sábado, 18 / 10 / 2025
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Lo de la incursión de la CIA no es una fake news sino una paleonoticia (+Clodovaldo)

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Algo raro pasa: Donald Trump, el presidente que sostiene que la paz solo se alcanza mediante el ejercicio de la fuerza bruta, ahora nos amenaza con bombardearnos inteligencia. Como decía un profesor, aficionado a los juegos de palabras y a sembrar el miedo entre sus estudiantes: Lo mejor es que se preparen para lo peor.

En el reinado de la posverdad y las noticias falsas, a veces los promotores principales de esta forma de mentir recurren a las verdades pasadas de tiempo y a las paleonoticias, es decir, una verdad tan arcaica, una noticia tan vieja que ya nadie se da cuenta de que existe y que, por lo tanto, puede hacer creer a mucha gente que se trata de una novedad. ¿Por ejemplo?, pues, la presencia insidiosa y pendenciera de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Venezuela.

El prontuario de la CIA en este rincón tropical es tan extenso y antiguo que ha de ocupar cientos de metros cuadrados de archivos clasificados allá, en la guarida de este organismo en Virginia. Sí, metros cuadrados de archivos de papel, fotografías, mapas, planos, grabaciones y filmaciones, pues la injerencia y la chismografía data de tiempos previos a la tecnología digital, aclaratoria necesaria para algunos sujetos de las generaciones Millenials y Z, que creen que el mundo siempre ha tenido teléfonos inteligentes y que el Libertador Simón Bolívar y el Gran Mariscal de Ayacucho se guiaban en sus batallas con el GPS de Google Maps.

Y si hablamos del expediente del espionaje estadounidense ya en este siglo, en tiempos digitales, se calcula que debe llenar varios discos duros-durísimos, de esos cuya capacidad se mide en petabytes. [Para mis contemporáneos, los babyboomers, y para los de la generación X, aporto un dato que yo tampoco sabía, obtenido por la inteligencia artificial: un petabyte equivale a 500 mil millones de páginas de texto].

En fin, pues, valgan las exageraciones didácticas para decir que la información —difundida con fanfarrias, campanazos, títulos destellantes de última hora y fuegos artificiales—, según la cual Trump autorizó a la CIA a realizar operaciones conspirativas en Venezuela puede verse como eso que en mis tiempos de reportero llamábamos un asqueroso caliche, o sea, un dato que ya no era novedoso y, por tanto, una no-noticia.

Conocí un jefe de Información que utilizaba una supuesta anécdota de tintes homofóbicos para humillar al que pretendiera publicar un refrito de esa naturaleza. Decía que el entonces muy joven, pero ya divo, Boris Izaguirre le había llegado un día a su padre, Rodolfo, y le había confesado en tono grave: “Papá, soy gay”; tras lo cual, el papá le replicó: “¡Por favor, dime algo nuevo!”.

Así debieron decirles a sus fuentes confidenciales los periodistas que recibieron el dato ultrasecreto sobre la orden de Trump, porque la actuación de agentes de la CIA en Venezuela es tan vieja como la misma condenada, desgraciada y sangrienta agencia, (mal) parida a comienzos de la Guerra Fría, en 1947, por Harry Truman, el mismo antecesor de Trump que ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Sin embargo, dadas las características del gobierno de Trump, su desmelenada personalidad y las circunstancias que estamos viviendo como país amenazado de una agresión militar, entiendo que, periodísticamente, era necesario darle espacio, tiempo o viralidad (según el medio del que se trate) a esta paleonoticia. Revisemos por qué.

Más psicoterror

El primer motivo para difundir ampliamente esta vieja verdad es destacar el hecho de que el magnate anaranjado pretende, con su directriz, renovar la ya gastada estrategia de asustar a la gente en Venezuela, planteando la posibilidad de que los agentes gringos (que pueden ser nacidos en EEUU, de otras nacionalidades o venezolanos traidores a la patria) se dediquen a ejecutar asesinatos selectivos, actos de terrorismo y algunas de sus otras especialidades.

Nada de eso es nuevo, insistiría un periodista con sentido ortodoxo de la noticia, pero si se le suma a las ejecuciones extrajudiciales perpetradas en el mar Caribe y al tono de perdonavidas de Trump y sus secuaces, por supuesto que debe ser una razón para atizar el estado de alerta.

