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Antes de éstas -y después- sólo hubo pruebas. «Se iniciaba la era nuclear. El mayor acto terrorista de la historia se había consumado. La humanidad recibió la sentencia más clara de su propio exterminio». Esos dos letales artefactos produjeron la muerte instantánea de más de 250 mil personas, pero sus mortales efectos todavía mantienen aterrorizado a ese país, porque una de sus más graves consecuencias, el cáncer, aún continúa diezmando a su población.

 

Durante la guerra de Vietnam, los yanquis esparcieron más de 80 millones de litros de napalm -y el «agente naranja»- sobre su territorio, y asesinaron a más de 2 millones de sus habitantes. Aún hoy se padecen los efectos de esa mortífera materia inflamable, con resultados algo similares al fósforo blanco utilizado por los sionistas contra el pueblo palestino, uno de los cuales es también el cáncer. Sabemos que contra Irak se emplearon armas químicas y biológicas, pocos años después que en Yugoslavia. Lo repitieron en Afganistán y en Libia, y quién sabe dónde más. Hablamos del cáncer, que tan dolorosas implicaciones ha tenido en millones de hogares, por cuanto se trata de una enfermedad que se ha tornado, aparte de mortal, en una calamidad universal.

 

Ahora sabemos que como corolario de la implosión de las Torres Gemelas ordenada por Bush, «las autoridades anunciaron que el cáncer será considerado una de las enfermedades relacionadas con el 11S, por lo que las personas que trabajaron en la Zona Cero y contrajeron o desarrollaron hasta unas 50 variedades de la afección, recibirán fondos para su tratamiento, convencidos de que contrajeron cáncer respirando polvos con toxinas tras la caída de las Torres», según afirmó a la prensa la senadora por Nueva York, Kirsten Gillibrand.

 

Mucha responsabilidad, como vemos, tienen los Estados Unidos en su terrible propagación, porque además del sofisticado y mortífero arsenal empleado, están las transnacionales farmacéuticas, sus laboratorios, empresas de gaseosas, agroquímicos que producen firmas como Monsanto, Cargill, etc., todos ellos cancerígenos como lo saben muy bien los médicos oncólogos, sin dejar de mencionar la llamada «comida chatarra» con que nos han venido envenenando silenciosamente, o los transgénicos que impone USA a ciertos obsecuentes gobiernos a través de los TLC.

 

Hoy les traigo una historia fidedigna y atroz, que permite mostrar hasta dónde es capaz de llegar el capitalismo en su desbocada carrera por mantener a toda costa su brutal vocación imperial, que tan pavorosamente describe Noam Chomski en su libro Hegemonía o supervivencia, severa denuncia contra el neofascismo que resurgió con fuerza en Estados Unidos en las últimas décadas.

 

El doctor Albert Schweitzer (Premio Nobel de la Paz, cuando aún no se había prostituido, como pasaría luego con Kissinger, Arias y Obama), quien padecía de diabetes tipo 2, dijo del médico alemán Max Gerson: «Es el genio más eminente de la historia de la medicina», luego de que éste lo curara, así como lo hizo con su esposa Helene, quien sufría de tuberculosis pulmonar, al aplicarle a ella y a otros 450 enfermos de tuberculosis incurable un tratamiento con vegetales y frutas. Pero una noche vio a una enfermera que, a escondidas, les daba a los enfermos pasteles, cerveza y embutidos. ¡Así fue como se dio cuenta de que toda enfermedad provenía de la forma en que nos alimentamos! (Natura morborum medicatrix, «La naturaleza cura las enfermedades», había dictaminado Hipócrates hace cerca de 2.400 años.)

 

En 1933 emigra a Viena, donde publica en 1934 el libro Terapia dietética para la tuberculosis pulmonar. En 1936 marchó a Estados Unidos, donde obtuvo la licencia para practicar la medicina en Nueva York. Gerson empezó a dar conferencias contra el tabaquismo, y resulta que la industria del cigarrillo ¡era la principal fuente de ingresos de las asociaciones médicas!

 

En 1946, el doctor Gerson se convirtió en el primer médico que presentó a cinco enfermos de cáncer que habían sanado ante un Comité del Senado de EEUU, y también informes de otros que estaban completamente rehabilitados… Los miembros del grupo de presión de la American Medical Association, que apoyaban la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia, estaban muy bien financiados y provocaron la derrota del proyecto de ley del Senado por 4 votos contra 3 (¡cuatro médicos que tenían lazos con los laboratorios e industrias farmacológicas!).

