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Naha mopue: somos mapoyos En un principio estaban Maiguatá y Cabeza de Morocho. El primero era Dios, el segundo un brujo: el bien y el mal, que vivían en el cielo. Sobre la tierra, en el valle Guanay, Maiguatá estaba formando la vida: allí había creado tres lagunas para los peces. Y esa vida, esos peces, se los estaba robando Cabeza de Morocho, que cada noche, a las doce, bajaba junto a sus dos hijas y unas cestas.

 

Entonces Maiguatá mandó al mono, su sobrino, a averiguar. Luego al grillo, a la garza, al loro, al tigre, al venado, a la mosca: todos se quedaban dormidos antes de las doce, todos eran entonces gente -cada uno, luego de esa noche, obtuvo su forma de cantar. Hasta que el pájaro chenchena descubrió lo que sucedía, los vio bajar desde el cielo y dejar tras sus robos solo algunas escamas.

 

Así comenzó la creación del mundo, que Maritza Reyes cuenta con su nieta sentada sobre sus rodillas, mientras arregla una camisa con una antigua máquina de coser. Es mediodía en la comunidad El Palomo, que se dice Murucuni en idioma mapoyo.

 

A esa hora ha finalizado la mañana de clases, la construcción del caney de 30 metros donde funcionará un mercado-escuela está parada, y en las casas huele a pescado de río cocinándose. De fondo se ve el Cerro Caripito: una inmensa piedra oscura con brillos de agua cayendo, y un bosque en lo alto. A sus pies se encuentran varios conucos con siembras de plátano y topocho, y no hay cercas que los separen, como en casi todo ese territorio ancestral de 230 mil hectáreas que se extiende desde el río Suapare hasta el río Parguaza.

 

Witi turu mopue wuaimuru: yo hablo el idioma mapoyo

 

A las 7h30 de la mañana los 120 niños, que van de preescolar a sexto grado, cantan el himno en mapoyo en la entrada de la escuela. Al finalizarlo ingresan a sus aulas saludando con palabras en su idioma, mientras la maestra hace lo mismo para indicarles que se sienten. Luego comienza a hablar en español, presentando el tema del día, y la mañana transcurre, entre los dos idiomas.

 

Esa escena, que se repite cada día de lunes a viernes, no existía hace 10 años: entonces los niños no aprendían mapoyo y los más viejos no lo enseñaban, ni en la escuela ni en las casas. La lengua se iba perdiendo, y con ella una parte central de la identidad del pueblo indígena más pequeño de Venezuela –casi 400 en Murucuni, y la misma cantidad por el territorio nacional.

 

Fueron las nuevas generaciones quienes comenzaron a impulsar la recuperación, a querer entender y saber aquello que escuchaban en boca de sus abuelos, de sus padres. “El idioma y la cultura estaban dormidos pero el conocimiento está allí: tenemos que despertarlo”, afirma Carolina, quien tiene 30 años, y fue una de quienes comenzó a impulsar el puente necesario entre generaciones.

 

La organización los llevó a indagar no solamente en el idioma, sino en la integralidad de su cultura. Entonces, con el apoyo de la Escuela Nacional de Culturas Populares, crearon la figura de los “maestros de saberes ancestrales”: uno/a por cada área: idioma, historia, tejidos y juegos, elaboración de curiare y canaletes, arquitectura –la construcción del caney para el mercado es parte de esa enseñanza-, medicina, trabajo con loza, agricultura, y elaboración de casabe y mañoco.

 

Así comenzaron a encontrarse: unos con deseo de aprender, y otros dispuestos a enseñar. Y los niños empezaron a decir palabras en su idioma –“todavía cuesta decir oraciones largas”, indica Carolina-, y eso generó una inquietud en sus padres, que decidieron involucrarse en el aprendizaje del mapoyo. Ahora cada viernes hay clases de idioma para adultos.

 

Carolina es hija de Simón Bastidas, el cacique. Su hermano, Argenio es capitán, lo que significa que más adelante será a su turno cacique de la comunidad. Esa es la organización tradicional del pueblo mapoyo y de otros comunidades indígenas, aunque en este caso la elección del capitán la hace el cacique y no sucede mediante votación -“cada pueblo indígena tiene su cultura”, indica Simón.

 

Eso es parte de su identidad, del orden interno de Murucuni. Pero esto ha entrado en diálogo con otra forma organizativa: el consejo comunal que ya han conformado, y la comuna, que junto a los otros 7 pueblos que habitan su territorio, están construyendo. “El consejo comunal tiene que ponerse bien de acuerdo con la autoridad legítima de la comunidad, trabajar engranado con el cacique y el capitán”, cuenta Argenio, y señala que en otras comunidades ha sucedido que el consejo comunal quiso apartar a la autoridad histórica.

 

No es el caso en Palomo, donde el mismo Simón impulsó la conformación del consejo comunal, y Carolina por ejemplo es vocera de Cultura. Así han logrado varios avances como es el tendido eléctrico, la construcción de un comedor escolar, un ambulatorio que está en obras, un camión, tres embarcaciones, tanques de agua para las viviendas. Logros materiales, atados al proceso organizativo que atraviesa la comunidad uniendo la recuperación de lo ancestral con el ensayo de lo nuevo.

