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Si contamos las veces que el uribismo ha dicho que “representa a la mitad del país”, que son “ocho millones de personas”, no dudo que ha sido en más de 50 declaraciones públicas. Sin embargo, el domingo pasado no superaron el millón y medio de votos. ¿Al fin qué? ¿No que Uribe era fuerte en las regiones?

 

Y se entiende que este ya no es el país sumido en el miedo y en el odio del cual se alimentó el uribismo. Colombia es hoy un país que camina decidido hacia la paz. Y con paz no hay Álvaro Uribe, y sin Uribe no hay Centro Democrático.

 

Con la paz, el Centro Democrático se va reduciendo a su real expresión, que no deja de ser importante (como lo deben ser todas las expresiones políticas en una democracia), pero es cada vez menos relevante. Ahora se entiende el desespero de Uribe por frenar la paz. En realidad estaba frenando su acabose, porque en un país que decide no odiar ni temer y que avanza hacia la esperanza de la paz, su discurso ya no tiene eco.

 

Sin embargo, otra derecha no tan fanática como la uribista pero sí más pragmática se convierte, a mi modo de ver, en la primera fuerza político electoral del país, y con perspectiva hacia la presidencia en el 2018. Me refiero, como ya suponen, a Cambio Radical.

 

Sin asco Cambio Radical recoge los votos comprados y cuestionados por relaciones con parapolítica y no sólo del Caribe. Al mejor estilo de los ñoños. Los radicales se sienten cómodos en medio de la mermelada y el clientelismo, al igual que la U y toda la derecha empresaria.

 

¿Y la izquierda?

 

Colombia lleva décadas de una “zurda” reivindicativa pero poco propositiva y se entiende. Este es un país donde los diferentes matices de la izquierda no han tenido espacio de desarrollo: un partido entero eliminado a finales del siglo pasado, muchos desaparecidos, criminalizados en cárceles, amenazados, “chuzados”, inhabilitados… Lo normal es que sólo se hable de los espacios que no tienen.

 

Además, la izquierda ha tenido que pelear contra un sistema democrático poroso donde gana quien pone la plata, plata para pagar votos, jurados, mesas o si hace falta, registradurías completas. Y no hablemos de los contratistas del poder privado detrás de lo público.

 

El éxito de Sorrel Aroca en Putumayo, Rodrigo Lara en Neiva y el de otros candidatos independientes refleja que buena parte del país está cansado de la polarización y quiere propuestas  que reconcilien a los colombianos y nos garanticen poder  gozar efectivamente  de bienestar social. Sin duda, por ello ha perdido tanto Uribe, quien en la tensión radicalizadora se siente cómodo.

 

También en la izquierda necesitamos autocrítica  en nuestra forma de comunicar, los nuevos tiempos de la paz le piden a la izquierda no un cambio de fondo en sus propuestas (el país las necesita) sino de forma como las presentamos.

 

Los  de zurda necesitamos aterrizar qué es eso de la paz con justicia social, no tanto a sus militantes quienes lo saben bien, sino a la gente común. Finalmente la izquierda debe favorecer una propuesta unitaria y fuerte de cara a la paz.

 

¿En realidad Bogotá castigó a Petro?

 

Bogotá no castigó a Gustavo Petro, lo que pasa es que no se podía permitir que otro incomodo alcalde (para los grandes poderes económicos)  como Petro llegara al poder. Entonces se emprendió una campaña de desprestigio de varios años que terminó por convencer a la gente que efectivamente la alcaldía de Petro había sido un fracaso. Bogotá no castigó a Petro, los medios de comunicación sacaron a la izquierda de la capital. Medios de comunicación que tienen dueños y directores con intereses. “Realpolitk” le llaman.

 

La administración de Petro bajó el embarazo adolescente el 31%; muchos hablan del fracaso del modelo de basura pero poco hablan de los miles de millones que la gente pagó menos en sus facturas (37.505 millones sólo en el 2013); tampoco se habla de la caída de la desnutrición, los nuevos 180.000 cupos estudiantes de 8 horas, el mínimo vital de agua, ni las 275.000 tarjetas de subsidios para estratos 1 y 2 ni de las 500.000 personas que salieron de la pobreza (según datos del DANE).

 

No soy simpatizante de Petro y también hay que decir que cometió errores, pero seamos claros: los medios se dedicaron a maximizar sus yerros y a ignorar sus logros. Fueron cuatro años de propaganda  contra Petro, pero en realidad contra la izquierda en general. Y Clara López, quien hubiera podido hacer una buena alcaldía, pagó los platos rotos.

 

Los gobernantes de la paz

 

Hay quienes entienden la paz como el trámite de firmar los acuerdos de La Habana y deshacerse -por fin- de las FARC, mientras hacen asistencia social con mucha publicidad, a lo cual llaman “posconflicto”.

 

Quienes entendemos la paz como el avance del país hacia la justicia social sabemos que este país necesita cambios estructurales para alejarse realmente de la desigualdad, para hablar de empleo decente, no de contratos de prestación de servicios ni de trabajo informal; hablar de una salud y una educación pública y de calidad, pero que no dependan de las utilidades de un privado.

 

Pero estos cambios tan necesarios para la paz deben comenzar a darse en las regiones, es decir, donde el próximo  1· de enero se posesionarán los nuevos alcaldes y  gobernadores. Entonces la pregunta es, ¿hacia qué tipo de paz se dirigirán?

 

(Contrainjerencia)