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La última moda de la derecha, seguramente dictada por los grandes modistos del marketing político, es acusar al presidente Maduro y a los otros líderes revolucionarios de parecerse a Pedro Carmona Estanga.

 

El furor de este nuevo modelo de ataque a la Revolución comenzó esta misma semana. Casi todos los voceros opositores se pusieron su traje, creado por algún afamado diseñador mediático, y se dedicaron a afirmar que el decreto de Estado de excepción es un Carmonazo. Y cuando lo declaran ¡ponen cara agria!

 

Como se dice popularmente, “el que no los conozca que los compre”. Cualquiera que los ve o los escucha en esos trances y desconozca o haya olvidado el contexto histórico puede pensar que en esa ocasión (durante el Carmonazo) ellos estuvieron en pie de lucha en defensa de la democracia. Y también pueden pensar los ingenuos que luego estuvieron a favor de que Carmona fuese sancionado por su intento de establecer un gobierno de facto. Pero quienes sí los conocemos, sabemos que en su momento fueron rabiosamente carmoníacos y que a muchos de ellos los sorprendió el contragolpe en las antesalas del palacio, esperando al “presidente” para postularse como ministros del gobierno de transición.

 

La incorporación de los más diversos especímenes antichavistas a esta moda es una vergüenza en toda la línea. Lo es para las masas revolucionarias que vieron a todos estos sujetos (ataviados con sus mejores trapos) apoyar la artera acción contra la Constitución, aplaudiendo al señor Carmona hasta que se le pusieron moradas las manos. Y lo es también para los partidarios del golpe de 2002, esos que aún afirman que fue algo justo y merecido.

 

Salir con estos ropajes a estas alturas del juego es una demostración de las inconsistencias que tienen estos líderes opositores como seres humanos. Los mismos que suscribieron el decreto de tierra arrasada de aquel gobierno breve, pretenden ahora rasgarse sus costosas vestiduras y señalar con el dedo al adversario político, mientras le dicen “¡Tú sí eres Carmona!”. Los mismos que procuraban una Ley de Amnistía para perdonar a aquel presidente autojuramentado y todos sus sucesores en intentos golpistas, pretenden ahora convertirlo en un estigma, en una “raya” y usar su nombre para descalificar al jefe de Estado legítimo y constitucional.

 

Como suele ocurrir con los últimos gritos de la moda, esta no es una conducta realmente nueva de los opositores, sólo es una variante peculiarmente bochornosa. En realidad comenzaron a traicionar a los capos del derrocamiento del comandante Chávez desde que el golpe fracasó, el 13 de abril de 2002. Tan pronto se dieron cuenta de que el pueblo y los militares leales estaban de regreso, huyeron despavoridos de Miraflores y se dedicaron a tratar de borrar las evidencias de que estuvieron presentes en el aquelarre del 12, cuando gritaban “¡Democracia, democracia!”, al tiempo que el decreto demolía todas las instituciones y pisoteaba la Carta Magna aprobada por referendo popular en 1999.

 

Carmona no es un tipo que merezca ninguna consideración. La historia lo registra ya como un representante de la burguesía (ni siquiera es realmente un burgués) que pretendió hacerse emperador en los albores del siglo XXI. Pero uno piensa en el señor, ya anciano, allá en Bogotá, leyendo o viendo las declaraciones de esta pandilla de “yo no fui” y se lo imagina furioso, apretando los dientes y maldiciendo lo efímera que fue su suerte y lo traicioneros, desleales, chaqueteros, judas y bellacos que han sido y son sus compañeros de aventura. Los mismos que le gritaron -como a una estrella de rock- “¡Te queremos, Pedro!”, ahora pretenden presentarlo como el ejemplo de la ignominia.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])