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Las épicas de los ladrones más famosos de la historia siempre serán recordadas a pesar de la hipocresía de la sociedad que los condena como enemigos del bien común. Es por demás anticuado sentir vergüenza al escuchar de las gestas casi heroicas y ponerse por un momento en la piel de quienes se atrevieron a burlarse de los más poderosos y por pequeños espacios, inconsistencias en la rigidez de la historia del hombre donde las leyes hacen de la propiedad el máximo a procurar, lograron salirse con la suya.

 

¿Quién no querría ser un ladrón de la más alta escuela, si los hombres encargados de defraudar a los más adinerados tenían las características más deseables en la sociedad: inteligencia nata, una habilidad para el convencimiento y astucia sin comparación? Uno de los casos más memorables es el de Victor Lustig, el hombre que vendió un par de veces la Torre Eiffel.

 

Cuando el hombre de 46 años fue finalmente atrapado por el gobierno de los Estados Unidos, pasó el resto de sus días en Alcatraz, donde después de múltiples pesquisas, más de 47 nombres falsos y una docena de pasaportes distintos, por fin se supo parte de su verdadera identidad: desde sus primeros crímenes, Lustig solía presentarse como el hijo del alcalde de Hostinné, una localidad checa de no más de 5 mil habitantes enclavada en Europa del Este. En realidad, su origen fue mucho más humilde: Victor creció en una familia campesina en una choza de piedra, con todas las carencias de la época y contó que inició como carterista y fue ascendiendo en la escala del crimen, siempre afirmando que robaba “sólo a los acaudalados y egoístas”.

 

l destino lo llevó a París en 1925, siete años después del final de la Gran Guerra. Para entonces, la economía francesa pasaba por un periodo de recuperación y debía eliminar gastos públicos innecesarios. La Torre Eiffel, el monumento insigne de París en la actualidad, fue construido con motivo de la Exposición Universal de 1889 y para la fecha en que Lustig llegó a la Ciudad de la Luz, la población pasaba por un polémico debate sobre su demolición, pues el costo de mantenimiento de la mole de hierro, además de la molestia de los parisinos por su construcción, estaba más latente que nunca.

 

La noticia llegó al joven por medio de un diario, donde se enteró de los planes del gobierno francés que nunca se llevaron a cabo. Lustig inició una carrera en el ayuntamiento de París y gracias a su personalidad e inteligencia consiguió un puesto de secretariado donde tenía acceso al sello oficial del organismo gubernamental. Acto seguido, escribió con una falsa identidad a los empresarios de metales y chatarra más adinerados de Francia y los citó en el Hotel Crillon.

 

Ante una docena de representantes de la industria, Lustig dio inicio a su brillante plan: “Debido a la múltiples fallas de ingeniería, reparaciones costosas y problemas políticos que en estos momentos no puedo discutir, la demolición de la Torre Eiffel se ha convertido obligatoria para el Ayuntamiento de París”. Después de un discurso sobre los procedimientos de demolición, Lustig pasó a lo que realmente interesaba: la venta del metal.

 

El estafador invitó a todos los presentes a preparar una oferta por las más de 7 mil toneladas de hierro para participar en la subasta, cuya fecha sería anunciada en las próximas semanas. El plan de Lustig no era llevarse una cantidad similar al costo del acero total, sino acercarse de tal forma a los empresarios e infundir en ellos la confianza suficiente como para que, temerosos de perder tal oportunidad de negocio, le ofrecieran un soborno para tener una ventaja en la negociación.

 

A los cuatro días, todos los postulantes le informaron a Víctor la suma que estaban dispuestos a ofrecer, tiempo suficiente para que él investigara sobre ellos y su capacidad para establecer negocios. Naturalmente, Lustig pidió discreción ante todo, pues se trataba de un asunto delicado y una pequeña parte de la población estaba dispuesta a defender el monumento a toda costa.

 

Después de un profundo análisis, Víctor llamó a André Poisson, un acaudalado empresario que empezaba a despuntar y debía hacerse de un gran negocio para consolidar su carrera profesional. Le explicó que su oferta tenía una gran posibilidad de resultar ganadora, pero que el Ayuntamiento veía con mejores ojos a personas ya conocidas. Poisson no tardó en caer en la trampa y entregó un buen porcentaje de su oferta a Lustig, que de inmediato se marchó a Viena, donde vivió durante medio año con todos los lujos.

 

 

Cuatro meses después, Lustig tuvo el valor de volver a París. André Poisson, el hombre estafado, prefirió no hacer ninguna denuncia por la pena de caer en una artimaña tan ingenua. De inmediato, Víctor puso en marcha un plan idéntico, pero esta vez con otros líderes de la industria, a quienes invitó a una visita a la Torre Eiffel. Para hacer la situación más creíble, contrató a un grupo de choferes que trasladaron a cada representante hasta el monumento, donde sostuvieron la misma charla que la primera vez.

 

Increíblemente, el discurso surtió efecto y a los cuatro días los millonarios respondieron con grandes sumas de dinero a la oferta. Lustig puso en marcha el plan de nueva cuenta y lo consiguió por segunda vez; sin embargo, el estafado interpuso una demanda en su contra, que para entonces no prosperó pues el hábil ladrón ya se encontraba a un océano de distancia, en Chicago exactamente, donde conoció a la mafia estadounidense e incluso mantuvo negocios con el mismo Al Capone, de hecho, cuenta una leyenda que lo estafó con cinco mil dólares, que el capo le dio como recompensa por su honestidad.

 

Después de vivir durante otros ocho años del arte de la estafa, saltando entre Pittsburgh, Massachussets y Nueva York, Lustig asestó su golpe maestro: replicó billetes de cien dólares exitosamente, incluso engañó durante años a los oficiales del FBI y el Tesoro de los Estados Unidos. Pronto, el dinero emitido por Lustig comenzó a competir con el del Tesoro y la institución temió por la estabilidad de la economía norteamericana debido a la enorme cantidad de efectivo falso disponible. Finalmente y gracias a años de investigación, acompañados de un seguimiento detallado por cientos de hombres, Lustig fue arrestado en Nueva York en 1938. Víctor lograría fugarse una vez de la prisión de Manhattan, pero fue detenido de nuevo y enviado a la prisión de máxima seguridad de Alcatraz, en la Bahía de San Francisco. Ahí enfermó de neumonía y fue enviado a un centro médico en Springfield, Missouri, donde finalmente falleció el 11 de marzo de 1947.

 

(culturacolectiva.com)