sábado, 11 / 10 / 2025
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¿Alguien, en verdad, cree que María Corina Machado es una paloma de la paz? (+Clodovaldo)

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Supongo que en las bases de la oposición radical habrá individuos que, de buena fe, consideren a María Corina Machado una persona que lucha por la paz. Lo supongo porque sé que de todo hay en la viña del señor, incluyendo gente de “una ingenuidad rayana en la pendejería”, como acostumbraba decir el gran profesor Alexis Márquez Rodríguez, en la Escuela de Comunicación Social de la UCV.

Pero tengo la sospecha de que hasta los más fervientes partidarios de la dirigente ultraderechista están convencidos de que ella encarna todo lo contrario. Es más, no solamente están convencidos, sino que por eso es que la admiran y la siguen. Si ella, en un giro insólito de la vida (un milagro de San José Gregorio o un evento cerebral extraño, como los que resuelve Doctor House), se convirtiera de repente en una versión femenina de Mahatma Gandhi, ese segmento de la población terminaría por repudiarla, etiquetarla como otra alacrana vendida al régimen y apedrearla sin misericordia en las redes sociales.

En rigor, si uno se pone a buscar a alguien nacido acá que esté más lejos que ella de cualquier idea de paz, será difícil encontrarle rivales, al menos entre la población mentalmente saludable.

Ella se ha esforzado en acaparar todo el rencor de clase, el odio político, el afán de revancha violenta de la extrema derecha venezolana. Por eso, insisto, es que la siguen quienes lo hacen; y por eso es que la premian las élites mundiales.

Por supuesto que Machado tiene, dentro del espectro opositor, notables competidores en eso de acumular malos sentimientos, mala fe y mala entraña. Pero ella ha alcanzado niveles olímpicos, necesario es reconocérselo. Lo siento por los otros odiadores odiosos, pero han sido derrotados sin atenuantes. De pana.

Esos competidores deben andar ahora más envenenados todavía, por la corrosiva envidia generada por el Premio Nobel. Para fortuna de ellos, la calentera la pueden pasar en Madrid, Bogotá y —por ahora— en Miami.

Pero, volvamos al tragicómico contrasentido que caracteriza a este sector del antichavismo rabioso. Los maricorinos y las maricorinas están requetefelices por el premio otorgado a su lideresa, pero no porque sean pacíficos ni mucho menos pacifistas. Es una de esas paradojas tan propias del mundo al revés sobre el que ironizaba el gran Galeano: el Nobel de la Paz es entendido en este trance como el ariete propagandístico para legitimar una agresión armada que “va a pasar”. Es un premio a la paz para detonar la guerra y concretar el viejo sueño de borrar del mapa a todo aquel que huela a bolivariano. Si usted cree que es una exageración, paséese un rato por las redes sociales para que constate que los influenciadores, bots y muchos comentaristas espontáneos están en modo “¿adónde se van a meter ahora los capitostes del rrrégimen y los comelentejas con gorgojos?”. ¡Paz y amor, pues!

“¿A quién se le ocurre?”
Carmen, mi mamá, solía usar la frase “¿a quién se le ocurre…?” para señalar los asuntos desprovistos de cualquier lógica. En este caso, calza muy bien:

¿A quién se le ocurre que es emblema de la paz una persona que ha solicitado y aplaudido el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales que tantas muertes, enfermedades, ruina y migraciones han causado en todos los niveles socioeconómicos del pueblo?

¿A quién se le ocurre que está interesada en la paz una señora que tiene años invocando tratados imperiales caducos y alianzas militares foráneas para que invadan Venezuela?

¿A quién se le ocurre que tiene vocación de paz quien ha instigado disturbios muy cruentos, utilizando jóvenes intoxicados con sus ideas, convenientemente aliñadas con drogas de diseño, que llevaron al país al borde de la guerra civil?

¿A quién se le ocurre que puede ser un ícono de paz alguien que pidió apoyo al carnicero Netanyahu para una operación militar en Venezuela y que respalda a tal sujeto en el genocidio de Palestina?

