domingo, 21 / 09 / 2025
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¿La “gracia” de un caballo real puede reflejar la crisis de la posverdad? (+Clodovaldo)

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El mundo da muchas vueltas y, cada vez parece que las da más rápido. Además, en cada ciclo ocurren hechos simbólicos, sincronicidades junguianas que lo dejan a uno sorprendido. Digo esto porque, a menos de una década de haber ganado las elecciones por primera vez y que, más o menos en ese mismo tiempo, se impusiera el Brexit en Reino Unido, he aquí que un caballo se ha cagado enfrente de Donald Trump, el rey Carlos-no-sé-cuántos y sus respectivas consortes.

Me preguntarán qué tienen que ver unas cosas con la otra. Bueno, es que aquella victoria de Trump y el éxito electoral en el referendo que sacó al Reino Unido de la Unión Europea fueron catalogados, en su momento, como la prueba de que habíamos entrado a la indiscutible hegemonía de la posverdad. Pero la caca del equino real fue ¡tan real! O sea, que el noble animal defecó en las narices del monarca y el emperador. Y fue esa una de las verdades virales de la gira trumpista por Londres. Esa bosta resultó muy verídica y uno de los íconos digitales de esa visita de Estado, en lugar del pomposo acto diplomático que habían pretendido para lavarle la cara —o quién sabe cuál parte anatómica— al copetón de Washington.

Otro hito del encuentro fue la proyección sobre las paredes del aristocrático castillo de Windsor, de la imagen de Trump con su amigo, Jeffrey Epstein, el pedófilo convenientemente fallecido que regentaba una isla sólo para magnates de gustos cochambrosos. Esa travesura de proyectar la foto en la pared real —que le está costando cárcel y multas a quienes la hicieron— ha sido más poderosa que la posverdad de la fiscala de EEUU, Pam Bondi, quien declaró muerto el asqueroso caso y, como los gatos (que son diferentes en eso a los caballos), ha querido enterrarlo para que no hieda tanto.

En fin, hay ciertos síntomas de que la posverdad, al menos puntualmente, cuando se abusa de ella, se agota, de modo que los personajes inflados por el capitalismo de plataformas no siempre pueden ganar engatusando a la opinión pública.

[El caballo en cuestión hizo lo que muchos humanos habrían querido hacer: rompió el protocolo y, al mismo tiempo, drásticamente, con ese sentido de la palabra cagón, asociada a la cobardía, toda vez que su acto fisiológico, realizado justo enfrente de los personajes y sus encopetadas esposas, fue una tremenda demostración de coraje e irreverencia de parte del ocurrente cuadrúpedo. Pero ese fue un detalle anecdótico muy significativo, no la materia en la que debemos escarbar].

¿Está la posverdad en crisis?
Vamos a la parte seria del asunto: ¿será que, luego de unos pocos años de reinado, el paradigma de la posverdad ha entrado en crisis?

No es para cantar victoria, pero varios síntomas parecen indicar que las masas, anestesiadas por tanta idiotez de red social y por unos medios globales en poder de las peores corporaciones, están despertando cada día más y alzándose contra personajes tipo Trump, sus subalternos, secuaces e imitadores.

Sobre los imitadores, ya que por Londres pasamos, recordemos que al exprimer ministro británico Boris Johnson hasta le decían “Trumpito” y anda por ahí, vuelto ñoña. Volodimir Zelenski pasó de ser el hombre del año a un pobre tipo al que el mismo emperador anaranjado patea en público. Al condenado Jair Bolsonaro le están dando a tomar de su propio veneno. Y a Javier Milei, su hermana y sus perros muertos, se les está devolviendo la motosierra.

Más arriba se afirmó que no era la idea incursionar en la copromanía, pero ¿cómo no hacerlo, si se quiere hablar de uno de los compinches más prominentes de Trump: el genocida Benjamín Netanyahu? Pues bien, pese a las toneladas de maloliente posverdad que los medios globales y los algoritmos sionistas han lanzado sobre el mundo, la realidad de los hechos se impone cada día. Claro que lo hace al costo de miles de vidas y de daños materiales irreparables, pero con cada vuelta que da el mundo, ese individuo y sus cómplices son más repudiados por la opinión pública planetaria.

Esto queda en evidencia incluso en ese lugar donde se come tanta caca, como es la Organización de las Naciones Unidas. Allí, como testimonio de lo que significa ser el fondo de la letrina, la embajadora de EEUU, Morgan Ortagus, levantó el brazo en toda su extensión para vetar un acuerdo de alto el fuego en Gaza, que, en rigor, no sería de alto el fuego, sino alto al genocidio. Es decir, que mientras su jefe se jartaba en un banquete opíparo, como invitado de la monarquía inglesa, la embajadora aplicaba el derecho de veto que tiene su país en el Consejo de Seguridad, para que los niños palestinos sigan muriendo de hambre.