 

Tras la demostración de 1946 ante el Comité del Senado, Gerson recibió el rechazo del establishment médico. El principal motivo de la oposición a Gerson era que su terapia estaba basada principalmente en vegetales y alimentos de bajos costos, y esto habría costado millones de dólares en pérdidas a la industria farmacéutica. Ese mismo año, la cadena ABC de noticias difundió que el doctor Gerson había encontrado la cura contra el cáncer por primera vez en la historia. El periodista Raymond Gram Swing de Radio ABC fue despedido por presiones de las farmacéuticas y por asociaciones de médicos corruptos de Estados Unidos.

 

Su último artículo lo publicó en 1949, titulado «Efectos de la combinación de un régimen dietario en pacientes con tumores malignos». El doctor Max Gerson, «el hombre que había encontrado la anhelada cura contra el cáncer, a la que arribó luego de numerosos estudios y experimentos, se había convertido casi en un proscrito, rechazado por sus propios colegas médicos». En enero de 1957, Gerson denunció que las asociaciones médicas lo tenían censurado, pese a que en cada audiencia con éstas llevaba pacientes que ellos habían desahuciado y que ahora estaban completamente curados: no encontraron manera de enjuiciarlo.

 

Desde ese sórdido mundo de la medicina se insistía en que nadie se había curado de cáncer con la «Terapia Gerson». El doctor Dean Burk, un médico que sabía muy bien cómo operaba la «medicina oficial», los denunció: «Ellos mienten como bellacos», criticando al Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos: había trabajado 34 años con ellos, y sabía de qué hablaba. El doctor Robert C. Atkins también los acusó: «Ha habido muchas curas para el cáncer y todas han sido despiadada y sistemáticamente suprimidas al estilo Gestapo por organizaciones contra el cáncer». Valgan las palabras del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que tomo de su obra «Cinco dificultades para escribir la verdad»: «¿Cómo queremos decir la verdad sobre el fascismo que se rechaza, si no se quiere decir nada contra el capitalismo que lo engendra?».

 

Gerson fue varias veces amenazado, y en dos oportunidades intentaron asesinarlo. En la última, lograron su objetivo. En la primera, cuando acababa de terminar su primer manuscrito: Una terapia contra el cáncer, cayó inexplicablemente enfermo y se curó con su propio método de salud. Cuando fue a buscar su manuscrito para editar el libro con sus experiencias, había desaparecido. Se descubrió que fue su secretaria, sobornada por un médico sin escrúpulos, quien lo hizo desaparecer. Sin desanimarse, el doctor Gerson volvió a escribir el producto de sus investigaciones, contando su método de curación. Tardó un año, y al terminarlo volvió a enfermar misteriosamente, pero esta vez guardó el original en un lugar seguro.

 

Finalmente, en 1958, logra que se publique el libro bajo el título Una terapia contra el cáncer. resultados de cincuenta casos, donde detalla todas sus investigaciones, tratamientos, descubrimientos y teorías. A pesar de que seguía el «Tratamiento Gerson» para recuperar su salud, cada vez se sentía peor, así que se hizo un análisis completo poco antes de morir en 1959, cuando se descubrió que había sido envenenado con arsénico.

 

Por más de 20 años, Gerson trató a unos mil 500 pacientes de cáncer que habían sido desahuciados tras los tratamientos usuales de la medicina convencional. Prácticamente todos los pacientes del doctor Gerson vivieron muchos años… Su hija Charlotte continúa difundiendo lo que otros desean ocultar: «A la gente le han lavado el cerebro durante mucho tiempo. A los doctores sólo se les permite utilizar aquellos tratamientos que ya han sido probados como ineficaces. Hacen mucho dinero con la venta de medicamentos que tampoco dan resultados». El lucro y la muerte antes que la salud y la vida.

 

¿Qué otra cosa cabía esperar, si uno de los «padres fundadores» de Estados Unidos, Thomas Jefferson, sentenció en 1803: «En el dinero, y no en la moral, está la fuerza de las naciones»?

 

Por: Raúl López Guédez

(misionverdad.com)

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