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Empresarios licoreros encabezaron la lista de llorones de diciembre .- Si se otorgaran premios al quejón del mes, el de diciembre se lo habría llevado sin discusión el sector de los empresarios licoreros. El gobierno nacional les impuso unas restricciones en los horarios y prohibió las ventas varios días de la temporada navideña, frente a lo cual los dueños de licorerías, bodegones, botiquines y demás expendios de aguardiente lloraron tanto que bien podrían haber embotellado sus propias lágrimas para venderlas luego como guarapita.

 

Bueno, no es para extrañarse pues según cálculos de ellos mismos, un día con la taguara cerrada significa un promedio de 100 mil bolívares menos para su bolsillo. ¡Pobre gente, se ve que andan pelandini!

 

Por desviación profesional me interesa más analizar el papel que han cumplido en esta lloradera etílica los medios de comunicación social. Desde las televisoras y periódicos nacionales hasta las radioemisoras y diarios regionales y locales, prácticamente todos han cerrado filas en defensa de los empresarios del licor. La panoplia argumental con la que salieron los medios a respaldar a los vendedores de bebidas espirituosas fue, como dice el lugar común “digna de mejores causas”.

 

Como es habitual, la asistencia a este tipo de negocios poco edificantes la ejecutan los medios a través de subterfugios y marrullerías. Por ejemplo, apelar a la supuesta salvaguardia de los intereses de los trabajadores del sector, humildes padres y madres de familia que ven amenazada su estabilidad laboral. En medio de mares de lágrimas mediáticas, se advierte que los trabajadores quedarán en la calle porque el propietario va a dejar de meterse sus cien palos diarios y, en consecuencia, no podrá seguir pagándole el salario mínimo (si acaso) al empleado que lidia con los borrachos en el mostrador. ¡Culpa del rrrrégimen!

 

Otra artimaña muy utilizada en la campaña decembrina de los medios a favor de los licoreros fue la de la ruptura de las tradiciones nacionales presuntamente causada por el cierre tempranero de los expendios. Los reportajes decían que tener un licorcito en la casa para atender bien a los visitantes es una parte de nuestra venerable hospitalidad venezolana y, en consecuencia, para defender un valor nacional hay que permitir que estas bebidas se expendan a cualquier hora. Es el clásico sofisma destinado a embriagar a los incautos.

 

Para romper lanzas por las ventas de cañandonga, pero sin aparecer como difusores de malos hábitos, los periódicos, emisoras de radio y televisoras apelaron también a otro simpático truquito: referirse a los productos más inofensivos que puede encontrarse en una licorería, no a los más peligrosos. Si se analiza el contenido de las piezas periodísticas sobre el tema, se observará que nadie salió de loco a defender el derecho de los curdos pichacosos a comprar su bombona de anís o su frasco de canelita. No, claro que no: utilizaron a la abuela que, según ellos, se quedó con las ganas de tomarse una copita de Ponche Crema en Nochebuena. ¿No te da lástima?

 

Otra maniobra muy utilizada fue hacer ver que este tipo de establecimientos es cosa de pequeños comerciantes para quienes la “ley seca” puede significar la quiebra. La verdad es que el negocio licorero es uno de los más lucrativos del país y está en manos de grandes corporaciones y cadenas en cuyas directivas aparecen deslumbrantes nombres de la oligarquía más rancia, así como nuevos ricos de postín.

 

También se utilizó el argumento de la comparación. Señalaron que las licorerías pagan impuestos nacionales y municipales, mientras las ventas clandestinas de alcohol no lo hacen. Es una manera muy hábil de decir: “Es verdad, nosotros somos unas lacras de la sociedad porque vendemos estos productos tan perjudiciales, pero hay gente peor que nosotros porque los vende y no le paga nada al Estado”. Genial.

 

Para no hacer este artículo tan largo como la clásica despedida de borracho, cerremos el análisis con una última reflexión. Algunos medios apoyan la llantina de los licoreros porque es una forma más de mantener en alto el clima de descontento y amargura en los sectores opositores y tratar de extenderlo a la base bolivariana. Otros lo hacen por motivos netamente económicos: las grandes cadenas del alcohol son anunciantes privilegiados. Basta ver las páginas de ciertos diarios para observar la publicidad de estos gigantes del vicio. Como botón de muestra, durante los días navideños apareció un banner en la página web de un periódico en el que se “ofertaba” un whisky de la categoría más alta en su marca. ¿El precio? 126 mil 500 bolívares…¡la botella! Calcule usted cuánto dinero mueve este negocio de llorones y entenderá por qué los medios se convierten en altavoces de su llanto.    

 

(Por Clodovaldo Hernández /[email protected])