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El jueves pasado, Alan fue al centro de día por la mañana y habló con la psicóloga. Estaba especialmente triste.

 

Tras casi un mes ingresado por depresión, el chaval de 17 años tenía que volver al instituto y allí había gente que le levantaba la camiseta para preguntarle entre burlas cómo podía ir de hombre teniendo pechos de mujer. O que le tiraba por las escaleras. O que le empujaba contra la pared. «¿Cómo es que te llamas Alan si tienes tetas?»…

 

Era la versión nueva de los acosos viejos, los que sufrió desde los 14 años en otro instituto y en otra localidad, cuando se atrevió a decir que era lesbiana y a ir de la mano de su novia, tan adolescentes y libres. «Marimacho de mierda»…

 

Así que el jueves pasado, por la tarde, Alan cogió un puñado de pastillas que estaban en casa guardadas bajo llave, las mezcló con alcohol y se dejó invadir por el silencio para siempre. Era Nochebuena.

 

«Quiero contar la historia de mi hijo para que a nadie le vuelva a pasar algo parecido, que sirva para que no se repita. Mi hijo no se ha suicidado porque sí, ha sido víctima de un crimen social. Una cadena de gente se ha reído de él a lo largo de su vida. Es la lacra del acoso que persigue al diferente. Y mi hijo lo era».

 

Ester Albert Cusso es la madre de Alan, el chico que el 24 de diciembre se quitó la vida en Barcelona 20 días después de haberse convertido en el primer menor transexual de Cataluña en obtener un cambio del DNI acorde con su sexo sentido. Alan.

 

«Se puso Alan porque es Nala al revés, el nombre de su gata. La pobre lleva seis días como loca buscándole», recuerda Ester al teléfono, que es un testigo sonoro de lágrimas, rabias y firmeza salpicadas con el desorden del pasmo en la conversación con EL MUNDO.

 

– ¿Cómo era Alan?

 

– Sobre todas las cosas, una persona que quería hacer el bien. Le gustaban los niños autistas, la gente con síndrome de Down, los ancianos… Fíjate que este año se había apuntado al Módulo de Técnico en Atención a Personas en Situación de Dependencia…

 

Allí, en ese mismo ambiente, encontró Alan los últimos eslabones de la «cadena» de burlas que apedreó su pubertad hasta la muerte. «Fue la gota que colmó el vaso de una vida de acoso. Siempre tuvo un aspecto exterior muy poco femenino, y a los 14 años, estando en 4º de la ESO, dijo abierta y públicamente que era lesbiana. Iba de la mano de otra chica y en casa nos pareció estupendo. Pero en el instituto las cosas no fueron igual. Le llamaban ‘marimacho’, ‘lesbiana de mierda’ y esas cosas. Pero era fuerte y fue aguantando».

 

Un mal día, un primo muy querido de Alan (que aún no había cambiado de nombre) cayó accidentalmente de un quinto piso y murió. «El acoso se intensificó. Le decían que ya no era una chica, que se fuera al baño de los chicos, que era una lesbiana de mierda. Y llegaron a decirle: ‘Primero murió tu primo, ahora tú’».

 

Aparecieron las primeras autolesiones, cortes en los brazos, algunas pastillas… Hasta que el 24 de diciembre de 2013, dos años exactos antes del calendario de su muerte, Alan ingresó en el hospital con un diagnóstico de depresión mayor. «Los insultos, el acoso y lo de su primo fueron determinantes. Hablamos con el instituto y recibimos apoyo de los profesores. Pero creo que faltó una buena detección del problema», sostiene Ester.

 

Alan pasó el resto del curso entre el hospital y el centro de día, un mundo aséptico de refugio frente a esta infección callejera de homofobias. «Me decía que le daba miedo volver al instituto, que en el hospital todo el mundo le aceptaba».

 

Hartos de la crueldad y del temor, los padres cambiaron Rubí por Sant Cugat y un instituto por otro. «Le decíamos que no se preocupara más, que en Sant Cugat nadie sabía quién era y que todo iba a ser distinto por fin».

 

El 15 de septiembre de 2014, Alan, aún con identidad pública de mujer, arrancó el curso de ayuda a personas con dependencia entre la esperanza de una libertad por venir y el recuerdo del miedo.

 

Ganó lo segundo.

