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Más allá del Mensaje del presidente Nicolás Maduro ante la Asamblea Nacional, el pasado y viernes, y de la inmediata y picante respuesta que le dio el presidente del Parlamento, Henry Ramos Allup al mandatario, quedan algunos meta mensajes que es necesario abordar a partir de las angustias acumuladas que tenemos frente al presente y al futuro quienes vivimos en esta tierra llamada Venezuela.

 

Fue un hecho democráticamente positivo que el Jefe del Estado concurriera ante la Asamblea Nacional en la cual, por primera en 17 años, el chavismo es minoría. Es un hecho que va más allá de las estadísticas, de lo anecdótico. Es la confirmación, en medio de tantas dificultades, que tenemos todavía importantes resortes democráticos que pueden permitirnos resolver nuestros problemas en paz, aunque ésta sea relativa.

 

También es un hecho refrescante, e indicador de los nuevos momentos políticos que vivimos, el que Henry Ramos Allup hablara durante largos minutos en cadena nacional y pudiera responder casi que punto por punto los aspectos esenciales de la intervención del presidente Nicolás Maduro. Fue en definitiva un buen viernes para la democracia, más allá de las preferencias políticas de cada quien. En un mismo escenario las máximas figuras de los dos poderes públicos nacidos del voto directo y secreto le hablaron a un país que tiene mucha angustia, que espera repuestas. Que a ratos se entretiene con lo folklórico de la política, pero que de inmediato reacciona exigiendo respuesta frente a dos temas que no son peritas en dulce: la economía y la inseguridad.

 

Se trata de un país que reclama señales de seriedad y compromiso, que ya ha visto varias veces la película de planes que se quedan en el aparato, de grandes enunciados, de promesas nuevas que se amontonan en el armario junto a la que se hicieron en el pasado, tanto en el lejano como en el reciente. Un país que hace colas, que se recoge temprano para evitar caer en las garras de una delincuencia cada vez más organizada y temible. Esa Venezuela de hoy espera con ansiedad que la dirigencia, tanto la que gobierna como la que se le opone, sea capaz de alcanzar consensos mínimos para evitar el colapso.

 

Nicolás Maduro y Henry Ramos Allup tienen la responsabilidad, cada quien como representantes de dos fuerzas antagónicas, de trabajar arduamente para que la luz tenue de un diálogo productivo, que se asomó ese día viernes en la Asamblea Nacional, prenda con fuerza. ¿Hasta donde más debe caer la calidad de vida del venezolano? ¿Cuántas víctimas fatales a causa del hamponato necesitamos para que se tome en serio la dramática dimensión de la crisis?

 

Después del mensaje del presidente Maduro vendrán las interpelaciones a los ministros para entrar en detalle sobre la memoria y cuenta de cada despacho. Y queda pendiente también la evolución por parte de la Asamblea del decreto de emergencia económica anunciado por el Ejecutivo  y publicado en Gaceta Oficial. Si de esas interpelaciones y de ese debate sobre la emergencia económica no salen sino retórica, acusaciones y contraacusaciones, se estará desperdiciando quizás una de las pocas oportunidades que nos quedan para armar consensos que permitan darnos un respiro en medio de tantas malas noticias.

 

La ruda caída de los precios del petróleo es como el reloj que va marcando los minutos y las horas que nos quedan antes de que el tan anunciado lobo de la crisis termine de llegar para hundirnos en un empobrecimiento mayor del que ya estamos presenciando. Muy bueno que Maduro y Ramos Allup sean capaces de escucharse en un mismo escenario.

 

Pero muy malo si las fuerzas que representan privilegian la lucha por el poder antes que la búsqueda de soluciones. El Gobierno tiene la principal responsabilidad de darle viabilidad a un diálogo creíble y sobre todo productivo. La comida, los medicamentos y la seguridad son tres prioridades que no esperan. La muerte se nutre de la ausencia de ellas. La oposición  ha generado expectativas que no puede defraudar, y por ello también tiene que poner en la balanza su agenda y la urgencia nacional.

 

Ambos sectores tienen que actuar responsablemente, antes de que la realidad termine por alcanzarnos.

 

(Por Vladimir Villegas / El Nacional)