Hay que volver sobre un tema viejo: el desorden bipolar de la clase media mayoritariamente opositora. No es que uno quiera repetir sino que con cada circunstancia nacional surgen nuevas expresiones del mismo comportamiento. Y conste que esto se escribe con el debido respeto por las personas que sufren este trastorno.

 

El año pasado hice referencia en un artículo a la conducta contradictoria de padres, madres y docentes que manifestaban a menudo su preocupación por el auge del llamado bullying entre los estudiantes, pero que habían salido a aplaudir (y en algunos casos a perpetrar) lamentables hechos de violencia contra compatriotas en el país o fuera de él, durante la larga hora loca que duró cuatro meses de 2017.

 

Desde entonces ha habido otros muchos episodios de bipolaridad en este estrato social, pero por el momento concentremos la atención en el que está en desarrollo. Veamos algunas expresiones:

 

El peor salario mínimo / ¡Esos pobres empresarios!

 

Durante años, la clase media opositora se hizo eco de las matrices de opinión de sus medios de comunicación (ahora casi todos extranjeros o “globales”) en el sentido de que los salarios venezolanos eran los peores de Suramérica, de América Latina o del mundo-mundial. Esa era la explicación de la oleada migratoria, sobre todo entre jóvenes que no querían permanecer en un país en el que el salario mínimo no alcanzaba ni para medio kilo e’ queso.

 

Pues bien, el gobierno ha procedido a lanzar un audaz plan económico que incluyó una drástica puesta al día del salario mínimo. De inmediato, la mente del clasemedianero común saltó del polo sindicalista al polo patronal. “¡Fin de mundo –dijeron–, los pobrecitos empresarios van a quebrar todos con ese salario mínimo!”. Algunos se cambiaron tan drásticamente de canal, que ya los asalariados no eran unos jóvenes ansiosos de trabajar para construir sus vidas, sino un hatajo de vagos, acostumbrados a echar carro y a inventar reposos, a quienes ahora, para colmo, quieren darle el salario de un neurocirujano.

 

Quiero mi aumento / Botemos a la conserje

 

A veces, el desorden se presenta en un mismo día, según donde se encuentra el personaje o, dicho con más precisión, según el rol que esté cumpliendo. Por ejemplo, la señora que trabaja en una oficina nota que el jefe se está poniendo remolón con el asunto del aumento y comienza a conspirar con sus compañeras y compañeros. “¡Nos tienen que pagar lo que dijo el gobierno. Es un derecho!”, susurra en una reunión espontánea en la zona donde está la cafetera. “¡Pero vamos a tener que presionarlo porque este viejo es muy pichirre… no orina para que el suelo no chupe!”, agrega otro trabajador. “Si tratan de botar a alguien, vamos todos a la Inspectoría del Trabajo”, añade la doña, convertida en toda una líder sindical.

 

La señora sale de su trabajo, llega al edificio. Hay reunión de la Junta de Condominio. Punto único a tratar: despido de la conserje antes de que se haga oficial el aumento. El disco duro mental pega un brinco: la sindicalista de hace un rato se transmuta en una especie de presidenta de Fedecámaras. Pide la palabra y argumenta a favor del despido: “Es que no tenemos capacidad de pago de esos niveles salariales”, expresa en su discurso. Luego, cotorreando con los vecinos se pone más coloquial: “El chofer de autobús se volvió loco… ¿quién puede pagar ese sueldo?”.

 

El petro no sirve / ¿Cómo compro petros?


Buena parte de los venezolanos de clase media tienen un alto concepto de sí mismos como gente que sabe de economía y negocios. No por casualidad muchos de ellos consideran que han tenido éxito en la vida, demostrado en sus propiedades (apartamento, corotos y carro). Así que su primera reacción frente a cualquier medida económica tomada por el gobierno socialista es de rechazo y de pronóstico de rotundo fracaso. Esta vez no fue la excepción. Cuando el presidente Maduro anunció la creación del petro y, más recientemente, cuando dijo que el bolívar soberano estaría anclado al petro, se burlaron de él, dijeron que esa era una tremenda ridiculez. En sus tertulias cotidianas muchos mantienen esa opinión, mientras secretamente investigan cómo proceder para hacerse con un capital en la denigrada criptomoneda.

 

Lo mismo ha ocurrido con los lingoticos de oro. Cuando están en modo “economista de la MUD declarando para CNN”, los señores y las señoras de la clase media descalifican la modalidad de ahorro mediante la compra del metal precioso. Pero cuando se mueven al otro polo de su personalidad, andan por ahí preguntando cuál es la forma más segura de meterse en el negocio.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)