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LÍDER DE LAS LUCHAS DEL PUEBLO YUKPA POR LA RECUPERACIÓN DE SUS TIERRAS ANCESTRALES, SABINO ROMERO FUE ASESINADO HACE TRES AÑOS. LAS ADVERTENCIAS DE QUE TAL CRIMEN OCURRIRÍA FUERON HECHAS ANTE LAS AUTORIDADES, LA OPINIÓN PÚBLICA Y HASTA ANTE LA ONU, PERO NADA DE ESO IMPIDIÓ QUE LA SENTENCIA SE CONSUMARA. SU ASESINO MATERIAL FUE CONDENADO A LA MÁXIMA PENA PERMITIDA EN EL PAÍS, TREINTA AÑOS DE CÁRCEL, MIENTRAS LOS AUTORES INTELECTUALES DEL HOMICIDIO SIGUEN SIN CASTIGO.

 

Uno quiere evitar los lugares comunes al escribir, pero a veces se le hace difícil. Así sucede con la historia del cacique yukpa Sabino Romero, de cuya muerte es casi inevitable decir que fue anunciada, como la que se relata en la crónica de García Márquez. Anunciadísima, en realidad porque sobre el líder indígena de la Sierra de Perijá pesó una sentencia fatal que se dictó varios meses, tal vez años, antes y se cumplió, a sangre fría, ante los ojos de todo un país.

 

En este caso, la crónica tiene un elemento adicional que la hace todavía más cercana al realismo mágico que nos dejó el insigne escritor de Aracataca: Sabino fue asesinado unas horas antes (menos de 48) de la muerte del comandante Hugo Chávez, por lo que la ola de dolor que cubrió a toda Venezuela en aquellos inicios de marzo de 2013, arropó también al crimen cometido contra Sabino que, dado lo que él representaba, resultó ser también un crimen contra todos los pueblos originarios.

 

“Fue el segundo martirio de Guaicaipuro”, escribió en aquellos tristes días el insigne antropólogo y lingüista Estaban Emilio Mosonyi, una de las personas que más sabe acerca de la Venezuela indígena. No es una exageración del prestigioso académico, pues la lucha de Sabino, en pleno siglo XXI, es idéntica a la que desplegaron los bravos guerreros Caracas en contra de los invasores españoles en 1500 y tantos. Han cambiado los actores, pero la lucha sigue siendo la misma: desigual e inmisericorde.

 

Continuemos oyendo a Mosonyi: “El resumen de lo ocurrido no es tan difícil de elaborar, pero hay que calar muy hondo para precisar las múltiples razones y antecedentes que condujeron a este crimen atroz e imperdonable. (…) Los autores materiales del magnicidio fueron sicarios a sueldo pagados por personeros de la asociación local perijanera de ganaderos con los cuales las comunidades indígenas yukpa y barí, y también algunas wayuu, sostienen un conflicto de largas décadas en defensa de sus tierras, culturas y su existencia misma como pueblos y seres humanos”.

 

Sabino asumió el liderazgo de un grupo del pueblo yukpa que, desde tiempos muy remotos, viene exigiendo la devolución de sus tierras ancestrales, las cuales se encuentran en manos de poderosos terratenientes dedicados a la ganadería. Siempre habían tenido conflictos, pero en los últimos tiempos, estos se han agudizado por varias razones. En primer lugar, las labores de demarcación de las tierras, que se iniciaron bajo las normas de la nueva Constitución, no se realizaron con la celeridad debida y en varias oportunidades se paralizaron por completo. En algunos casos, hubo retrasos también en el pago de las bienhechurías a los ganaderos que debieron salir de las fincas por decisión de las autoridades o porque estas fueron tomadas por grupos indígenas. Por otro lado, el paramilitarismo colombiano ha penetrado profundamente en esa región fronteriza, tiñendo de la violencia más despiadada al enfrentamiento entre indígenas y ocupantes de tierras. Y, como si todo eso fuese poco, la concesión de extensas zonas de la Sierra de Perijá para la explotación carbonífera y de otros minerales ha distorsionado aún más la confrontación.

 

La lentitud en la demarcación, la actitud de algunos oficiales de la Fuerza Armada, presuntamente favorable a los hacendados, y las polémicas declaraciones que Sabino solía dar respecto a la entonces ministra del Poder Popular para los Pueblos Indígenas, la yekwana Nicia Maldonado, hizo que, en la hora de la muerte del cacique, muchos dedos acusadores se alzaran en dirección al gobierno venezolano, lo cual fue otra lamentable ironía, pues fue con la Constitución de 1999 y con el empeño puesto por Chávez que se puso en marcha el proceso de devolución de las tierras a sus propietarios originales. Interrogado respecto a la responsabilidad oficial en este caso, el actual ministro del Poder Popular para la Cultura, Freddy Ñáñez, dio una respuesta contundente: “Seríamos muy ingenuos si caemos en esa matriz que pretende crear una dicotomía muy falsa, entre el Estado y la lucha de Sabino.