Cuidar a los peores enemigos

Un aspecto sobre el cual es recomendable tener especial cuidado —y, de seguro, las autoridades con competencia en el tema están plenamente conscientes de ello— es en la prevención de operaciones falsa bandera, en especial las que pueden estar dirigidas a figuras emblemáticas de la oposición radical.

Haga usted un esfuerzo para pensar de modo tan maléfico como alguien de la CIA, pongamos por caso, el exsecretario de Estado Mike Pompeo, quien dijo una vez, delante de un auditorio de estudiantes: “Yo era el director de la CIA, y allí mentimos, engañamos y robamos”. Una revisión de la historia de la agencia, indicará que, en su explosión de franqueza, le faltó decir que también asesinan gente cada vez que se les canta el orto, diría un argentino. Entonces, si lo que quiere el criminal gobierno de Trump es causar una convulsión interna y tener una justificación para su ya planificada invasión, ¿qué mejor tarea podrían hacer los agentes encubiertos que hacerse pasar por funcionarios o simpatizantes del gobierno y atentar contra la vida de algún personaje relevante de la extrema derecha?

Así que más nos vale cuidar a tales “personalidades” (dicho en el sentido policial del término) como si, en verdad, lo merecieran, no vaya a ser que a la CIA se le antoje convertirlos en mártires.

El viejísimo propósito de dividir

Si de objetivos añejos se trata, debemos anotar por acá que entre las más clásicas operaciones de la CIA se cuenta la siembra de cizaña entre líderes revolucionarios. Los superagentes se ocupan de llevar y traer maledicencias sobre supuestas divisiones en la cúpula del gobierno, el partido o —su favorita— la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).

En este oficio se han especializado numerosos operarios de la agencia que, para infortunio del gremio, tienen su título de periodistas y, por tanto, disfrutan de tribuna mediática.

Los de esta rama se pasan la vida publicando presuntas noticias sobre dramáticos altercados entre los más altos jefes políticos y militares, intercambios de insultos, recrudecimiento de odios irreconciliables, horrorosas traiciones, todo ello con el aderezo de intrigas viperinas, en tono de telenovela.

[Con gran audacia, los agentes-periodistas cuentan estos episodios con vivo realismo, dando la impresión de que fueron testigos presenciales de las trifulcas y los atajaperros. ¿Cómo se supone que logran estar en las reuniones secretas de Miraflores y Fuerte Tiuna, si son redomados enemigos del “rrrégimen” y algunos hasta llevan años fuera del país? Bueno, es que tienen una frondosa imaginación, carecen por completo de límites éticos y, además, cuentan con una audiencia ávida de creer en sus cuentos. Pero, no nos desviemos, que ese es otro tema].

En los últimos días, al compás de las ejecuciones extrajudiciales de la flota gringa en el Caribe, han abundado las versiones orientadas a alimentar la matriz de la implosión del gobierno bolivariano. Curiosamente, parece haber un efecto de karma inmediato en este punto, pues es en EEUU donde se están registrando conflictos políticos y renuncias de alto mandos militares.

Experiencia en trabajos sucios

Por más que sea un refrito, hay que tomarse en serio el dictamen de Trump de intensificar las operaciones de la CIA en Venezuela, pues la agencia se ha encargado tradicionalmente de los trabajos sucios que los militares prefieren no realizar.

La lista de atrocidades es tan larga que convertiría este artículo en un gordo tratado. Así que, mejor es limitarse a señalar que los atentados con aparatos no tripulados comenzaron a perpetrarse hace ya casi veinte años.

Si de suciedades se habla, una de las operaciones más deplorables de la CIA fue la conocida luego, en modo escándalo, como Irán-Contras, que se realizó mediante una triangulación de tráfico de armas, de drogas y el financiamiento a la guerrilla ultraderechista de Nicaragua.

La CIA en Venezuela, historia vieja

En la IV República, la CIA asesoró a organismos se inteligencia civiles y militares, incluyendo la Dirección General de Policía (Digepol), luego rebautizada Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (Disip); el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), después renombrado Dirección de Inteligencia Militar (DIM).

En tiempos de la lucha armada, estos organismos nacionales incorporaron a esbirros extranjeros con “sello de calidad CIA”, entre ellos varios cubanos como Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, quienes llevaron a cabo la cobarde voladura del jet de Cubana de Aviación, matando a 73 personas. Esta calaña de sujetos realizaba interrogatorios con tortura a los presuntos guerrilleros en los calabozos de los referidos cuerpos policiales.

La CIA también entrenó a una buena cantidad de policías y militares venezolanos, incluyendo legendarios monstruos que dirigieron masacres, como el célebre Henry López Sisco.

