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«Hace diez años este consenso no hubiera sido posible, pero hoy las investigaciones al respecto son abundantes y los resultados, claros».

 

Así de contundente es Irva Hertz-Picciotto, subdirectora del Departamento de Ciencias de la Salud Pública de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Davis, Estados Unidos.

 

La epidemióloga ambiental se refiere a los riesgos para la salud que puede implicar la exposición a algunos de los químicos presentes en los productos de uso diario.

 

Y el consenso al que hace alusión es el alcanzado por expertos estadounidenses de diversas disciplinas englobados en el proyecto TENDR (Targeting Environmental Neuro-Developmental Risks, que podría traducirse como Apuntando a los Riesgos Ambientales del Desarrollo Neurológico).

En la iniciativa, de la que Hertz-Picciotto es copresidenta, participan investigadores de las principales universidades de EE.UU., como Harvard y Columbia, miembros de organismos como el Instituto Nacional de Ciencias de Salud Medioambiental, la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí, entre otros.

Todos ellos concuerdan que «la exposición continuada a químicos tóxicos presentes en nuestro aire, el agua, la comida, el suelo y los productos de consumo pueden aumentar el riesgo de discapacidades cognitivas, sociales o de comportamiento, así como desórdenes específicos en el desarrollo neurológico, como el autismo y el síndrome de déficit de atención con hiperactividad».

 

La de TENDR es la última de las voces que se ha alzado contra estos componentes, presentes en algunos alimentos, en plásticos y envoltorios, en cortinas de ducha, muebles, electrodomésticos, hasta en ciertos productos cosméticos y de higiene diaria.

 

En la misma línea, la Federación Internacional de Ginecología y Obstetriciaconcluyó en su informe del año pasado que el contacto continuado con esos productos «amenaza la salud reproductiva de los humanos».

 

Hace poco más de dos años, los científicos Philippe Grandjean, de la Universidad de Harvard, y Philip Landrigan de la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí, publicaron una polémica revisión en The Lancet Neurology que acaparó la atención de la prensa del todo el mundo.

En ella aseguraban que la humanidad se enfrenta a una «pandemia silenciosa», causada por un conjunto de neurotoxinas, capaces de alterar el correcto desarrollo del cerebro humano.

 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) también ha advertido en distintos informes sobre el uso de productos con estos componentes, aunque aclara que las consecuencias directas no siempre son fáciles de medir y que su gravedad depende del grado de exposición.

 

Sin embargo, los usuarios no siempre son conscientes de ello.

 

De hecho, un informe de 2011 del Eurobarómetro -una serie de encuestas llevadas a cabo por la Comisión Europea- concluía que más de la mitad de la población de la Unión Europea es incapaz de identificar los productos químicos de uso diario como potencialmente peligrosos y que «raramente» sigue las instrucciones de seguridad.

 

¿Pero cuáles son estos químicos potencialmente perjudiciales? ¿Y qué podemos hacer ante ellos?

 

1. Ftalatos:

 

Los ftalatos o ésteres de ácido ftálico son un grupo de productos químicos industriales utilizados como disolventes y para la fabricación de plásticos más flexibles o resistentes, como el policloruro de vinilo (PVC).

 

Los más empleados son el DEHP (di-2-etilhexilftalato), el DIDP (diisodecilftalato) y el DINP (diisononilftalato).

 

Asimismo, los ftalatos sirven para fijar esencias a productos químicos.

 

Gracias a estas características, se pueden encontrar en champús, acondicionadores, aerosoles para el cabello, perfumes, esmaltes de uñas, embalajes para comida, cápsulas de medicamentos y en juguetes sexuales.

 

«Se calcula que al año se producen 4,9 millones de ftalatos a nivel mundial», señala el proyecto TENDR.

 

Varios estudios relacionan estos compuestos con cocientes intelectuales más bajos, con el síndrome de déficit de atención y con alteraciones en el sistema hormonal.

 

«Estos compuestos entran a través de la piel, por la vía respiratoria o digestiva, pasan al torrente circulatorio y por la sangre se distribuyen por todo el organismo, pasan a las células de los tejidos y en algunos tienen efectos tóxicos importantes (no de forma aguda, sino con el paso del tiempo), concretamente en el sistema hormonal», señalan los expertos.

 

Ante esto, EE.UU. y la Unión Europea empezaron a regular su uso y se prohibió en juguetes y en cualquier material que pudiera estar en contacto con los menores.

 

Pero a pesar de las prohibiciones, otros estudios demuestran que la población mundial sigue expuesta a los ftalatos.

 

Así que, los expertos recomiendan tomar las siguientes medidas para reducir la posible exposición a estos componentes:

 

Optar por detergentes y lociones sin fragancia.

 

Para calentar la comida en el microondas utilizar envases de cristal, no de plástico.

 

No comprar juguetes cuya etiqueta dice que contienen DEHP, DBP y BBP.

 

Si el prospecto de un medicamento con cápsula menciona la palabra ftalato entre los principios inactivos, elegir otra marca.

 

Si vas a cambiar el piso de tu casa, evitar el PVC y optar mejor por madera o corcho.

 

2. Polibromodifenil éteres (PBDE)

 

Los polibromodifenil éteres o PBDE son compuestos bromados y se usan como retardantes de llama en plásticos y espumas.

 

Se los encuentra en numerosos equipos electrónicos pero, sobre todo, en los muebles, pues se aplica en las espumas de poliuretano presentes en estos.

 

Su uso se popularizó para sustituir a los éteres bifenilos policlorados (PCB) que se prohibieron a finales de los 70. Pero, según los expertos, el sustituto no fue mucho mejor.

 

Su degradación en la atmósfera es muy lenta, por lo que es un compuesto difícil de eliminar.

 

Además, se va acumulando en los animales.

 

En 2006 el estado de California, EE.UU., prohibió su uso después de que un estudio de la Universidad de Columbia comprobara que la sustancia estaba presente en altas concentraciones en la leche materna, lo que se relacionó con un menor coeficiente intelectual y una pérdida de atención en los lactantes.

 

En Europa su uso está permitido dentro de determinados umbrales considerados -de momento- seguros.

 

(BBC)