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Leopoldo López Gil (padre del preso) es uno de aquellos capitostes de la Cuarta República que flotaban en el pantano político sobre la espuma de su honorabilidad. Como presidente de Fundayacucho dirigió la exportación sin retorno de talentos, enviando miles de niños bien al exterior. Su honorabilidad no resistió una compra, por Fundayacucho, de bonos de la deuda pública con sobreprecio de unos millones de dólares, ni la honorabilidad de su esposa resistió la tentación de financiar con dinero del Estado (cuando era funcionaria de PDVSA) el nacimiento de ‘Primero Justicia’ la organización política de su hijo.

 

Ahora López Gil sale de su relativo anonimato para ensayar una pobre defensa de la Hispanidad con el artículo «Historia con Madre Patria» en ‘El Nazional’ del pasado viernes (9/10/15). Esto tiene sus razones: en la Norteamérica blanca, Obama ha dado pocas muestras de defender su color, y una de ellas fue cortarle el apoyo directo de la Casa Blanca a la muy racista oposición venezolana: se acabaron las fotos de las rodillitas de María Corina en la Casa Blanca junto al asesino Bush. Los dólares del Norte siguen llegando pero el respaldo político escasea, y no pasa de un ocasional saludo a la bandera a favor de Leopoldo López o el «vámpiro» Ledezma, ambos interlocutores de la CIA.

 

El apoyo político irrestricto viene de Europa, y especialmente de España, donde el gobierno de Rajoy, sus transnacionales y medios mantienen una campaña de infamias contra la revolución bolivariana. Al punto que decir «Venezuela» se ha vuelto un chiste en la política española y el público ríe de los ataques oficiales contra el trinomio «Venezuela & Comunismo & ETA». En España el ridículo no mata, y para los López una ayuda es una ayuda, y se agradece. O, como dice el dicho popular venezolano: «Ello son blancos y se entienden»…

 

Leopoldo López Gil sacó a relucir el derrocamiento, hace más de una década, de la fea estatua de Colón de Plaza Venezuela «ante la indolencia de los responsables del orden público», ignorando (una persona de su alcurnia no se ensucia con los hechos plebeyos) que unos jóvenes pagaron con larga cárcel ese derribo. Se burla López Gil que Colón haya sido «juzgado» públicamente entonces por el genocidio americano. Ignora o escamotea que en casi toda Latinoamérica las estatuas de Colón ya no tienen curso legal y que en Argentina acaban de retirar la gran estatua de Colón de Buenos Aires para reemplazarla por una gigantesca de la generala Juana Azurduy, jefa guerrillera patriota, heroína del Plata y del Alto Perú… También ignora o escamotea López Gil que este 12 de octubre se convocó a los pueblos de las Españas a la vieja Iruñea, capital histórica de Euskal Herria, no para celebrar el muy maldito «Día de la Raza» sino para «juzgar en un tribunal popular, de una vez por todas, al imperialismo español».

 

Primero las banderillas: López Gil compara el derribo de las estatuas de Colón (que ya es costumbre en América Latina) con la destrucción de los tesoros de la Humanidad en Irak y Siria (los perpetrados por los islamistas, no por EEUU, claro está) y deja flotando en el aire un paralelo entre los juicios simbólicos por el genocidio español y el juicio (muy legal) al que fue sometido su hijo, como «jurisprudencia fundamentalista» propia de «estos tiempos dolorosos e infames de la revolución».

 

Después vienen las suertes del capote y la muleta: López Gil no se limita a comparar a las adocenados bronces de Colón con las ruinas de Palmira: su españolismo llega hasta repetir la manida «lucha entre barbarie y civilización» (que Martí decía era realmente entre la naturaleza y la falsa erudición) y llamar «buitres» a los caribes, mexicas y tlaxcaltecas, tan felizmente humanizados por la espada, la horca y la hoguera de los conquistadores.

 

Y finalmente, López Gil entra a matar y escribe «Bolívar, Gual, Miranda y los padres de la patria eran y siempre serán españoles»…y si vas a Calatayud pregunta por la Dolores.

 

Según nuestro españoleto hay «Lazos ineludibles de afecto, de identidad y de nación que ahora un grupo alienado pretende interpretar con obscena demencia a unos golpistas (sic) que sembraron de terror y crimen el piso de la patria para cosechar en el surco de la historia la falsa nacionalidad». Que se frieguen los indígenas y los afro-descendientes porque no les sale invitación para Madrid ni entrada a las corridas; la patria es de blanquitos, ricos muy catoliquitos, del San Ignacio de Loyola y el Opus Dei. Y termina López Gil: «Hoy, día de la Coromoto, y el 12 de Octubre, Día de la Raza, son fechas que solas hablan de lo que en realidad somos como nación».

 

Visto lo anterior, no es extraño que su hijo haya salido tan prepotente e imprudente. Lo que sí es extraño es que esta gente todavía crea que puede ganar elecciones en Venezuela.

 

(Eduardo Rothe)