En este contexto geopolítico mundial, cabe preguntarse: ¿cuál es el lugar de Venezuela en la agenda imperial? Durante la campaña electoral estadounidense, Donald Trump ha reiterado públicamente que se debería invadir Venezuela para “recuperar” los pozos petroleros.
Muchos sostienen que Trump no inició ninguna guerra durante su mandato. Pero cabe preguntarse: ¿qué ocurrió en Venezuela? Su administración desplegó una guerra de nuevo tipo, una guerra híbrida, y ahora anuncia una de mayor escala. Detrás de la disputa territorial entre Guyana y Venezuela por el Esequibo se esconden los intereses de la petrolera estadounidense ExxonMobil, que busca tomar el control directo de los pozos petroleros venezolanos.
Debemos mantenernos atentos, pues cada vez que Estados Unidos planifica una guerra, fabrica los pretextos necesarios mediante campañas (des)informacionales de fake news. Recordemos el caso de Libia: bajo el paraguas de la OTAN y con la complicidad de la ONU, se inventó una supuesta “crisis humanitaria” y se instrumentalizó a los yihadistas del imperio como excusa para invadir el país, asesinar a Muamar el Gadafi y apoderarse de sus oleoductos, destruyendo la economía más próspera de África. En ese sentido, no podemos permitir que Estados Unidos repita la historia saqueando el petróleo del Esequibo a través del mar Caribe. Podrían inventar cualquier pretexto para justificar una agresión bélica directa contra Venezuela. Este es sólo uno de varios escenarios posibles.
Siempre existen factores contingentes e inesperados que pueden alterar el curso de la historia. No se puede descartar que Estados Unidos entre en una guerra civil y colapse como imperio. Analistas de diversos sectores reconocen que la polarización interna es tan profunda que ese desenlace es posible, considerando además que gran parte de la población posee armas y existen milicias legalmente organizadas. Durante los primeros días de la pandemia de Covid-19, las filas para comprar armamento se extendían por varias cuadras. Un escenario de guerra civil interna modificaría radicalmente la hipótesis de conflicto militar contra Venezuela. Sin embargo, las tendencias actuales apuntan a que la escalada imperial continúa su avance.
Reiteramos: “en guerra avisada no muere gente”. Venezuela constituye una línea roja que todos los que nos consideramos de izquierda debemos defender. Las ambigüedades y complicidades de cierta pseudoizquierda frente a la agresión imperialista contra Venezuela deben ser denunciadas sin titubeos. Por tanto, es necesario resistir como lo ha hecho Irán: anticipándose y preparándose ante posibles escenarios, de modo que el imperio estadounidense tema y se vea obligado a frenar sus planes antes de lanzarse en una aventura militar.[1]
Entonces, ¿por qué Venezuela? La respuesta más evidente está en sus recursos naturales, indispensables para la competencia internacional en el mercado capitalista mundial, especialmente en la industria militar, la electrónica y el desarrollo de la inteligencia artificial. Sin embargo, existen acontecimientos que aceleran la escalada contra el país caribeño. Ya hemos mencionado la caída de Bolivia como un evento clave: tras ese golpe, sólo queda Venezuela como bastión de resistencia. A esto debemos sumarle la inminente guerra contra Irán.
El sionismo impulsa la escalada del conflicto contra Irán, lo que afectará gravemente la producción y distribución petrolera en el Golfo Pérsico, la mayor zona productora del planeta. El resultado será un aumento abrupto del precio del crudo. Si bien Estados Unidos dispone todavía de cinco o seis años de producción petrolera interna, ante este panorama, se verá forzado a “recuperar” y controlar pozos petroleros de gran importancia estratégica. Allí entra, nuevamente, Venezuela.
Debemos prestar atención a las palabras que utiliza el imperio. Años atrás, las invasiones se justificaban bajo la excusa de la “guerra contra el comunismo”. Tras la caída del bloque soviético, la nueva justificación pasó a ser la lucha contra el “terrorismo islámico”, otra fabricación de la CIA. En el caso de Venezuela, no la acusan ni de comunista ni de Estado islámico, aunque el gobierno se proclama socialista y mantiene relaciones con Irán, por lo que inventan una nueva narrativa: Venezuela es un Estado narco-terrorista.