 

Mapoyo es libertad y resistencia

 

Al finalizar la batalla, Simón Bolívar mandó a llamar a Paulino Sandoval, cacique general. Los mapoyos, al mando del capitán Alejo habían peleado, y gracias a su ayuda pudieron contra los españoles. Al llegar el cacique, el Libertador le preguntó qué deseaba su pueblo: tierras para vivir, fue la respuesta. Entonces le dio un papel con el título: desde el río Suapare hasta el río Parguaza, como le habían pedido. Y su espada, junto a la lanza de José Antonio Páez.

 

Ese título se perdió en un incendio, y Simón Bastidas –quien posee la espada y la lanza-dedicó gran parte de sus esfuerzos para volver a conseguirlo. Así lo logró en marzo del 2013: el Estado les reconoció su territorio, de río a río. “Aquí nosotros somos libres”, afirma Simoncito, uno de sus hijos, señalando la ausencia de cercas, una de las normas de convivencia –que son la base para la futura comuna- acordadas con los otros 7 pueblos indígenas.

 

Pero esa libertad convive con otra realidad, una transformación que ocurrió muy rápido en su propio territorio desde 1960, cuando se descubrió que en esos cerros había bauxita, y que la cantidad permitiría explotarla durante 400 años.

 

Entonces en 1985 comenzó la extracción en manos de la empresa Bauxiven –hoy Bauxilum-, y a su lado se fundó un pueblo, Morichalito, y se construyó la carretera que pasa frente a la comunidad mapoyo. Hasta ese entonces solo tenían contacto con piaroas que se acercaban por río a hacer trueque, y con las familias venidas desde Coro, instaladas en Pijiguao, lindero de donde luego se instaló la empresa.

 

Los impactos treinta años más tarde están a la vista: ríos contaminados y un basurero a cielo abierto. “Están irrespetando los sitios sagrados que tenemos”, explica Simón. La basura se encuentra al pie del Cerro de las Piñas, uno de los tres lugares donde el pueblo mapoyo tiene a sus muertos; y la capitanía general, donde se encontraba Paulino, es hoy un lugar de almacenamiento de bauxita, inaccesible y contaminado.

 

Ante esta situación la comunidad ha pensado y propuesto varias soluciones a la empresa –hasta el momento desoídas: que realicen las obras necesarias para evitar el desborde hacia los ríos, reforesten donde se ha extraído el mineral, y se forme una cooperativa de reciclaje para la basura. Cuidar. En cuanto a recibir, hasta el momento poco o nada. Recién desde el 2002 los indígenas pudieron comenzar a trabajar en la empresa, y de los 1800 empleados cinco son mapoyos.

 

El Cerro de las Piñas queda cerca de Morichalito. Es una piedra más angosta y más alta que el cerro Caripita: es negra, vertical y parece cortada por un tiempo afilado. Allí sucedió un episodio importante en la historia de los mapoyo: el suicidio colectivo de una de las capitanías.

 

El hecho tuvo lugar debido a una falta de la comunidad para con quienes habían bajado desde arriba una noche a encontrarse con ellos. Ante lo sucedido la solución fue lanzarse desde el cerro, como les fue pedido. Pero al hacerlo no iban hacia la muerte, sino al encuentro con “los de arriba”. Por eso cantaban al subir.

 

En el centro de Palomo hay una réplica de madera del Cerro de las Piñas: allí los chicos del colegio hicieron una representación teatral de lo sucedido, de la historia de su pueblo. Ahora por las tardes trepan sobre la estructura de madera, se quedan arriba conversando y luego bajan como en un tobogán, mientras cerquita, en la cancha, los adolescentes juegan al futbol.

 

Patrimonio inmaterial de la humanidad, historia viva de Venezuela

 

Este 26 de noviembre Simón y Carolina se presentarán ante la Unesco para poder ser reconocidos como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y ser declarados como cultura de salvaguarda urgente.

 

Simoncito explica porqué decidieron dar ese paso: “La Unesco es un instrumento más para fortalecernos en pro de seguir reimpulsando la lengua, y somos nosotros, la nueva generación, junto con los abuelos que tienen los conocimientos, que vamos a inculcarles a los niños todos aquellos conocimientos que se han venido quedando atrás”.

 

El pueblo mapoyo, como todos los indígenas de América, es un pueblo de sobrevivientes: de la esclavitud, la guerra, los terratenientes, el desprecio, la contaminación, hasta a la afirmación de que habían desaparecido, que no quedaría uno solo de ellos. Hoy están reimpulsando su identidad, recobrando un orgullo que quiso ser quemado por una cultura que les dijo salvajes y les negó la razón –por eso han llamado históricamente a los no indígenas “los racionales”.

 

Por eso Maiguatá continúa allí, él que es el bien, que hizo el Orinoco ancho y profundo para que su hijo Manatí pudiera vivir en él. Y también Cabeza de Morocho, el mal, que quiso matar a Maiguatá y creó los zancudos, jejenes y la sarna. Porque la memoria nunca se fue, se encontraba dormida, y está despertando, para reconocerse y enseñar que siempre estuvieron allí, que son parte central de la historia y del país que queda por hacer.

 

(comoelvientoenlanoche.wordpress.com)

 

 

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