Como una herramienta para comprender el curso de los actuales desafíos sociopolíticos en Latinoamérica y el Caribe, se presentó en la 16.ª Feria del Libro de Caracas, Venezuela, la nueva publicación del escritor Miguel Ángel Pérez Pirela titulada “Papeles de Política: 1999-2025”.
El texto fue editado por Monte Ávila Editores Latinoamericana y La Iguana Ediciones, en una presentación a cargo del viceministro de Fomento para la Economía Cultural del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y presidente del Centro Nacional del Libro (Cenal), Raúl Cazal, y el escritor e intelectual Luis Britto García.
Pérez Pirela, quien es doctor en Filosofía Política y actual coordinador internacional de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, analiza casos específicos de intervención imperialista en Venezuela, Colombia, Bolivia, Cuba, Uruguay y Haití.
Allí los analiza desde un intervencionismo cada vez más agresivo. Además, el libro aborda temas como la manipulación mediática, la infoguerra y la importancia de los medios de comunicación comunitarios en la batalla de ideas.
Por ello, luego de la gran presentación del texto, férrea fue mi decisión de leerlo y ofrecerles acá mis humildes consideraciones sobre un texto de más de 200 páginas.
Sobre cuando me leí el nuevo libro de Pérez Pirela
En tiempos donde abunda la palabra guerra en casi todas las portadas de prensa diariamente, ¿qué sentido tiene leer «Papeles de Política 1999-2025»?
El hecho en sí lo asumo no como ejercicio académico, sino como acto de autodefensa en tiempos de guerra mediática.
Y es que, desde el primer capítulo, Armas de comunicación masiva en la era de la globalización —donde el autor dialoga con Paul Virilio para interpretar nuestra realidad latinoamericana— emergen cinco ideas esenciales que sacuden cualquier pretensión de neutralidad.
Primero, que la infowar no es una guerra por la información, sino una guerra contra la realidad misma, cuyo mecanismo consiste en fabricar “acontecimientos” ficticios —como en el Puente Llaguno de 2002— para reemplazar los hechos con narrativas funcionales al poder.
Segundo, que las verdaderas armas contemporáneas ya no son los misiles, sino los dispositivos mediáticos —satélites, pantallas, cámaras— cuyo impacto audiovisual en tiempo real busca gobernar los espíritus más que destruir cuerpos.
Tercero, que vivimos bajo una “democracia de la emoción”, donde la opinión se consume como un producto y el miedo se sincroniza globalmente hasta anular el juicio crítico.
Cuarto, que la ciudad se ha convertido en el nuevo campo de batalla: ya no se lucha entre ejércitos, sino en «ciudades pánico», transformadas en escenarios teatrales donde los civiles son las principales víctimas de un “militarismo teatral”.
Y quinto, que el imperio actual no es territorial, sino liberal y desterritorializado, que desarticula Estados-nación para imponer una metaciudad global gobernada por la confusión entre lo real y lo virtual.
La guerra mediática y la dictadura de los «numeritos»
Pirela cita al investigador Gustavo Villapol, y afirma que la guerra comunicacional tiene su núcleo en la guerra digital, un fenómeno no solo tecnológico, sino profundamente antropológico, desde donde se apunta a moldear la subjetividad humana.
Una vez en ese punto de la lectura, llegas a la historia de los algoritmos —diseñados en Silicon Valley y al servicio de intereses geopolíticos estadounidenses—, los cuales funcionan como barreras invisibles que imponen una cosmovisión colonial, eurocéntrica y racista.
Con ello, convierten al mundo entero en una “cárcel virtual” al estilo de la Caverna de Platón, donde solo circulan sombras de una realidad manipulada.
Recreando una dictadura del espíritu que se vende como libertad: compramos nuestra propia subordinación en nombre del entretenimiento, la conectividad y la supuesta neutralidad de la tecnología.
Cuando en realidad todo lo humano —desde el amor hasta la política— pasa ahora por un embudo controlado por unas pocas corporaciones y los poderes fácticos que las sostienen.
Al llegar a ese punto, algo me quedó claro: en esta guerra multiforme, una periodista cultural como yo, no es observador neutral. Es, quiera o no, parte del frente —y también del antídoto.
¿Y qué hay con Venezuela?
Continué ojeando el texto, una frase me detuvo en seco: “Venezuela no es solo escenario del paramilitarismo, sino también de la construcción silenciosa de un para-Estado”.
Como periodista cultural, estoy acostumbrada a leer entre líneas de discursos y símbolos, pero esta vez la línea era de fuego. El texto no denuncia una simple injerencia exterior, sino una guerra de cuarta generación —silenciosa, asimétrica y letal— cuyo objetivo no es invadir con tanques (por suerte y por ahora).
Pero sí se plantea desmontar desde dentro las tres columnas del Estado moderno: fronteras definidas, Fuerzas Armadas unidas y una cabeza común reconocida.
Pérez Pirela recurre a clásicos como Hobbes y Weber para recordarnos que el Estado se funda en el monopolio legítimo de la violencia dentro de un territorio.
Pero cuando grupos armados —con nexos narcoparamilitares y respaldo extranjero— operan en zonas del país creando sus propias reglas, imponiendo su propia “justicia” y desafiando la autoridad estatal, ya no estamos ante delincuencia común, sino ante la emergencia de un para-Estado: una estructura paralela que disputa soberanía.
Este fenómeno no es nuevo ni exclusivo de Venezuela.
El autor lo vincula con la estrategia estadounidense de debilitar Estados latinoamericanos —como en el caso de la “media luna” en Bolivia—, fracturando su cohesión territorial, deslegitimando su gobierno y fragmentando sus fuerzas armadas.
La meta es clara: sustituir el Estado-nación por entidades débiles, privatizadas y subordinadas a intereses imperiales.
El análisis se vuelve aún más inquietante al señalar a actores concretos: el DAS colombiano (hoy AIC) y la CIA, con planes como Falcón, Salomón o Fénix, diseñados no para combatir el narcotráfico, sino para penetrar y desestabilizar países vecinos.
Manipulación mediática y la batalla por la memoria colectiva en América Latina
Escándalos de espionaje, vínculos con paramilitares y operaciones encubiertas revelan que la “seguridad regional” es, en muchos casos, una fachada para la construcción de estos para-Estados.
Lo más perturbador, sin embargo, es el diagnóstico final: la injerencia ya no busca derrocar gobiernos con golpes visibles, sino erosionar la soberanía desde la sombra, hasta que el Estado deje de ser la única fuente de derecho y orden.
Cuando eso ocurre, la ciudadanía —desorientada, fragmentada— deja de reconocer una autoridad común. Y entonces, sin disparar un solo tiro, el imperio ha ganado.
Las 222 páginas son necesarias para entender la relación entre lo que hoy sucede en América Latina y el Caribe y conceptos filosóficos que siguen tan vigentes como nunca. Intenté cerrar mi lectura, aunque con una certeza desafiante: en esta guerra silenciosa, la cultura, la narrativa y la memoria colectiva son trincheras.
(Alhena Romero / Alma Plus tv)
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