¿A quién se le ocurre que puede ser amante de la paz una mujer que comparte ideales con Álvaro Uribe, alias “el Matarife”? (Uno de los primeros en felicitarla, dicho sea de paso).

¿A quién se le ocurre que merece un Nobel de la Paz quien ha aplaudido el secuestro de compatriotas en EEUU, su envío a campos de concentración en El Salvador y el bombardeo de lanchas, supuestamente venezolanas en el mar Caribe?

¿A quién se le ocurre que merece un premio “de la paz” una persona que ha boicoteado el diálogo y ha estigmatizado a los dirigentes políticos que se han acogido a ese mecanismo de conciliación política?

Si se hace una revisión de la trayectoria de Machado desde que apareció en la escena política —el 12 de abril de 2002, apoyando el decreto de tierra arrasada de Pedro Carmona Estanga—, se puede concluir que ella es contraria a la paz en cualquier plano que se le analice. Su proceder, su discurso, su imagen y su estilo son pura violencia, guerra, odio y camorra.

La compleja cuestión de los no elegidos
Al margen del debate interno sobre si una delirante belicista merece un premio como ese, han surgido dos bloques (muy diferentes entre sí) de cuestionamientos al fallo del comité del Nobel, desde el ángulo de los no elegidos.

Por un lado está el despecho rockolero de Donald Trump, quien de un modo muy propio de él, caricaturesco y repulsivo, había hecho campaña para que le otorgaran el galardón, argumentando que había acabado con siete guerras y media, algo nunca visto en la historia de la humanidad.

Al jefe de Prensa de la Casa Blanca le tocó el papelón de salir a exponer los lloriqueos de Trump, quien, luego, respirando por la herida, se refirió a la ganadora sin dignarse a mencionarla por su ilustre nombre, a pesar de que ella, tan magnánima, le dedicó su premio.

Ya veremos cómo se resuelve este embrollo entre ricachones narcisistas, del que es mejor, mantenerse a prudente distancia, pero lo que debe llamar a reflexión y debate de los no elegidos es aquello que está en el otro extremo de la pataleta de Trump. Me refiero a los genuinos luchadores por la paz que fueron ignorados por los jueces del Nobel. Y, con ellos, los genocidios y crisis humanitarias que, con ese gesto, se pretende borrar; y las situaciones que se quiere inflar hasta llevarlas a la categoría de conflictos.

Al premiar a Machado se desvía algo así como 10 mil 500 kilómetros el foco de atención del holocausto de Gaza para ponerlo en un país que está en procura de su recuperación integral, muy a pesar de los afanes de la premiada y del poder imperial estadounidense, sus aliados, satélites y lacayos.

¿Cuántas personas han dado la vida o se han sacrificado hasta límites heroicos para llevar algo de alivio a una región atacada de manera implacable por una potencia genocida? ¿No son acaso algunas de esas personas merecedoras del reconocimiento como luchadores por la paz? ¿No es cierto que ha sido Gaza el punto donde la paz ha sido más vulnerada y pisoteada durante el año correspondiente al premio?

Personal médico, socorristas, transportistas, periodistas, activistas de derechos humanos fueron asesinados allí, en violación de todos los acuerdos internacionales para la regulación de la guerra. Pero, claro, premiar a alguna de esas personas o grupos habría sido equivalente a reconocer el genocidio y eso no va a hacerlo un país de la muy civilizada Europa, continente cómplice de la barbarie.

Mientras los autores materiales e intelectuales de la invasión y el genocidio se reparten el botín de las ensangrentadas tierras palestinas, es conveniente enfilar baterías hacia otro territorio apetecido, como es la rica y bien ubicada Venezuela, haciendo ver que aquí hay una crisis política y humanitaria que debe resolverse con la intervención de las potencias democráticas occidentales. Y para lograrlo, como cañonazo —qué falta de respeto / que atropello a la razón—, disparan un Premio Nobel de la Paz.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)


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