La lucha de Sabino era la lucha de Hugo Chávez y la lucha de Sabino y Chávez es la lucha de este pueblo —dijo Ñáñez en 2015, durante el preestreno del documental Sabino vive, de Carlos Azpúrua—. Culpable es el capitalismo, culpable el dinero que pone por encima del valor de la vida; culpables son quienes llevan muchísimo tiempo planificando los genocidios y los etnocidios en este país”.

 

La película mencionada, como casi todas las de Azpúrua, golpeó donde duele, mostró que la realidad de regiones como Perijá está tan lejos del idealismo con el que se manejaba el tema en Miraflores, como lejos está geográficamente de la capital venezolana. Es más, demostró que esa cordillera limítrofe está incluso muy lejos de la cosmopolita Maracaibo y su burocracia regional encerrada en aire acondicionado.

Los testimonios muestran cómo Sabino comenzó a ser amenazado de muerte desde 2004, cuando encabezó la toma de varias haciendas que venían funcionando en territorios yukpa, como las denominadas Paja Chiquita, Tizina, Kusare y Brasil. Allí restablecieron su hábitat los indígenas a través de las comunidades Río Yaja, Chaktapa, Guamo-Pamocha y Shiraji.

 

La situación se tornó muy violenta en 2008 cuando las fuerzas militares acantonadas en esa zona actuaron, según las denuncias de la época, contra las comunidades indígenas, provocando una airada reacción del comandante Chávez en un ¡Aló, presidente! “Entre los indios y los hacendados, este gobierno está con los indios”, dijo con el énfasis que acostumbraba en sus disertaciones sobre esta materia. “Si usted tiene una finca en territorio que es de los indígenas, mejor es que agarre cuatro caballos y se lleve su ganado”.

 

Pero el asunto no iba a tener una solución tan sencilla como la planteada por el comandante. De hecho, la pelea estaba entonces por agarrar la sobremarcha. Los adversarios de Sabino se ensañaron contra su padre, José Romero, un hombre casi centenario, quien fue asesinado a golpes, presuntamente por sicarios al servicio de los ganaderos. Otros miembros de su familia y aliados también resultaron muertos en hechos violentos que quedaron impunes. En cambio, la muerte de otras dos personas en medio de disputas por las tierras, Hevert García y Mireya Romero, sí dio lugar a un proceso judicial, tal vez porque estos casos, los asesinatos, fueron atribuidos a Sabino y a otros dos caciques (Alexander Fernández y Olegario Romero). Por esta causa, pasaron casi año y medio privados de libertad en una cárcel de Trujillo. Una vez que Sabino recuperó su libertad, recrudecieron las versiones según las cuales estaba sentenciado.

 

La muerte de Sabino fue tan anunciada que incluso se hizo una denuncia ante la Relatoría de Pueblos Indígenas de la Organización de las Naciones Unidas. La encargada de formular la advertencia fue una de las hijas del cacique, Zenaida Romero. Ella alertó que sicarios pagados por los ganaderos tenían planificada la acción criminal.

 

Tal como lo pronosticó la joven, que entonces tenía 23 años, ocurrieron los hechos. El 3 de marzo en horas de la noche un grupo encabezado por Ángel Romero Bracho, alias “el Manguera”, disparó a matar contra Sabino y logró su cometido. Los criminales, que se desplazaban en motos, hirieron gravemente a la esposa del cacique, Lucía, y a su hijo más pequeño.

 

La noticia estalló y la indignación corrió por toda la Sierra, llegó a los despachos aclimatados de Maracaibo y rebotó hacia Caracas. Pero la descomunal pérdida que el país sufriría unas horas después, el 5 de marzo, pasadas las 4 de la tarde, le restó al asesinato del cacique yukpa el protagonismo que debió tener.

 

En los tres años que han pasado después de ambos infortunados acontecimientos, Perijá sigue siendo un territorio caliente, con el agravante de que se han dado pasos importantes hacia las concesiones carboníferas y ese factor radicaliza los conflictos.

 

En cuanto al caso tribunalicio del asesinato de Sabino, hubo un respiro de justicia, pues el autor material, “el Manguera”, actualmente de 43 años, fue condenado a pasar los siguientes 30 en prisión por su homicidio más célebre, aunque, al parecer, la lista previa era bastante larga. De los autores intelectuales se ha dicho mucho, pero, aunque parezca un lugar común, nadie está preso por eso.

 

(Clodovaldo Hernández/Ciudad CCS)