de los iueseis —sobre todo la mayamera— y la maricorinista, han querido sacar de Venezuela a como dé lugar, “hasta que el rrrégimen se vaya”, y han estado cerca de conseguirlo, pero ella (una madama petrolera al fin) tampoco es mocha en lo que a lobby se refiere y, además, hace sinergia con el gobierno venezolano, que se maneja como un Fórmula Uno en esas pistas, aunque la gente decente y pensante de este país (como escribía, antaño, Carola Chávez) afirme, con vergüenza, que lo pilotea un autobusero.
Estamos contentos, pues, porque se han ganado varias manos seguidas de una partida siempre difícil y la victoria es de esas que llaman multidimensional. Echémosle un vistazo.
Victoria humana
Antes de cualquier otra consideración, ver llegar, primero a las niñas y niños y, luego, a los 252 secuestrados por EEUU y El Salvador ha sido una satisfacción en la elemental condición de sujetos humanos. Como padres o madres, abuelas o abuelos, hermanos o hermanas, y así, el resto de los posibles vínculos por consanguinidad, afinidad o crianza, habíamos sufrido de solo imaginar la angustia, el dolor, la impotencia, el miedo de saber que sus parientes eran prisioneros del poder imperial y de uno de sus cipayos más sobresalientes en lo que a vileza se refiere.
Ni hablar de todas esas emociones potenciadas al ponerse, por unos segundos, en el lugar de los secuestrados. Los relatos que ellos han compartido —con gran valentía, dicho sea de paso— prueban que había muchas razones para la angustia y el miedo, pues el sistema penitenciario salvadoreño no es tal cosa, sino un terrorífico campo de concentración, un depósito de individuos ilegalmente privados de libertad, parte de un ruin negocio de trata de personas.
El triunfo humanitario marca, además, un límite muy nítido con su opuesto: la inhumanidad, y en aquel dantesco lado del espacio nacional y global podemos ver, con claridad absoluta, a nuestros adversarios, que en este caso —y por eso mismo— podríamos llamar, sin remilgos, nuestros enemigos. Y es que son eso, enemigos, no de una parcialidad política, sino del sentido de humanidad. Enemigos del alma, podríamos decirles.
Ha quedado al desnudo toda la abominable maquinación ejecutada durante años. En una primera fase, crear un clima tan insoportable en el país, mediante la guerra económica, la violencia política y callejera e incesantes puñaladas a nuestra moral popular, como para inducir a grandes masas de población a marcharse, incluso sin tener recursos para el viaje ni expectativas razonables y realistas de conseguir trabajo digno, vivienda, salud o educación.
Luego, de la manera más alevosa, los mismos que propiciaron el éxodo, se dedicaron a criminalizar a los migrantes, a presentarlos como una amenaza, un peligro, una enfermedad contagiosa para los países receptores.
Esta etapa llegó al peor de los extremos cuando estos mismos nefastos personajes forjaron la matriz de opinión de que todos los connacionales que ingresaron (o intentaron ingresar) a EEUU eran fichas del Tren de Aragua, delincuentes convictos liberados por el gobierno venezolano para insertarlos en el país imperial y socavar así su beatífico estado de felicidad, orden y ley.
En una vuelta de tuerca muy al estilo del canal de TV antes referido, en la campaña de Edmundo González Urrutia, protagonizada por la primera actriz María Corina Machado, él no era visible en pantalla (como el espectro de Hamlet), mientras ella recibía peticiones gemebundas de auténticos militantes de su causa o quizá de actores de reparto y extras, para que trajera de regreso a los migrantes extraviados en países enfermos de xenofobia. Y ella prometía que sí, que cuando su coalición ganara las elecciones, todos volverían, serían felices y comerían perdices, como toca a un culebrón que se respete.
Pero, en el capítulo que se emitió cuando los 252 fueron vejados públicamente por los esbirros de Nayib Bukele, cumpliendo instrucciones de su boss anaranjado, la villana de telenovela, antes que protestar y exigir su repatriación, aplaudió el secuestro y el traslado ilegal a un tercer país de estos compatriotas, pisoteando sin rubor sus promesas electoreras.
Y, para colmo de infamia, en el episodio de esta trama diabólica posterior al retorno de los secuestrados, la pérfida mujer enarcó las cejas y se puso fúrica, al estilo de María Begoña cuando quiso matar a Abigail (aunque claro, sin la buenura de la gran Hilda Abrahamz).
Fuera de recuerdos faranduleros, uno de los triunfos particulares dentro del triunfo general ha sido saberse del lado de la solidaridad con los compatriotas, y ver a esos personajes psicopáticos nadando en su propia hiel. Rescatando otra añeja consigna publicitaria, eso no tiene precio.
El triunfo geopolítico
Los logros en la materia migratoria, a los que se suma la reanudación de la licencia de Chevron, conforman un cuadro de triunfo geopolítico porque hay negociaciones binacionales, en lugar del cierre total de los canales de diálogo y la consiguiente situación de conflicto precariamente pacífico que existió en años muy recientes, para beneplácito de los líderes ultraderechistas —de aquí y de allá— que flotaron políticamente en esos pantanos y, de paso, se hicieron multimillonarios con los negocios de las medidas coercitivas unilaterales y la entrega de las empresas, bienes y activos de la República en el extranjero.