Estados Unidos siempre ha creado argumentos de este tipo para legitimar sus invasiones militares. Esto es una constante en su historia desde el siglo XIX hasta hoy. Todas las guerras en las que han participado han sido precedidas por autoataques o provocaciones fabricadas por ellos mismos para presentarse como víctimas ante el mundo y así justificar las guerras. El modelo se remonta a las guerras hispanoamericanas de 1898, cuando Estados Unidos hizo explotar su propio buque, el USS Maine, anclado en el puerto de La Habana, matando a 266 marines y culpando a España. Con ese pretexto, y con el apoyo de la prensa amarilla, justificaron la guerra para apropiarse de las colonias españolas en el Atlántico y el Pacífico.
Las fake news no son una invención moderna; sólo han cambiado los medios de comunicación. No debemos olvidar que Estados Unidos es un imperio fundado en la mentira. Las guerras están planificadas con años de anticipación; no son decisiones improvisadas. Así ha actuado Estados Unidos durante todo el siglo XX y lo que va del XXI. No les importa cuántos estadounidenses mueren en esos autoataques; al contrario, mientras más víctimas haya, mejor funciona la narrativa del martirio nacional: “nos han asesinado a tres mil personas en el atentado a las Torres Gemelas”.
Debemos, entonces, prestar atención a las palabras que utilizan. No hablan de “narcotraficantes”, sino de “narcoterroristas”. Esto no es casual. La elección de los términos está íntimamente ligado al sistema jurídico y normativo estadounidense, que muchos en América Latina y el Caribe desconocen y, por tanto, no comprende la gravedad de esa terminología. Si a alguien le hicieran elegir entre ser acusado de narcotraficante o terrorista en Estados Unidos, le aconsejaría que eligiera la primera opción. ¿Por qué? Porque quien es acusado de terrorista pierde automáticamente la presunción de inocencia y el habeas corpus deja de tener efecto. En tal caso, pueden encarcelarte en Guantánamo, desaparecerte legalmente y negarte de por vida el derecho a un juicio. En este sentido, la acusación de terrorismo tiene consecuencias jurídicas devastadoras para las personas dentro de Estados Unidos.
Pero en el plano internacional, además, ser acusado de cometer actos de terrorismo puede conllevar ser objeto de ataques preventivos, conforme al marco legal estadounidense. En cambio, los países acusados de “narco-Estados” no pueden ser invadidos bajo ese mismo argumento; se utilizan otros mecanismos legales de presión. Pero cuando un país es calificado de “narco-terrorista”, esa denominación les otorga la justificación jurídica para atacar o invadir sin haber sido agredidos previamente.
El llamado “Cartel de los Soles” no figura en los informes recientes de la DEA ni en los de Naciones Unidas. Es otro invento. El 90% del tráfico de drogas hacia Estados Unidos se realiza por el océano Pacífico, no por el Atlántico. Frente a esta manipulación, es urgente desarrollar una contraofensiva comunicacional, para informar al mundo lo que el imperio está haciendo contra Venezuela. Incluso los relatos sobre supuestas lanchas a las que bombardean son absurdos: con sólo el peso del combustible necesario para llegar a Florida, esas embarcaciones se hundirían, mucho más si se les añadieran decenas de kilos de droga.
Durante la invasión a Granada en 1983, el imperio inventó que los estudiantes estadounidenses de la facultad de medicina estaban siendo amenazados y agredidos por el gobierno revolucionario. Con ese argumento, Estados Unidos invadió la isla y “rescató” a sus estudiantes (Operación Furia Urgente). Pero al llegar a su país, cuando la prensa los entrevistó, los propios jóvenes declararon que nunca habían estado en peligro ni habían vivido situación violenta alguna. Tuvieron que quitarles los micrófonos porque sus testimonios desmontaban la farsa. Lo mismo ocurrió con la invasión de Panamá en 1989: marines y soldados estadounidenses se disfrazaron con uniformes de la Guardia Nacional panameña y atacaron las bases militares, filmando la escena para presentar luego las imágenes como evidencia. Con ese montaje justificaron la invasión y la ocupación del país.
Algunos sostienen que los recientes ataques a las embarcaciones acusadas de trasladar drogas se trata de una fabricación mediante inteligencia artificial; otros afirman que las imágenes son reales, pero que no fueron en aguas territoriales venezolanas. El relato resulta absurdo, pues no existe ninguna evidencia que vincule a Venezuela como el tráfico de drogas. La ONU ha declarado al país como zona libre de narcotráfico. Todo esto parece una película de Hollywood de clase “D”, por lo mala que es.
