El mundo vive un grave proceso de degradación moral. Está impulsado por quienes ostentan el poder global y ven sus intereses seriamente amenazados por el surgimiento de un mundo en el que se quiebra, irremediablemente, la hegemonía estadounidense.
Trágicamente, el marco moral de las relaciones internacionales, de la política, de los medios de comunicación y de la cultura de esa hegemonía decadente están determinados por el genocidio contra el pueblo palestino; por la impunidad y soberbia con la que se perpetra este intento de exterminio.
La palabra en sí misma debería sublevarnos: el genocidio es el crimen de crímenes, es la consumación del fracaso como especie, de la absurda colección de tratados y convenios internacionales que no lograron evitar la caída ni de un solo misil sobre Gaza.
No solo todos fuimos testigos del genocidio, también fuimos testigos de quiénes fueron los cómplices necesarios, de los apologetas, de los que vendieron armas, de los que brindaron respaldo diplomático a los genocidas y de los que dijeron “guerra” en lugar de “genocidio”. Fuimos testigos de los que pudieron decir y callaron.
Ese es el marco moral que pretenden imponer al mundo. Quieren un mundo de silencios, de complicidades, de apologetas y de crímenes impunes. Por eso, ahora, las agresiones se expanden geográficamente y llegan a apuntar sus misiles de guerra, mediáticos y culturales contra las costas, no sólo de Venezuela, sino de toda América Latina y el Caribe.
Ante ese concierto de realidades, ¿qué hacer? La respuesta está nuevamente en Gaza, en el escenario de los crímenes más macabros transmitidos en vivo, en directo y en 4k. ¿No es acaso cierto también que, en estos estos mismos instantes, una madre palestina lleva de la mano a uno de sus hijos sobrevivientes del holocausto y con él levanta los escombros de lo que hasta hace poco era su hogar?, ¿no es cierto que ella escuchó el zumbido de los misiles y el estallido de las bombas?, ¿no es cierto que ella escuchó los gritos de quienes agonizaban, vio impotente el último suspiro de sus hijos y tuvo que levantarse al día siguiente para seguir?, ¿no es cierto que ella lleva al mundo, a todo el mundo, sobre sus cansadas espaldas?
Entonces, ¿qué derecho tenemos nosotros a no seguir, a no buscar la forma de cambiar todo?
Es más que evidente que un mundo multipolar está naciendo. Ese nacimiento no está, ni estará, libre de contradicciones y de muchas dificultades. La historia muestra que este tipo de realidades se dirimían con cruentas guerras, con la violencia de quien perdía privilegios y con la violencia de quien los quería para sí. El poder se basaba en una lógica de suma cero, de sometimiento y de destrucción.
Tenemos el enorme desafío de evitar que esa historia llena de sangre y dolor se repita. La multipolaridad que nace debe estar preñada de humanidad, de los valores que nos hacen solidarios y de la paz que solo puede venir de la mano de la justicia social.
El historiador cubano René González, conocedor de la historia de solidaridad continental, escribe sobre un polo moral cuyo núcleo está en la Revolución Cubana. No se equivoca. Cuba es el mayor ejemplo de la relación compatible entre intereses y valores, un ejemplo real de cuáles son los deberes que todos tenemos con la humanidad. Cuba ha escrito muchas de las páginas más maravillosas de la historia de la solidaridad.
La multipolaridad debe crearse en un nuevo marco moral, un marco en el que los valores de la humanidad determinen su resultado. Debemos consolidar ese polo que no debe restringido geográficamente, ni por edad, ni por género; un polo de la solidaridad, un polo que ni siquiera esté limitado por el tiempo, en el que nos alimentemos y reconozcamos las luchas de quienes defendieron esos valores y nos antecedieron. Un polo de los pueblos que marque definitivamente el tono de las relaciones entre los Estados.
Ese polo está vivo y creciendo en las manifestaciones por Palestina, en contra de la degradación ambiental, en contra de las privatizaciones, del hambre y de las guerras. Puede vérselo crecer en las calles, escuchárselo en canciones, poemas, obras de teatro, películas, podcasts, reels y posts.
Así, tenemos muchas tareas hacia adelante. La primera es la unidad, evitar la dispersión de esfuerzos, es un acuerdo mínimo de lucha por la paz y la justicia social y por la autodeterminación de los pueblos.
Debemos sumar nuestros esfuerzos a la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad y a la Internacional Antifascista. Debemos multiplicar las Flotillas por la paz, por la libertad y en contra de la guerra. Debemos reinstalar los Tribunales Permanentes de los Pueblos como espacios morales y populares para sentar en el banquillo de los acusados a quiénes no les importa la sobrevivencia de la humanidad. Debemos consolidar la creación de Redes de Abogados, de Ambientalistas, de Pacifistas en Defensa de la Humanidad. Debemos sumar nuestros esfuerzos a todos los espacios que están en la batalla de las ideas. Debemos dar la batalla virtual, pero esa no es más importante que el contacto humano, en el estrechar la mano de nuestros compañeros y compañeras, de hablar y construir juntos.
No se equivocaba Bolívar en su lucha por el equilibrio del Universo. No se equivocaba Martí en su noción de que Patria es Humanidad. No se equivocaba el Che en que la solidaridad es la ternura de los pueblos. No se equivocaba Fidel en su incansable batalla de las ideas. No se equivocaba Chávez cuando decía que viviremos y venceremos.
(Sacha Llorentis)
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