Lo que le pasó a muchos experimentados tuiteros el domingo pasado con la presidenta de Croacia, Kolinda Grabar-Kitarović, es una alegoría de las diferentes variantes que tiene en las redes sociales el fenómeno conocido con el neologismo de la posverdad.

 

Con su actuación (dicho sea en el sentido político y también en el teatral) de ese día, en la ceremonia final del Mundial de Fútbol, sumada a algunos trucos de mercadeo y creación de imagen pública, la funcionaria se metió al mundo en un bolsillo. Millones de seres humanos, convertidos por las redes en unidades de comunicación social (o de difusión exponencial del mensaje), hicieron cristalizar una versión absolutamente falsificada de esta señora, quien en la cruda realidad es xenófoba, supremacista blanca, neonazi, islamofóbica y (para utilizar otro neologismo) aporofóbica, es decir, alguien que odia a los pobres, especialmente si son gitanos o inmigrantes.

 

Desde personas muy comunes y corrientes hasta destacados intelectuales se dedicaron a enviar tuits laudatorios acerca de Grabar-Kitarović, basándose en que viajó en avión comercial, se hizo descontar el salario de los días que pasó en Rusia y, por si eso fuera poco, se mojó hasta los huesos (porque el malvado Putin no le prestó el paraguas) para poder abrazar a sus muchachos y también a los de Francia, casi todos afrodescendientes, como bien se sabe.

 

Leí varios de esos tuits escritos por venezolanos que clamaban al cielo por una presidenta tan maravillosa. Melosamente, empezaron a llamarla Kolinda, como si fuera su pana de toda la vida.

 

Luego, cuando alguna gente con conocimiento de la realidad política de esa región de Europa lanzó advertencias sobre el verdadero yo de la doña, algunos de los fans de Kolinda se retractaron. Pero, claro, la dinámica de las redes sociales es la inmediatez extrema y, gracias a ella y a la denominada viralización, ya Grabar-Kitarović era una ídolo planetaria.

 

Horas después, cuando ya había otros trending topic, algunos lograron difundir la información de que la presidenta es aliada de grupos neonazis, xenófoba y opuesta a aceptar el ingreso de refugiados, al punto de intentar que se sancionara con multas a cualquier croata que ayudara a alguno de ellos. Todo un peluche, pues.

 

Más allá del caso en sí, queda demostrado acá cuánto puede tergiversarse la imagen de un personaje al pasar por el tamiz de las redes sociales. En este caso, esa tergiversación fue favorable para ella, pero en muchos otros es negativa.

 

La anécdota pone de manifiesto que en las redes sociales puede establecerse una verdad emocional que sea incluso radicalmente opuesta a la realidad. Es a esto a lo que se ha llamado posverdad. Cada quien cree lo que quiere creer, y en este final del Mundial de Fútbol, el escualidismo global (para llamarlo de alguna forma) quería creer que Kolinda, por ser de derecha, era una persona estupenda.

 

Cada uno de nosotros debería preguntarse ¿cuántas otras verdades-falsas me habré tragado o, peor aún, habré ayudado a engrosar con mis retuits, mis like o con mis propios trinos adocenados?

 

En esta misma semana he visto a personas de diversos niveles, desde grandes personalidades de la política y el arte latinoamericano hasta ciertos conocidos míos que activan en Twitter, deplorando la “represión” y el “autoritarismo” que, según ellos, son las causas de la violencia en Nicaragua.

 

Ni siquiera las escalofriantes evidencias de asesinatos y torturas perpetradas por los “manifestantes pacíficos” que han azotado a Nicaragua durante varios meses han servido para al menos hacer dudar a estas personas sobre la verdad que quieren creer. Se llega al extremo de presentar las fotos o los videos de las barrabasadas cometidas por los vándalos opositores para acompañar textos donde se habla de la brutal represión ordenada por el presidente Daniel Ortega. (Nada extraño, dicho sea de paso, pues lo mismo ha ocurrido reiteradamente con Venezuela).

 

En el caso de “Kolinda”, algunos de los que cometieron la ligereza de proclamar su admiración por alguien sin saber de quién se trata, buscaron la manera de disculparse luego. Pero en casos como el de Nicaragua ocurre lo contrario: mientras más pruebas reciben de que están sosteniendo una gigantesca infamia, más se esfuerzan por imponerla.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)