 

Sólo nueve días después, volvió al hospital. Otra lesión en los brazos, otras pastillas, otros acosos… Le insultaban y le empujaban, volvían las palabras/verdugo y el «marimacho» contra los oídos.

 

Recuperado el aliento, en abril de 2015 Alan decidió ser Alan. «Se sentía chico. Estaba muy animado. Iniciamos los trámites para el cambio de nombre y dijo que le llamáramos Alan, como su gata al revés. En el hospital, en la familia y en los amigos se presentó públicamente como Alan. Yo fui al instituto y les dije que Alan era transexual. Pedí a la dirección y los profesores que los alumnos debían saber que Alan era un chico y que nadie debía conocer con qué género había nacido. Lo aceptaron perfectamente».

 

En septiembre de este año, Alan comenzó el Módulo «bastante bien». Pero enseguida encontró problemas entre algunas personas. La intimidación multiplicada.

 

– ¿En qué consistió el acoso?

 

– Le hicieron la vida imposible. Hemos sabido que le daban porrazos contra la pared, le tiraron por las escaleras, le decían que tenía barriga de mujer y no músculos de hombre, le levantaban la camiseta y le decían que cómo era posible que fuera por la vida de hombre cuando tenía tetas, le empujaban contra el cristal… A lo mejor para esas chicas todo era una broma, pero para Alan era una tortura.

 

La vida imposible.

 

Ester cuenta que a su hijo le regresaban los miedos, la jaqueca, el dolor de tripa, el malestar entero si se acercaba la hora del instituto.

 

Por eso, el 24 de noviembre, un mes antes de esta muerte contada ahora, Alan volvió al hospital y al centro de día. Estuvo ingresado hasta el jueves 17 de diciembre y andaba ilusionado con la idea de volver al centro de día y no volver al instituto. «Pero por las fechas en las que estamos y al haber ahora menos personal, en el centro de día le dijeron que no podría ir todos los días. Le citaron para el 24 y le dijeron que no podría volver hasta el jueves siguiente. O sea, para la mañana del 31».

 

Alan fue al centro en la mañana del día 24 de diciembre y estuvo hablando con una psicóloga. «La doctora nos llamó a mediodía y nos dijo que Alan estaba muy triste. Nos recomendó que le diéramos pastillas para ayudarle a dormir y nos dijo que estaba para ingresar, pero que como estábamos en fiestas navideñas, podía ser mejor que las pasara con nosotros».

 

– ¿Y qué pasó, Ester?

 

– Alan salió del centro y seguramente se sintió desprotegido sabiendo que no podía ir allí todos los días. Eso fue por la mañana. Por la tarde, a solas, se tomó unas pastillas antiguas que ya no tenía prescritas y que teníamos guardadas bajo llave y bebió alcohol. Se le paró el corazón.

 

Al día siguiente, la madre de Alan comunicó en un párrafo la muerte de su hijo a través de la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, el colectivo en el que había entrado hacía sólo un mes. «Si llego a conocerlos antes, mi hijo no estaría muerto», dice Ester por un teléfono que comunica lamento.

 

Chrysallis organizó el domingo ocho concentraciones de repulsa en distintas ciudades de España ante el «suicidio por acoso escolar» de Alan y las redes sociales escribieron su indignación con la transfobia y su apoyo al chico, que, sin saberlo, mantiene vivo un hashtag masivo #YoTambiénSoyAlan.

 

El Síndic de Greuges (Defensor del Pueblo catalán) ha iniciado una investigación de oficio y anteayer, dos Mossos d’Escuadra estuvieron en casa de Alan hablando con sus padres y su hermano sobre los últimos días de la vida de este menor lastimosamente público.

 

-¿Cómo actuaron los adultos que rodearon a Alan durante su vida escolar?– preguntamos a Ester.

 

– Bien, pero tardaron en reaccionar. No me puedo quejar de su trato, entendieron siempre todo. Pero los profesores saben quién es quién. Saben quién es líder y quién no. Saben quién es el diferente y quién el que abusa. Saben quién tiene el poder y quién lo sufre. ¿Por qué no preguntan desde infantil a los niños si han visto a algún compañero sufrir por otro? Creo que en los institutos faltó un rastreo, un sondeo de si estaba pasando algo. Nosotros teníamos una reunión con el instituto el día 21, pero no pudimos ir porque teníamos cita con el médico y la habíamos aplazado al 11 de enero. Y mira…

 

Y ahí está Nala, mirando.

 

(elmundo.es)