Esa negociación, ese diálogo es directo entre los gobiernos de Venezuela y EEUU, sin la presencia de los dirigentes que no sólo engañaron a los opositores venezolanos de las bases y cuadros medios, sino también engatusaron a los jefes estadounidenses, que creyeron en sus cantos de sirena (o de ballena, diría Manuel Rosales), según los cuales “el rrrégimen estaba a punto de caer, más débil que nunca” (¿les suena?).
Este escenario echa por tierra el empeño en hacer ver, mediante forzadas narrativas, ya insostenibles, que el gobierno de Maduro está aislado de la comunidad internacional. No lo está porque tiene aliados de gran peso en la nueva jerarquía multipolar; y no lo está porque hasta el gobierno de la potencia hegemónica, pero declinante, ha reconocido, tácita y expresamente, que quien gobierna esta nación aguerrida es Nicolás Maduro. No es para confiarse ni para dormirse en los laureles —tal vez eso están esperando los estrategas imperiales—, pero es un triunfo en toda la línea, y así lo han reconocido incluso altos analistas antichavistas furibundos.
Una conquista mediática
Un aspecto significativo de este éxito es que ha logrado “bajarle dos” a la intensidad de la perenne campaña global, llevada a cabo a través de los medios y supermedios globales y por el capitalismo de plataformas y de redes.
Son varios los órganos comunicacionales que han mostrado cierto decoro, algún intento por marcar distancia, luego de que la repatriación recalcase algo que siempre estuvo en evidencia: toda esa maniobra de privación de libertad sin expedientes, juicio ni derecho a la defensa; y el traslado a un tercer país donde se les trató como subhumanos fue una desvergonzada violación hasta de las más elementales normas internas de EEUU y El Salvador, y ni se diga las del derecho internacional.
Como suele pasar, para evitar escarbar mucho en el fondo del asunto, algunos de los referidos medios han tomado el desvío que permite un caso específico. Uno de los convictos que Venezuela intercambió por los 252 secuestrados de El Salvador es el marine estadounidense de origen venezolano Dahud Hanid Ortiz, condenado por un tribunal penal de Caracas a 30 años de presidio por el asesinato, en España, de tres personas, en un arranque de celos peculiarmente absurdo, pues ninguna de las tres víctimas tenía nada que ver con la presunta infidelidad de su esposa.
La BBC de Londres comentó, de manera lapidaria, que: “Pese a que Donald Trump prometió expulsar a los ‘criminales extranjeros’ de Estados Unidos, en este caso su gobierno parece haber hecho justo lo contrario”.
Se ha sabido que Ortiz participó en la guerra de Irak y obtuvo una condecoración al valor militar. Tal vez por eso, el gobierno de Trump lo reclamó, pese a ser, lisa y llanamente, un homicida triple.
Los medios españoles se han centrado en este caso, que lógicamente ha generado gran indignación por aquellos lares. Algunos responsabilizan a EEUU por solicitar al asesino en el canje, alegando que era un rehén del gobierno venezolano, mientras otros (¡qué raro!) culpan a Maduro y también al expresidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien fue mediador en las negociaciones del intercambio.
[Por cierto, dada la similitud de los casos, es pertinente recordar que España se ha negado a enviar de retorno a Venezuela al presunto asesino de Orlando Figuera, nombrado Enzo Franchini, radicado en el país ibérico. No ha concedido la extradición, solicitada hace tiempo por el Ministerio Público, por considerar a Franchini un “perseguido político”. El sujeto, de acuerdo a los indicios de la Fiscalía, fue quien roció de gasolina y encendió a Figuera, antes apuñalado por manifestantes de la oposición venezolana en una calle de Altamira, municipio Chacao].
Victorias hacia lo interno
La victoria obtenida con la repatriación de los secuestrados tiene ya un efecto positivo para el gobierno nacional y su partido, el que podría acentuarse con los resultados de la autorización de Trump para que Chevron opere las instalaciones que tiene en territorio venezolano.
Sobrevienen estos logros en vísperas de la última contienda del ciclo electoral en curso: los comicios municipales. A un año exacto de las presidenciales de julio de 2024, y con el antecedente intermedio de la elección de diputados a la Asamblea Nacional, gobernaciones y consejos legislativos (mayo 2025), ahora la ciudadanía está convocada para elegir alcaldías y ayuntamientos.
El país llega a estas elecciones con el gobierno sólidamente agrupado en la coalición Gran Polo Patriótico, mientras la oposición se presenta nuevamente, tal como en mayo, menoscabada por la estrategia de abstención y boicot de un sector de ella y, en general, dividida y atomizada a más no poder.
Por ello, los partidos antichavistas corren el riesgo de perder, incluso, algunos de sus bastiones tradicionales, la mayoría de ellos en zonas de clase media y alta de las grandes ciudades.
Y por ello, junto a las otras razones expuestas, quienes queremos la paz y la estabilidad del país estamos contentos —ramazos mediante— y dispuestos a iniciar la nueva semana celebrando una victoria más, un aniversario de otro triunfo y un natalicio de siempre.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)