¿Por qué si la situación nacional es incomparablemente negativa y, antes que resolverse, tiende a agravarse, la oposición está de mal en peor? ¿No debería estar en pleno auge, al encarnar el descontento de la población?

Este es el tipo de preguntas que bien podría hacer un niño de esos que se adelantan a su edad o un extranjero que tuviera unos pocos días en el país. Esas interrogantes, por cierto, funcionan muy bien en labores periodísticas y de análisis político, tal vez porque obligan al que interroga -y al que intenta contestar- a dejar a un lado las frases hechas, las respuestas prefabricadas.

En la visión de los analistas opositores que he leído, todo se reduce a errores de los dirigentes relacionados con el asunto de la unidad. Dicen que los líderes no ponen por delante el interés general, sino el suyo personal o grupal. Algunos acusan a los que ordenaron abstenerse en las elecciones presidenciales, cosa curiosa porque muchos de ellos mismos, como analistas, respaldaron tal postura. Otros señalan con el dedo a los que participaron y, de esa forma, rompieron la estrategia, supuestamente muy acertada, de boicotear el proceso electoral. En el medio, el opositor común termina por creer que ambos tienen razón, y que todos son culpables, incluyendo los comentaristas.

Y, por supuesto, todos esos análisis terminan señalando como gran culpable al gobierno, algo un poco paradójico porque -tal como lo implican las preguntas de arriba- mientras peor se desempeña una administración, más réditos políticos deberían obtener los adversarios.

Ningún dirigente ni articulista antichavista asoma -ni siquiera para refutarla- la hipótesis de que esto que les está ocurriendo es consecuencia de que el pueblo los considera culpables (parcial o totalmente) del brutal agravamiento de la crisis económica.

 

La tesis de la existencia de una guerra para doblegar al gobierno mediante el hambre y las necesidades de la población ha ido ganando adeptos, no tanto porque haya aumentado la capacidad de convencimiento de  los voceros oficiales, los medios revolucionarios o los analistas ubicados de este lado de la talanquera, sino porque la brutal agresión tiene un respaldo tan evidente de los factores antichavistas (fuerzas extranjeras, partidos, medios de comunicación, empresarios, curas) que no necesita mayor demostración. Además, hasta los muy escuálidos reconocen que el aparato gubernamental ha hecho un gigantesco esfuerzo por aliviar los sufrimientos, mientras la maquinaria opositora, con amplio respaldo foráneo, intenta sabotear dicho esfuerzo.

Tampoco los dirigentes y analistas  de la oposición consideran la posibilidad de que el pueblo en general se haya inclinado a calificar negativamente las actitudes antipatrióticas de una parte sustantiva del liderazgo contrarrevolucionario.

Por cierto, sería prudente que intentaran comprender que esas actitudes califican como tales (como antipatrióticas)  independientemente de que la gente comparta o no la noción de nacionalismo que instaló en el imaginario popular el formidable liderazgo del comandante Hugo Chávez. Hasta para quienes tienen un concepto más utilitario y pesetero de la patria (por ejemplo, los que la identifican con los intereses de las empresas nacionales), ciertas conductas opositoras dan asco. Deberían asumirlo.

Obviamente, esa es de las peores cosas que puede ocurrirle a una oposición porque -una vez más sea dicho- es el gobierno el que habitualmente resulta culpado de todo y más si se trata de un Ejecutivo que  tiene otros poderes públicos a su favor. Lo normal, sobre todo en los países latinoamericanos,  es que sean los presidentes y los ministros quienes resulten acusados de vendepatrias, pero en Venezuela van quedando pocas cosas normales.

¿O será la oposición, como conjunto, la que no es normal?

(Clodovaldo Hernández /LaIguana.TV)