Es el mismo asco de mundo de siempre, pero al menos, luego de tantas vueltas, hay una creciente conciencia acerca de este holocausto, cometido de manera continuada y transmitido en vivo por las redes sociales. A pesar de los enormes esfuerzos por acallar las protestas y silenciar las voces críticas, cada día está más claro que allí no hay una guerra, sino una limpieza étnica y un turbio acuerdo de negocios montado sobre cadáveres y ruinas.

El asunto de Venezuela
Por supuesto que el tema de Venezuela es otro en el que se observa la crisis de la posverdad, las narrativas forjadas en laboratorios, las fake news y demás recursos de manipulación de la opinión masiva.

En las últimas semanas, el esfuerzo por establecer una “falsa verdad” acerca del rol de Venezuela en el negocio global del narcotráfico han llevado al poder imperial a uno de los clásicos extremos: montar operaciones de bandera falsa y pseudoacontecimientos, algo en lo que EEUU es experto desde sus tiempos de génesis, mucho antes de que se inventara ese concepto de la posverdad.

Pero, pese al despliegue de destructores, submarinos de propulsión nuclear, aviones espía y operaciones de terror psicológico, de lo único que pueden ufanarse, y Trump lo ha hecho, personalmente, es de haber volado dos peñeros y matado a catorce personas, disparando primero y averiguando después; y de detener y abordar una pequeña embarcación pesquera, incautando unos atunes.

En Venezuela, esa maniobra de gran calado (y altos costos) ha generado el efecto opuesto al planificado: ha galvanizado al país casi entero alrededor del presidente Nicolás Maduro y de la defensa de la paz, la soberanía, la independencia y el derecho a la autodeterminación. No se ha sentido la ola de histeria colectiva que han pretendido desatar con miles de noticias falsas y tergiversaciones. Por el contrario, una parte de la población ha demostrado su determinación de sumarse incluso a la respuesta armada, en caso de requerirse, mientras sigue con su vida normal, trabajando, estudiando, luchando y también pasándola bien en las playas, rumbeando como de costumbre.

El empeño en presentar el desproporcionado operativo militar como un éxito ha llevado a los jerarcas imperiales a refritar posverdades ya viejas y desacreditadas, como las del Tren de Aragua, el Cartel de los Soles y que Venezuela haya vaciado sus cárceles para enviar a los delincuentes a EEUU. Sin embargo, la fuerza de los hechos se impone. Cada vez más gente —allá, aquí y en el resto del mundo— se pregunta cómo es que los gringos tienen tan buena inteligencia policial que pueden saber que un peñero sale de San Juan de Unare, cargado de droga y tripulado por terroristas del Tren de Aragua (y, en consecuencia, neutralizarlo con un misil), pero no se enteran de quién distribuye la droga en su propio territorio ni se ocupan de matarlos de la misma manera.

Tampoco alcanzan las posverdades para tapar el hecho de que la droga sigue saliendo de Colombia y de Ecuador, países donde hay bases militares estadounidenses, recorren el Pacífico y entran por la costa oeste de EEUU sin riesgo de misilazos transmitidos en vivo. Algo raro pasa ahí.

Al final, el caballo es el héroe
El colapso de un liderazgo basado en la posverdad tiene su expresión más notable dentro del propio EEUU. Las cosas empiezan a fallar y Trump quiere arreglarlas con mayor dosis de lo mismo. Matan a un joven supremacista blanco, xenófobo, sionista, homofóbico, misógino y amante de las armas y él le echa la culpa a una supuesta ultraizquierda, aunque el homicida es otro joven de la misma calaña.

Un comentarista famoso afirma que el presidente y su gobierno están haciendo lo posible por “izquierdizar” al asesino, pues no quieren aceptar que sea un trumpista rematado. Por eso, botan al presentador del programa. Trump, además, pide la cabeza de todos los periodistas y comentaristas que se salgan de su libreto; demanda a The New York Times y amenaza con quitarles la concesión a las grandes cadenas de televisión, por la misma causa. Siente que todos los que hablan en esos medios son “bichos de izquierda” y desata una paranoia macartista 2.0 de rango nacional.

Sabe que sin un coro obsecuente en los medios y las redes, más pronto que tarde se va a quedar apenas con el apoyo de la escoria de su propia sociedad y con la de sus congéneres y lacayos de otras latitudes. [Verbigracia, la señora que acá lanza amenazas sangrientas en nombre del tipo, aunque al parecer sin su autorización. Pero ese es otro tema].

Cerremos este escatológico recuento de los días recientes con ese hálito de esperanza: las mayorías están despertando de la anestesia de las mentiras construidas a la medida, esas a las que de un tiempo para acá llaman posverdades. El líder más exitoso así creado, Donald Trump, ya empieza a tener el lugar que le ha de corresponder de a de veras: el excusado de la historia. Al final del cuento, todos vamos a deberle mucho a ese caballo. Fue el héroe mundial de la semana.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)

 



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