El escenario ideal para un manipulador es aquel en el que las personas a las que se dirigen sus versiones de los hechos desean profundamente ser manipuladas.

 

En el caso de la oposición venezolana, los encargados de desarrollar grandes planes de manipulación encuentran un clima ideal porque la mayor parte de los seguidores de la oposición quieren, de manera casi obsesiva, que les refuercen sus convicciones, por más alejadas que estén de la realidad.

 

El fallido magnicidio del presidente Nicolás Maduro (que hubiese abarcado a casi todas las autoridades de los otros poderes del Estado), ocurrido el sábado 4 de agosto, es una prueba viva de la forma como un segmento de la población se aferra a su “verdad”, aunque para ello tenga que recurrir a las más retorcidas y fantasiosas argumentaciones.

 

Ese sector, que desea profundamente ser manipulado, cuenta para ello con un conjunto de personajes de la política y de los medios de comunicación y de las redes sociales, que hacen ese trabajo con gran gusto.

 

Sí, pero no

Las primeras reacciones ante el estallido simultáneo de dos drones en las cercanías de la tribuna presidencial muestran lo difícil que puede ser apegarse a la idea que se tiene del país cuando ocurren hechos que la contradicen. Pese a esas dificultades, aquellos que tienen fe en las versiones que presenta la derecha siempre logran encontrar el sustento para seguir creyendo.

 

En el primer momento, los opositores querían creer que el hecho había ocurrido y logrado su objetivo. Pero, cuando comprendieron que el presidente y los otros dignatarios habían salido ilesos, prefirieron apostar todas sus cartas a la conjetura del autoatentado.

 

Allí se les presentó un primer escollo porque apareció un grupo para adjudicarse el atentado y la periodista rabiosamente opositora Patricia Poleo les sirvió de megáfono. ¿Cómo sustentar entonces la tesis de la farsa?

 

Colocados ante esa disyuntiva, los opositores disociados asumieron unas posturas ambivalentes, similares a las que pueden analizarse en los comunicados emitidos por partidos como Primero Justicia, Voluntad Popular y UNT: el hecho no ocurrió, nadie lo cree, pero podría volver a ocurrir de un momento a otro y con un resultado peor, por culpa del gobierno. Una especie de charada o acertijo, muy apropiado para las circunstancias.

 

Más disonancias


No fue solo Poleo la que rompió el consenso que hubiese sido necesario para sostener la hipótesis del autoatentado. El exdirigente de Voluntad Popular y excompañero de celda de Leopoldo López en Ramo Verde, Salvatore Lucchese, invitado especial a la toma de posesión de Iván Duque en Bogotá, no aguantó las ganas de decir que él estaba en la movida. Luego, el peruano Jaime Bayly le dio su peculiar certificado de origen al magnicidio frustrado, señalando que él mismo había sido notificado previamente de lo que pasaría, y que le había dado su visto bueno. En una segunda declaración llegó más lejos aún, al confirmar que Julio Borges le había pedido a Juan Requesens interceder a favor de los autores materiales en sus movimientos fronterizos con Colombia, punto en el que coincidió con la historia narrada por uno de los autores materiales.

 

La reacción de los opositores negacionistas del magnicidio fue descalificar tanto a Poleo como a Bayly, a pesar de que llevan años siendo fanáticos de sus esperpénticos programas. También calificaron de loco pantallero a Lucchese. Algunos llegaron al extremo de acusarlos de colaboracionistas del régimen.

 

Drogado no vale, no señor


Los opositores empeñados en creer la versión del autoatentado se negaron a aceptar las pruebas presentadas por el presidente Maduro, que incluyeron videos, levantamientos planimétricos, grabaciones de comunicaciones en momentos previos a los hecho y las confesiones de uno de los perpetradores, quien mencionó tanto a Julio Borges como a Juan Requesens. “Todo es un montaje”, repetían en una especie de estado de trance, parecido al que experimentan algunas personas cuando tocan cacerolas.

Cuando los cuerpos de seguridad detuvieron a Requesens, los opositores dijeron que había sido secuestrado. Incluso alguno se permitió la ligereza de calificarlo como víctima de una desaparición forzosa.

 

El viernes, cuando el ministro de Comunicación e Información, Jorge Rodríguez, presentó un video de Requesens respondiendo a un interrogatorio y confirmando que cooperó, por solicitud de Borges, con los movimientos fronterizos de los implicados en el magnicidio, los convencidos de la “verdad opositora” se enfocaron en una explicación de la conducta del detenido: había sido salvajemente torturado y drogado para que dijera exactamente lo que el gobierno necesitaba que dijera.

 

Esta conjetura fue lanzada inicialmente por periodistas e influencers que no tienen nada que perder en materia de credibilidad porque se divorciaron de la verdad hace muchos años, pero luego fue repetida hasta la saciedad por miles de opositores comunes, incluyendo gente de alto perfil profesional que sabe perfectamente que algunas drogas pueden privar a la persona de su voluntad, adormilarla, causarle amnesia temporal y otros malestares, pero no existe ninguna que la haga hablar según los caprichos de sus interrogadores. De existir, los países más “avanzados” no se gastarían fortunas en procedimientos brutales de tortura como los que se practican en Guantánamo y en cárceles secretas de la CIA en diversos lugares del planeta para arrancar confesiones a supuestos terroristas.

 

Valiente, valiente


En medio de una situación polémica, un sector del público puede recibir indicios o pruebas muy contundentes de algo y creer exactamente lo contrario, porque esa es la verdad que quiere creer. A este fenómeno es al que se ha denominado últimamente posverdad. Probablemente ha existido siempre, pero se ha acentuado en tiempos de las redes sociales, de la difusión masiva de imágenes en tiempo real. Esto no deja de ser una paradoja, pues la gente ve los acontecimientos mientras ocurren o pocos segundos después, desde múltiples tomas, pero termina asumiendo como cierto solo lo que desea creer.

 

Quien tenga dudas acerca de esto, puede analizar el caso del video del diputado Requesens semidesnudo, sin hematomas, heridas ni quemaduras, pero con un calzoncillo que parece estar manchado de excrementos.  A partir de esa imagen, los influencers y medios de comunicación de la derecha edificaron una historia épica según la cual mostraba señales de haber sido severamente torturado. La difusión de esas imágenes habría sido iniciativa del mismo gobierno, para humillar al dirigente detenido. Toda la maquinaria manipuladora se lanzó a denunciar los pavorosos abusos contra el inocente secuestrado por la dictadura. La gente interesada en creerlo, se tragó con gusto dicha trama.

 

Horas después de que el video se hiciera viral, circularon informaciones que apuntan a señalar a Rafaela Requesens, hermana del diputado, como la que originalmente lo difundió con la finalidad de victimizarlo. Por supuesto que esta posibilidad no fue creída por la militancia opositora de las redes sociales. “Le hackeraron la cuenta a Rafaela”, dijeron. “Otra canallada de la tiranía”.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)