Desde 1971, el barinés Hugo Chávez anda rondando por Caracas. Son miles las escenas que cuentan ese tránsito: desde el adolescente campesino que sintió por primera vez a la gran urbe hasta esa presencia constante que es hoy, doce años después de su partida física, cuando estaría cumpliendo 71 años y celebrando, además, una nueva victoria popular.
Son tantas las escenas que apenas si es posible echarles un vistazo a algunas, como quien mira uno de esos álbumes de fotos que se usaban otrora. Veámoslo:
El nuevo. Chávez Frías, Hugo Rafael, con su vozarrón, diciendo presente en la fila de nuevos de la Academia Militar. Flaco-flaquísimo y veguero-veguero, aunque no montuno porque desde chamo era bastante extrovertido, parlanchín y declamador.
Barrio adentro. El cadete de azul con guantes blancos y cachucha demasiado grande que sale por primera vez de Fuerte Tiuna y se sube a un taxi para ir a Catia, donde su tío Chicho Romero. Allí, en la calle Colombia, comenzó su contacto con la Caracas civil… Y después la gente se pregunta de dónde salió eso de «barrio adentro».
Tributo al gran zurdo. El mismo cadete, sin guantes, tratando de arreglar un poco la tumba del pitcher Isaías «Látigo» Chávez, en el Cementerio General del Sur, un tributo silencioso al malogrado ídolo de su infancia magallanera, de juegos vividos por radio allá en Sabaneta.
Con novia y todo. El cadete Chávez, ahora apodado «Tribilín», paseando con su novia caraqueña por los lados de la Nueva Granada, y entrando con ella a ver una película en el cine Arauca.
El sable. Transcurren trepidantes los años de la Academia, y el ahora subteniente egresa de ella. Recibe su sable durante el primer gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, el mismo contra quien se alzaría en armas 18 años más tarde.
El Caracazo. Tras años trashumantes en cuarteles de aquí y de allá —Monagas, Apure, Aragua— el mayor Chávez está de vuelta en la gran ciudad, una Caracas que viene en ebullición y, de pronto, revienta estruendosamente. Era febrero de 1989 y al mando estaba de nuevo el hombre que le había entregado el sable, trastocado ahora en líder neoliberal de las Américas. El gran barullo agarra a Chávez enfermo, de manera que queda providencialmente al margen del grupo de oficiales que recibió las órdenes de aplacar a plomo la insurrección popular. Indignado asiste como testigo y, además, debe digerir la muerte, en medio de la algarada, de uno de sus mejores amigos, “el Catire” Felipe Acosta Carles.
Por ahora. La rebelión de los pobres acentúa las sospechas que ya se cernían sobre el contestatario oficial. Nuevamente es enviado lejos, donde su influencia no sea tan peligrosa. Sin embargo, Caracas y él tienen una ligazón de esas que llaman “cosas del destino”. Su vuelta a la capital es una escena histórica latinoamericana: un teniente coronel zambo, con marcial boina roja, pronunciando el discurso más eficaz del siglo XX venezolano, que en 72 segundos le cambió el rumbo a la historia nacional.
Caracas alborotá. Tal podría ser el título de la siguiente foto. Muestra al cuartel San Carlos rodeado de una asediante multitud que ya ha convertido a Chávez en su ídolo. Para completar este cuadro, sirven las fotos del Carnaval de 1992, con las calles llenas de chavecitos.
En libertad y en liquiliqui. En 1994, luego de haber sido el factor oculto en el triunfo del veterano líder socialcristiano Rafael Caldera, los llamados Comacates (comandantes, mayores, capitanes y tenientes) salen de la cárcel. Algunos aceptan cargos en el gobierno, pero Chávez no había llegado tan lejos para conformarse con algo así. Su proyecto político está en marcha y lo demuestra su nuevo retorno a la metrópoli, enfundado en liquiliqui verde oliva, reemplazo del uniforme que ya no puede usar. Caracas lo ama, qué duda cabe.
Huracán electoral. En 1998, el sistema político completamente agotado quiso sostenerse sobre los hombros de una reina de belleza. Pero el feo de Sabaneta venía con todo. En los días previos a las elecciones, la derecha tiró la caballería: el candidato forzosamente unitario, Henrique Salas Römer, arribó a la capital en lomos de «Frijolito» y acompañado de miles de jinetes. El pueblo de la indómita ciudad respondió como fiera infantería, a pura pata. El mitin de cierre de la avenida Bolívar fue el primero de muchos, la evidencia de un liderazgo profundamente acendrado en las masas.
El gobernante doliente. Son miles las escenas caraqueñas del Chávez presidente, pero como no caben todas, escojamos una que lo retrata en toda su dimensión: Chávez entre las ruinas y las casas a punto de caerse del barrio La Pedrera, de Antímano, más que barrio adentro, barrio arriba. Llega a convencer a la gente de dejar de arriesgar sus vidas en esa antigua cantera de caliza devenida en lugar para asentamiento de los más pobres. Lo logra y allí mismo nace la Gran Misión Vivienda Venezuela, uno de los programas de construcción de viviendas más exitosos en la historia mundial.
Bajo la lluvia. Chávez tuvo varias despedidas, pero la más caraqueña de ellas fue la tremenda mojada que se echó el día del cierre de campaña de 2012, el célebre mitin de las siete avenidas. Heroica fue aquella tarde de un hombre gravemente enfermo, aquejado de tremendos dolores y con un pronóstico sombrío a cuestas. Su imagen bajo el cordonazo de San Francisco quedó eternizada en la memoria colectiva.
Caracas llora inconsolable. La presencia corporal de Hugo Chávez en La ciudad se cierra poco menos de 42 años después de la llegada del veguero-veguero. Convertido ya en figura histórica y universal, los actos fúnebres fueron una confluencia de mares de pueblo y grandes personalidades internacionales. Llovió de nuevo torrencialmente, esta vez no de la forma habitual, sino una tormenta de lágrimas.
La querida presencia
La primera vez que Chávez dejó de gobernar nos ofrece otra postal de la Caracas chavista. Había ocurrido el fatídico 11 y el infame 12 de abril de 2002. El 13, día épico, se ve al pueblo saliendo de todos los rincones, especialmente de los más humildes, y revelándose contra los que habían derrocado a su líder. En la madrugada del 14, un helicóptero sobrevuela el centro de la ciudad. Baja un hombre que, pudiendo empuñar las armas del desquite, levanta un crucifijo cargado de perdones.
La segunda vez que dejó de gobernar, la definitiva, el líder bolivariano fue sembrado en la ciudad que sirvió de escenario de sus grandes momentos, justo en los alrededores del lugar donde pronunció la mítica arenga del 4F.
Pero el Cuartel de la Montaña es solo uno de los tantos lugares donde habita el Chávez caraqueño asimilado. Él está en muchos sitios: en los urbanismos de la GMVV; en el casco histórico restaurado; en las instalaciones militares que ahora son cívico-militares; en las recurrentes ferias del libro; en los módulos de Barrio Adentro.
Y también está, como un dolor en la conciencia, en todos esos aspectos en los que hemos fallado, en los que su legado sigue sin realizarse o, peor aún, en los que se ha retrocedido. Como la del otro comandante, el Che Guevara, la de Chávez en esta Caracas agobiada, es una querida presencia, una entrañable transparencia.
[El original de esta semblanza fue publicado en 2018, en el diario Ciudad Ccs]
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.TV)
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