Estamos presenciando la “miamización” de la política exterior estadounidense, una aplicación de la llamada doctrina Rubio, que busca por todos los medios derrocar a los gobiernos soberanistas. El lobby cubano radicado en Miami —abiertamente anticomunista, antisoberanismo y pro-colonial— aprovecha el momento de decadencia imperial y de crisis de recursos para orientar la política exterior de Estados Unidos hacia la caída de los gobiernos soberanistas. Por eso la ofensiva contra Cuba y Venezuela ha alcanzado niveles sin precedentes, acompañada de sanciones que se multiplican hasta el absurdo.
En Estados Unidos crece el hartazgo frente a guerras inútiles que sólo benefician a las siete compañías del complejo militar-industrial. Mientras el país gasta trillones de dólares en conflictos que no puede ganar, su economía se desmorona y la población sufre las consecuencias. Incluso dentro del movimiento MAGA,de extrema derecha y seguidor de Trump, predomina un sentimiento antiguerra: están cansados de que se malgasten recursos públicos en guerras que enriquecen a unos pocos y empobrece a las mayorías. El presidente había prometido no involucrar a Estados Unidos en ningún nuevo conflicto militar. Sin embargo, actualmente, se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado, tiene al movimiento MAGA —que lo llevó a la presidencia—, racista, xenófobo y fascista, pero decididamente antiguerra; por otro, a los sionistas que financiaron su campaña electoral. Esta es su disyuntiva: entre la base electoral que lo apoya y los grupos de poder sionistas que lo financian.
El pacto con los sionistas tiene dos ejes: Palestina e Irán. Trump lo aceptó y ahora le exigen cumplirlo. Ha respaldado abiertamente el genocidio en Gaza, pero frente a Irán muestra cautela. Sabe que una guerra contra Irán desataría un conflicto mundial y que, en el contexto de la decadencia imperial de Estados Unidos, sería una empresa imposible de sostener.
Trump ha intentado cumplir parcialmente con las exigencias de los sionistas, pero surgen fricciones con Netanyahu. Los sectores más radicales de Israel consideran que Trump no está cumpliendo el pacto como ellos esperaban. Por ejemplo, cuando Estados Unidos lanzó las tres bombas sobre las instalaciones nucleares de Irán en el marco de la llamada Guerra de los 12 días,Trump creyó que el problema estaba resuelto, pero los sionistas respondieron de inmediato: “esto no ha terminado”.
En una entrevista que nos hizo Atilio Borón, señalamos que a Trump podrían realizarle una operación de falsa bandera para justificar una guerra contra Irán, o amenazarlo con divulgar los documentos secretos del caso “Epstein”. Menos de treinta días después, comenzaron a filtrarse los documentos relacionados con Trump y su esposa Melania. El mensaje del sionismo fue claro: “o te alineas, o te alineamos”. Mientras tanto, el movimiento MAGA lo presiona en sentido contrario, exigiéndole mantenerse fuera de toda guerra. Así se encuentra Trump: atrapado entre las presiones del capital sionista y la resistencia de su propia base antiguerra.
Para finalizar, la presión interna de su propio movimiento MAGA en contra de más guerras incluye la oposición a una posible agresión militar contra Venezuela lo cual constituye una variable que hace unos meses nadie se esperaba. Sin embargo, Trump hoy responde más a los intereses del lobby sionista y a los neocons del complejo militar-industrial de los Estados Unidos que apoyan una intervención militar contra Venezuela que a su propio movimiento político MAGA que se opone a una nueva aventura militar. Esta contradicción tendrá consecuencias importantes dentro del imperio en caso de optar por una agresión militar contra Venezuela. Al igual que en Iraq hace más de veinte años, la inmensa mayoría de los estadounidenses se oponen a esta agresión militar. La diferencia hoy es que tenemos un imperio en decadencia hiperendeudado (37 trillones de dólares) y un hartazgo de los estadounidenses con las guerras inútiles que sólo añaden más deudas al ya en bancarrota gobierno federal norteamericano. La solidaridad con Venezuela se hace hoy indispensable. Es fundamental la organización de una movilización continental en frente de las embajadas estadounidenses en contra de la agresión militar a Venezuela.
[1] ¿Por qué Estados Unidos no invade Cuba? Porque la isla está a tan sólo 90 millas de la Florida y, si se desatara una guerra, afectaría gravemente el territorio estadounidense.
(Artículo de Ramón Grosfoguel exclusivo para la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales En Defensa de la Humanidad)
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