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“Señora Yolanda me vende por favor 900 bolívares de carne molida, dos tomates, una cebolla, un pimentón y un cuarto de litro de aceite”, pidió Maritza Rondón, residente de Bella Vista, en la tienda de víveres en la calle donde vive. En la pequeña compra gastó Bs. 2.550 para el almuerzo de su familia, que la integran ella y sus tres hijos.

 

Al revisar al detalle lo que adquirió Maritza, ella pagó por el aceite comestible 800 bolívares, por las dos “cebollitas” Bs. 300, los tomates le costaron 250 bolívares, y el pimentón Bs. 300. 

 

“Estamos viviendo del diario para alimentarnos. Un día compra el mayor la cena y al siguiente la hija. Yo trato de salir a hacer las colas en los supermercados, los días que puedo, para comprar pasta, arroz, harina, margarina y así ahorrarnos dinero; pero hay días que paso todo el día en la cola y llego solamente con una pasta o nada”.

 

De lo contrario Mario, el hijo de Maritza, debe comprar la harina colombiana en la casa diagonal, donde su propio vecino se la vende en 1.000 bolívares, por ser él su amigo de la infancia, pues al resto de su clientela se la expende en Bs. 1.250.

 

“Ese paquete de harina nos alcanza para tres cenas, si hacemos siete arepas en cada noche. El queso lo compramos diariamente o el jamón, dependiendo con qué decidimos rellenarlas”. Argumenta Maritza, quien lleva el control detallado de todo lo que se consume en su vivienda, donde solamente trabajan sus dos hijos, pues ella es jubilada.

 

En el hogar de los Rondón se compra entre 1.200 y 1.500 bolívares diarios de queso o jamón, y se corta a la mitad para rendirlo y alcance para la cena de esa noche y el desayuno del siguiente día. “Anteriormente, Mario iba el domingo al mercado y compraba la lunchería para toda la semana, pero en este momento es imposible hacer eso”, contó la marabina de clase media.

 

“Vivir del diario”. Así lo define Maritza. Esta es una realidad para ella, pero también para muchas familias zulianas. Anteriormente, esta modalidad de adquirir los alimentos a diario, era vista en las clases sociales más populares; sin embargo, ahora es una práctica que ha tendido a aumentar, debido al incremento de los precios y escasez en rubros vitales como las proteínas animales, granos, verduras, quesos, jamones, lácteos, entre otros. 

 

Los zulianos aseguran que ya no pueden “llenar” sus neveras de alimentos proteicos y otros alimentos como cereales, hortalizas, frutas pues la inflación no se los permite.

 

En el otro extremo de la capital zuliana, en el sector Los Pinos, vive Roberto Díaz, quien junto a su esposa ganan dos salarios mínimos y doble bono de alimentación. Ella es empleada pública y los viernes y fines de semana son dedicados casi que exclusivamente para hacer colas en los “súper”. “Los dos debemos de mantener cuatro estómagos, porque está la hija, de 4 años, y la suegra. Lo que hacemos es que uno de los cesta tique los cambiamos por efectivo, porque muchos de los productos que necesitamos para comer los compramos a los vendedores informales y en las bodegas, y allí no tienen punto de venta. Y el otro lo dejamos intacto para pagar en las panaderías y en los supermercados cuando logramos entrar”, detalló Roberto.

 

Alimentarse de lo poquito que se puede comprar en el día a día representa una “salida rápida” para estas familias marabinas, pues no conseguir en los supermercados los obliga a recurrir al mercado del “bachaquero” o revendedor, o comprar en abastos de a poco para, por lo menos, tener seguro el plato de comida del momento.

 

“En casa somos nueve personas, y cuatro trabajamos, todos por un sueldo mínimo; sin embargo, debemos ponerle ingenio a la cocina para rendir lo que se compra en el día a día. Por ejemplo, compramos un pote de requesón y lo aderezamos con perejil y sal, entonces, no tenemos que comprar ni mayonesa, ni mantequilla”, también contó Roxana Jiménez, habitante en  Pomona.

 

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(Panorama)