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La ciudad amaneció temerosa. En el ambiente flotaba el miedo. Fueron muchos los que no fueron a trabajar ese día. Otros lo intentaron, pero como no había transporte tuvieron que devolverse a sus casas, y lo hicieron presurosos no fuera a armarse el tiroteo de repente y los agarrase en la calle. Algunos comercios abrieron sus puertas, pero antes del mediodía cerraron, sobre todo después de recibir la visita de aquellos rostros malencarados, en su mayoría jóvenes, pero sin nada de inocencia ya en sus almas, más bien con un brillo malicioso.

 

Y es que cuando el día anterior les comunicaron que no debían abrir sus puertas, so pena de recibir represalias, fueron muchos los que pensaron que se trataba de un simple amedrentamiento y que la cosa no pasaría de allí. Pero cuando en la mañana aparecieron esos hombres y les preguntaron si no habían recibido una orden el día anterior, se dieron cuenta de que la cosa andaba en serio. Ofrecieron disculpas y cerraron santamarías. Algunos se comunicaron con las autoridades policiales para reportar la novedad.

 

En los panfletos distribuidos el día anterior se podía leer “negocio abierto, negocio robado” y estaba dirigido a centros comerciales, abastos, supermercados, restaurantes, agencias de loterías, panaderías, escuelas y liceos, al transporte de La Cooperativa, e incluso a los hoteles, es decir, al pueblo todo, pues.

 

Pero las autoridades ya sabían del asunto e incluso toda la noche una tanqueta de la Guardia Nacional estuvo apostada justo en la entrada de la sede del Cuerpo de Investigaciones Policiales y Criminalísticas en la urbanización Caña de Azúcar de Maracay y otras dos hicieron varios recorridos por toda la ciudad. Por la mañana temprano, un piquete de agentes de inteligencia se apostó en varios puntos claves del pueblo, mientras que otros tomaron posiciones dentro de El Cementerio. La policía sí sabía que aquellos criminales estaban hablando en serio. Esa sede de Caña de Azúcar ha sido blanco de varios atentados, precisamente a manos de los antisociales del denominado Tren de Aragua, un grupo paramilitar formado por expresidiarios y expolicías.

 

El día anterior, los criminales pegaron los panfletos en varias cabinas telefónicas y puertas de escuelas y comercios, y además regaron cientos de ellos en las vías principales. En los mismos se hacía alusión a la muerte de Emilio José Rojas Madriz, por lo que el grupo criminal decretaba dos días de duelo y toque de queda en la ciudad, por lo menos hasta que cesaran los actos fúnebres referidos a la inhumación.

 

Tiroteo. Rojas Madriz era el lugarteniente de José Gabriel Álvarez Rojas, conocido como el Chino Pedrera, temible hampón, cabecilla del denominado Tren de Aragua, que es una organización delictiva con fuertes ramificaciones en el penal de Tocorón.

 

Ese día el sujeto andaba en una camioneta robada y cuando les ordenaron detenerse en una alcabala, hicieron caso omiso, y tras disparar contra los agentes policiales se dieron a la fuga, por lo que se desplegó un fuerte operativo en varios puntos de la ciudad. En la madrugada funcionarios del Cicpc acudieron a allanar una vivienda en el municipio Girardot, al norte de la ciudad, y fueron recibidos a plomo limpio, originándose un cruento enfrentamiento en el que resultó herido de muerte Rojas Madriz. La gente pensaba que se trataba de una guerra, porque fueron muchas las detonaciones que se escucharon.

 

Casi desde ese instante las autoridades se declararon en estado de alerta y solicitaron refuerzos, debido a que es ampliamente conocido el enorme poder de fuego de esta banda criminal, que se dice lidera toda la delincuencia de la región.

 

Alta tensión. La policía no portó por el velorio del “mano derecha” del Chino Guerrero, sobre todo porque los reportes daban cuenta de que había numerosos hombres provistos de armas largas custodiando todo el lugar. Ese día se izó una bandera negra en el penal de Tocorón, lo que fue interpretado como una declaratoria no de luto, sino más bien de guerra.

 

Hubo whisky, drogas y música a todo volumen. Jugaron dominó, cartas y dados. A filo de la medianoche hizo acto de presencia el Chino Guerrero. Llegó en una caravana como de cuatro camionetas, todas blindadas y de color oscuro. Primero descendieron unas dos docenas de guardaespaldas que se ubicaron a ambos lados de la puerta principal, luego se bajó Guerrero, quien entró al salón velatorio y se hizo la señal de la cruz. Se acercó a la urna y se quedó un rato mirando el cadáver. Luego dio media vuelta y se acercó al grupo de parientes, identificó a la madre de la víctima y le puso la mano en el hombro. “Cuenta conmigo para lo que sea, vieja. Solo tienes que avisarme”, le dijo, al tiempo que se inclinaba y la daba un beso en la mejilla. Con la misma rapidez con la que llegaron, se marcharon.

 

Por la mañana, en medio del llanto de la familia, el ataúd fue introducido en una camioneta blanca, propiedad de la empresa funeraria. Centenares de motociclistas tomaron la avenida y comenzaron a hacer piruetas mientras lanzaban disparos al aire. Uno de los jóvenes vació una botella de whisky completa encima del ataúd, poco antes de que lo introdujeran en la camioneta.

 

Ya a eso de las nueve de la mañana iban en camino. La caravana tomó la avenida principal de Las Delicias para incorporarse a la Casanova Godoy, vía al cementerio. Las motos iban adelante, luego iba la camioneta con los restos de Rojas Madriz. Varios microbuses iban repletos, pero no de amigos, familiares o conocidos, sino de personas vinculadas al mundo del delito. La tensión aumentaba cuando la caravana pasaba al lado de las tanquetas de la Guardia Nacional, aparcadas a un costado de la vía, o de los piquetes de efectivos militares que estaban asignados en las entradas de los centros comerciales. Al final, detrás de la caravana, marchaban sigilosos numerosos motorizados del Sebin, Cicpc, Poliaragua y de la Guardia Nacional, quienes tenían la instrucción de no perderlos de vista.

 

Ya en el camino se habían producido algunas detenciones de delincuentes que se quedaban rezagados y pretendían fomentar desórdenes o cometer delitos contra la propiedad.

 

Cuando llegaron al Cementerio Metropolitano se quedaron boquiabiertos al observar la gigantesca movilización policial-militar. Había numerosas tanquetas de la Guardia Nacional y más de trescientos efectivos militares, así como numerosos agentes policiales uniformados y de civil. Prohibieron el paso de las motocicletas y ordenaron que los microbuses y los autos donde iban los familiares continuaran su camino, y que los motorizados debían seguir a pie. Las autoridades aprovecharon para solicitar documentos a varios de ellos y al comprobar que las motos estaban solicitadas, procedieron a detenerlos. Otros fueron agarrados cuando pretendieron alterar el orden público. Se retuvieron 60 motos, varias de ellas solicitadas por robo, y unas 400 personas entre hombres y mujeres fueron trasladadas al comando central de Poliaragua para ser verificados en los archivos policiales. Fueron puestos a la orden del Ministerio Público 22 de ellos, que terminaron imputados por los delitos de obstrucción a la libertad de comercio, resistencia a la autoridad y asociación para delinquir.

 

Los 15 hombres se mantienen recluidos en el Centro de Procesados 26 de Julio, ubicado en San Juan de los Morros; mientras que las siete mujeres se encuentran en el Internado Judicial de Tocuyito, en el estado Carabobo.

 

(ÚN)