Los venezolanos fueron tan buenos agentes que terminaron como productos de exportación para participar en labores represivas muy tenebrosas en Centroamérica. Surgió en es tiempo una perniciosa relación entre la agencia estadounidense y funcionarios diplomáticos venezolanos, quienes fueron cómplices o encubridores de crímenes ignominiosos como los cometidos por escuadrones de la muerte contra religiosos y feligreses en El Salvador.

“Ese es agente de la CIA…”

En tiempos de la democracia puntofijista, unos cuantos dirigentes políticos de alto nivel, figuras de la farándula y periodistas tuvieron fama de ser agentes de la CIA. De hecho, el primer presidente de ese ciclo de la historia nacional, Rómulo Betancourt, el llamado “Padre de la Democracia”, cargó con tal sambenito desde que ahorcó sus ideas revolucionarias, plasmadas en el Plan de Barranquilla, y se convirtió en un furibundo anticomunista.

En círculos gremiales se daba por descontado que varios periodistas de la vieja-muy-vieja guardia eran agentes de la CIA, pues se había anotado tempranamente en la Operación Sinsonte (Mockinbird, en inglés) que la agencia realizó para controlar los contenidos de los grandes medios estadounidenses, y luego extendió al resto del mundo. Entre estos señores hay algunos que, ya en su muy avanzada tercera edad, siguen cumpliendo con las tareas que les imponen sus jefes. O, al menos, eso parece.

Tiempos de la máscara decente

La pésima reputación de la CIA llevó a los estrategas estadounidenses a ponerle un antifaz. Fue cuando crearon la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID), que era, como se decía hace muchos años, “el mismo musiú con diferente cachimbo”.

En lugar de tener el objetivo de matar gente, derrocar gobiernos, torturar comunistas y experimentar con drogas para el lavado cerebral, como la CIA, la USAID posaba como defensora de los derechos humanos, la libertad de expresión y de prensa, la democracia, la transparencia electoral y cuanta cosa buena haya en la vida. De ese modo, aparecía como todo lo contrario a lo que estaba detrás de la careta: apoyo a dictaduras, asesoría para la represión, técnicas de tortura, mecanismos de censura, violaciones a los derechos de las personas y cuanta cosa mala y criminal haya en el mundo.

En la etapa de la USAID ya no había que convertirse en agente, sino presentarse como activistas de ONG, fundaciones y demás artilugios de la impostura. Pero, igual, los operadores seguían siendo defensores de los intereses de EEUU, el que pagaba la nómina, los viajes, los cursos y talleres, es decir, toda la parafernalia asociada al disfraz.

Buena parte de esta CIA descafeinada y libre de gluten son, defensores de derechos humanos, así como dueños de medios, periodistas, influenciadores y replicadores de matrices de opinión en las redes sociales.

¿Puede decirse que estas personas han sido, a su manera, agentes de la CIA? Sí se puede, pues han estado al servicio del poder imperial en momentos de suma hostilidad contra Venezuela. Respaldaron las políticas de Washington para causar daños graves a la economía e intensos sufrimientos al pueblo; apoyaron disturbios vestidos de revoluciones de colores; cohonestaron las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo;  legitimaron el despojo de Citgo y otros activos nacionales por parte de los depredadores del norte y sus títeres locales; e inflaron liderazgos ineptos y corruptos.

En 2025, tras el regreso de Trump a la Casa Blanca, se decretó la intervención de la USAID, lo que dejó, transitoriamente, en la indigencia a varias pandillas de operadores, algunos radicados en Venezuela y otros “en el exilio”.

En el trance actual, con una amenaza concreta de agresión armada por parte de la superpotencia bélica más destructiva de la historia, se supone que a este batallón de agentes ya no les está llegando el incentivo de la USAID. Pero, con la orden de potenciar las acciones de la CIA, seguramente verán de nuevo sus pagos regulares para que continúen montando sus historias sobre traiciones, negociaciones bajo cuerda y cosas que van a pasar.

Ante el estrafalario anuncio de unas operaciones encubiertas por parte de Trump, vale retomar a Florentino y el Diablo, específicamente en el verso, significativamente a cargo del personaje satánico, referido al que se acuesta sin colchón ni almohada: “El que va a dormí en el suelo pega en la tierra el oío / si tiene el sueño liviano nunca lo matan dormío”. O, como decía el profesor: lo mejor es prepararnos para los peor.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)


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