Un análisis semiótico-crítico de la democracia venezolana y de las calumnias burguesas articuladas para desacreditarla exige un abordaje riguroso que distinga entre los procesos reales de producción político-institucional y los dispositivos simbólicos que intentan distorsionar su percepción. No se trata de validar ni refutar modelos de gobierno, sino de examinar cómo se construyen semióticamente las narrativas sobre la democracia, cómo operan las simplificaciones hiper-ideologizadas y cómo ciertos actores del campo político, mediático y económico producen signos destinados a erosionar la legitimidad simbólica del proceso político venezolano. El objetivo es comprender la batalla del sentido, no sustituirla por otra.
En ese marco, la democracia en Venezuela —como cualquier institución política— no existe como esencia abstracta, sino como un proceso histórico en constante disputa. El análisis semiótico exige estudiar cómo ese proceso es representado, recortado, distorsionado o amplificado por discursos de diverso origen burgués, y especialmente por lo que denominamos “las maquinarias ideológicas del capitalismo mediático”. Son estas maquinarias las que construyen, reproducen y exportan significados sobre la democracia según los intereses que representan. Lo que en muchos entornos mediáticos se denomina “calumnia” no debe tratarse en términos morales sino comunicacionales: son operaciones discursivas cuyo objetivo es dislocar la percepción pública, debilitando la legitimidad de un sistema político mediante signos cuidadosamente diseñados.
Una primera clave semiótico-crítica consiste en transparentar la “homogeneización acusatoria” que pretende reducir toda la complejidad institucional venezolana a una narrativa monocorde de ilegitimidad. Este procedimiento opera mediante metonimias selectivas, donde un hecho aislado se presenta como sinécdoque del total. La democracia es representada como una ficción, un simulacro o una fachada. Estas operaciones buscan eliminar la historicidad del proceso político real, sustituyéndola por un relato donde cualquier evidencia empírica favorable queda invisibilizada. No se trata de una crítica política elaborada, sino de una “gramática de deslegitimación automática”, en la cual ciertos términos funcionan como marcadores de cierre: “dictadura”, “fraude”, “régimen”, “autoritarismo”, “represión sistemática”. Cuando tales marcadores aparecen, el receptor es orientado a no analizar, sino a aceptar un diagnóstico cerrado. Son signos que pretenden bloquear el pensamiento. Y omitir, a toda costa, la voluntad democrática del pueblo revolucionario de Venezuela.
Un segundo componente es la exhibición de la agresión como “construcción del déficit democrático”, consistente en una operación en dos fases. En la primera, se define un estándar ideal de democracia basado en modelos occidentales liberales, presentados como universales y a-históricos. En la segunda, se evalúa la democracia venezolana únicamente a partir de ese modelo, sin atender a su propio desarrollo interno ni a sus instituciones específicas. La semiótica crítica identifica este procedimiento como una forma de colonialidad del sentido, en la cual se impone un marco interpretativo externo que invalida cualquier forma no liberal de ejercicio democrático. El análisis científico exige observar este procedimiento como una estrategia discursiva, no como una evaluación institucional neutral.
Una tercera operación de manipulación ideológica (falsa conciencia) es la “demonización del proceso electoral”. La democracia venezolana ha sido objeto de más de veinte procesos electorales en dos décadas, con auditorías multilaterales, participación de múltiples partidos, reformas y concursos constitucionales. Sin embargo, en el campo mediático dominante se ha instalado una estructura narrativa donde cualquier elección se presume ilegítima antes de realizarse. Esto constituye un fenómeno semiótico relevante, la acusación precede al hecho. En este patrón, la narrativa funciona de forma preventiva, anulando el potencial legitimador de la participación popular. Las palabras clave se repiten con una disciplina casi militar: “fraude anunciado”, “elección controlada”, “voto cautivo”, “candidato sin competencia”. La repetición de estos signos crea un régimen perceptivo en el que el evento electoral pierde su valor simbólico antes de existir.
