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El 16 de marzo de 1892 nació el poeta peruano César Vallejo, una de las grandes figuras de la poesía hispanoamericana del siglo XX.

 

En 1918 publicó su primer poemario, Los heraldos negros, bajo la influencia del Modernismo de Rubén Darío. En 1920 fue detenido durante una revuelta popular y acusado por robo e incendio de manera injusta. Fue condenado a más de tres meses en prisión y en este tiempo escribió una de sus obras más emblemáticas, el poemario vanguardista Trilce (1922).

 

En su viaje a París conoció al poeta chileno Vicente Huidobro y a Juan Gris, con quienes fundó la revista Favorable París Poema (1926).

 

En 1932 se unió al Partido Comunista español y su inclinación hacia el marxismo se vio plasmado en varios de sus escritos.

 

Entre sus obras póstumas destacaron Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí este cáliz (1940) donde muestra su visión sobre la Guerra Civil Española, entre otros.

 

Una de las principales características de su obra poética fue su sensibilidad ante el dolor. Si bien el Modernismo influenció sus primeras obras, en Trilce Vallejo adoptó el verso libre y rompió con las formas tradicionales, la lógica textual, la sintaxis y creó palabras nuevas, es decir, experimentó con el lenguaje.

 

El 15 de abril de 1938 la pluma de César Vallejo se detuvo, pero su legado e influencia permaneció en las siguientes generaciones.

 

Los heraldos negros

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

 

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

 

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

 

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

 

(teleSUR)