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Los “audios de Venezuela”, sin el respaldo mediático de los Papeles de Panamá, ponen en evidencia que a varios jóvenes diputados de la oposición no les ha tomado ni cuatro meses conocer la fórmula para empezar a enriquecerse en términos personales y resolverse la vida al mejor estilo de la vieja política. El lema “no quiero que me den, sino que me pongan donde haiga”, al parecer seguirá vigente por mucho tiempo, pues sus practicantes no pasan de los 30 años. 

 

[Un inciso necesario: Cualquiera puede decir que comentar las peripecias de los pichones de líderes de la derecha en el campo de los negociados políticos es como mirar la paja en el ojo ajeno, en lugar de reconocer los graves casos de corrupción que han florecido en nuestros cuadros revolucionarios. No creo que sea el caso personal del redactor de este comentario ni tampoco el de La Iguana.TV, pues acá hemos clamado (y seguimos haciéndolo) porque se investigue y castigue a los falsos revolucionarios que han desfalcado al país, en especial a los que se robaron sumas fabulosas a través de empresas de maletín y otros artilugios cadivistas].

 

Lo que impacta de casos como el del diputado Requesens (el del apartamentazo de Los Palos Grandes, con vista al Ávila y dos años de alquiler pagados por adelantado) o del diputado Guevara (el del Audi “prestado” por un empresario) es la velocidad con la que han entendido la mecánica del ñemeo.

 

El cuento tiene varios aspectos irónicos. Por ejemplo, casi todos estos jóvenes vienen de ser dirigentes estudiantiles. Algunos de ellos no se han graduado y ya acumulan años de retraso en sus carreras universitarias. Pudiera pensarse que son malos aprendiendo, pero en lo que se refiere a  asignaturas como Artes del Guiso, son unos aviones. Es tragicómico recordar ahora que estos son los mismos chicos y las mismas chicas que se dieron a conocer mundialmente por tener sus manitos blancas.

 

Me pongo en el lugar de un militante honesto de la derecha y me siento terrible. Es muy duro darse cuenta de que quienes se presentan como los rescatistas de la moral nacional, se parecen excesivamente a los viejos políticos que hundieron la Cuarta República y a los que le han hecho tanto daño a la Quinta.

 

Claro que quien se decepciona de estos personajes es porque quiere. De la generación de dirigentes estudiantiles opositores surgida en 2007 no cabía esperar mucho. Para no sembrar demasiadas esperanzas en ellos, bastaba con saber que aparecieron en el panorama político nacional como defensores de las prerrogativas de la burguesía en el caso de RCTV.

 

Para no arrendarles la ganancia es suficiente recordar que el titiritero del grupo de muchachos era el sibilino padre Ugalde, por entonces rector de la UCAB, el mismo que había levantado las manos del dúo golpista integrado por Carmona Estanga y Carlos Ortega, semanas antes del zarpazo anticonstitucional de abril de 2002.

 

También bastaría rememorar que quisieron montar un show con un guion elaborado por una agencia de publicidad y, aún así, les salió mal.

 

Y de los dirigentes que –como Requesens- se incorporaron luego, tampoco era lógico tener grandes expectativas, pues sus mayores hazañas son una falsa huelga de hambre y las locuras colectivas de 2014, que tanto sufrimiento y división le han causado al país.

 

En fin, que de esa chiquillada de la derecha sólo podía esperarse lo mismo que de la dirigencia adulta y adulta mayor de ese sector político: una gran ambición de poder y una notable capacidad para el chanchullo y para no asumir nunca su propia responsabilidad.

 

Esta última característica, por cierto, la han puesto en evidencia los dos diputados noveles antes referidos cuando han sido interrogados sobre “los súbitos cambios en su estilo de vida”, por decirlo de un modo delicado. Ninguno se siente obligado a ofrecer una explicación. Y, por supuesto, los acuciosos medios, a los que les encantan los escándalos basados en grandes infidencias y espionajes, tipo Papeles Panamá, prefieren en este caso, dedicarse a cuestionar “los Audios de Venezuela” porque violan la privacidad de las comunicaciones. Se entiende: quieren lavarles las manos a sus muchachitos tremendos para luego volver a pintárselas de blanco.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])