Y una cuarta clave es la ofensiva que propicia la “desaparición del sujeto popular”. En muchas narrativas oposicionales o extranjeras, la ciudadanía venezolana aparece desdibujada, convertida en una masa pasiva, manipulada o prisionera de un aparato institucional. Este procedimiento semiótico borra la agencia política real de millones de personas que participan, votan, debaten y organizan. La democracia es reducida al comportamiento de élites, desplazando el foco del pueblo como productor activo de legitimidad. Para la semiótica crítica, este borramiento del sujeto es una operación ideológica central, quien controla la representación del pueblo controla la representación de la democracia. Las calificaciones que ignoran la participación popular operan como “necropolítica simbólica del demos”: matar al pueblo como sujeto político mediante el lenguaje.
Otro aspecto fundamental es la “hiperindividualización del conflicto”. La democracia venezolana suele ser reducida en el discurso mediático al comportamiento de una sola persona o a la figura del presidente. Esta simplificación produce un efecto semiótico clave: se sustituye la institucionalidad por una subjetividad personalizada, reduciendo la democracia a un antagonismo moral entre individuos. Así se borran las dinámicas institucionales, los poderes públicos, los partidos, las organizaciones sociales y las estructuras constitucionales. Para Buen Abad, este procedimiento forma parte de la “novelización burguesa de la política”: convertir procesos históricos en melodramas para consumo global. Es un acto de despolitización profunda.
En el nivel connotativo, las calumnias —entendidas semióticamente como enunciados acusatorios no sometidos a verificación— utilizan un repertorio de imágenes afectivas que anulan la capacidad crítica: crisis, caos, devastación, ruina moral. Son signos que buscan impactar y saturar antes que informar. Se construye lo que el Laboratorio denomina un “paisaje cognitivo de excepcionalidad permanente”, donde la democracia venezolana aparece como una anomalía inexplicable. La narrativa hegemónica no concibe la posibilidad de un sistema político latinoamericano que combine participación popular, tensiones institucionales, modelos alternativos y disputas reales por la soberanía. La complejidad se sustituye por la alarma.
En términos pragmáticos, estas operaciones discursivas tienen efectos concretos porque condicionan decisiones diplomáticas, justifican sanciones, bloqueos y operaciones de aislamiento internacional. Estos efectos, aunque se inscriben en la política real, dependen de forma decisiva de la efectividad simbólica previa. La semiótica crítica identifica aquí un mecanismo de “preparación comunicacional del castigo”: antes de aplicar una medida coercitiva, se construye una narrativa donde la democracia del país es tan defectuosa que cualquier acción externa aparece no solo legítima, sino necesaria. Esta alineación entre discurso y acción demuestra que el lenguaje no acompaña la política: la produce.
Un análisis semiótico-crítico riguroso debe incluir la dimensión de resistencia revolucionaria. La democracia venezolana, en tanto proceso, genera su propia producción simbólica con narrativas populares, discursos institucionales, prácticas comunitarias, debates internos, movilizaciones, contradicciones y formas de autoafirmación. La semiótica crítica no idealiza estos procesos, pero sí reconoce que configuran un campo discursivo propio que disputa significado frente a la narrativa burguesa global. El estudio científico exige comprender esta dinámica como una lucha entre hegemonía semiótica y contra-hegemonía comunicacional. La democracia no se limita al acto electoral, se expresa también en la disputa por el sentido. Allí donde el lenguaje intenta reducirla a caricatura, emerge la necesidad de devolverle complejidad, historicidad y materialidad.
Nuestro Laboratorio de Semiótica Crítica concluye que las narrativas que pretenden deslegitimar globalmente la democracia venezolana operan mediante dispositivos simbólicos pre-configurados para imponer diagnósticos morales burgueses antes que análisis políticos. La crítica rigurosa exige desmontar estas operaciones no para sustituirlas por otras igualmente dogmáticas, sino para liberar la interpretación del secuestro ideológico. La democracia, como proceso social, debe estudiarse en sus tensiones reales; las calumnias, como artefactos semióticos, deben estudiarse en su funcionamiento material. Sólo así es posible comprender el conflicto simbólico que atraviesa al país y desactivar la ingeniería comunicacional que pretende clausurar su complejidad. Y robarle todas su riquezas.
(Fernando Buen Abad Domínguez / lauicom.edu.ve)
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