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Tal vez sea una maldición, pero la gran mayoría de los funcionarios públicos parecen estar condenados a aislarse de la realidad, a encerrarse en una burbuja,  a creer que sus propias vidas son representativas de las de la sociedad en general.

 

Esto viene a cuento, para decirlo de una buena vez, porque el ministro Ricardo Menéndez acaba de dar unas declaraciones en un foro internacional, y sus expresiones han hecho que mucha gente revolucionaria llegue a una conclusión muy preocupante: “¡Coño, estamos peor de lo que yo pensaba!”.

 

Precisemos. No se trata de que el ministro de Planificación haya pintado un panorama aterrador de nuestra realidad social, sino de todo lo contrario: dibujó uno demasiado benévolo, alejado del doloroso día a día del pueblo. El ministro dijo en un escenario global que, a pesar de todos los malestares causados por la guerra económica, 94% de los venezolanos logra comer tres o más veces al día. La idea de fondo es que casi todos estamos bien alimentados y nutridos.

 

Cuando leí la versión de sus palabras, aderezada con toda clase de ironías, descalificaciones y maledicencias (tanto en la prensa opositora como en algunas páginas revolucionarias), me dije que debía buscar el audio o el video y escuchar atentamente lo dicho, sin intermediarios. No sería la primera vez que los laboratorios mediáticos le inventan a un vocero revolucionario una afirmación controversial. Busqué, y doy fe de que sí lo dijo.

 

Lo que más me impactó es que la frase de Menéndez fue leída, es parte de un documento que el vicepresidente de Planificación y Conocimiento entregó al foro de la ONU. No es atribuible a un desliz cometido durante una entrevista o en medio de una rueda de prensa, acicateado por  una jauría de perros rabiosos de la prensa escuálida. El ministro dijo eso porque lo cree, porque está convencido de que es verdad. De allí que muchos, yo incluido, hayan pensado que el cuadro de nuestra falta de “contacto con la realidad” (copiando el nombre de ese micro ya legendario de VTV) es mayor de la que creíamos.

 

Analicemos el asunto. En primer lugar, decir algo así es restar importancia al grave daño que el sabotaje generalizado, perpetrado por los actores capitalistas (y sus cómplices endógenos), ha causado en el pueblo en general, y muy particularmente en los más pobres, en los niños, los adultos mayores y las mujeres. Afirmar que prácticamente seguimos alimentándonos igual que hace tres años es desestimar los devastadores efectos de la acción criminal continuada y contumaz de la derecha contrarrevolucionaria y sus secuaces pseudorrevolucionarios. Es como si Bashar al Ássad saliera diciendo que pese a los ataques criminales de la OTAN, el pueblo sirio sigue feliz y contento.

 

Más allá de esa incoherencia, tal aseveración no puede ser entendida sino como una desvinculación severa de la realidad cotidiana. Bueno, sí tiene otra interpretación, pero yo me niego a admitirla porque conozco la trayectoria del ministro Menéndez y no creo que sea una persona cínica. No puedo decir que lo he tratado personalmente, aunque una vez, hace ya varios años, compartimos una cena organizada por un grupo de periodistas preocupados por la marcha de la Revolución (él era entonces novio de una de ellas). Pese a que esa ha sido nuestra única conversación, estoy seguro, por sus ejecutorias como funcionario, de que es un revolucionario a carta cabal.

 

Eso nos lleva de nuevo al asunto inicial, al del aislamiento, del encierro en la burbuja. Una mínima relación con la calle, con el transporte público, con las escuelas y los centros de trabajo basta para convencerse de que los niveles de alimentación, en general, han desmejorado. En una buena porción de la población (yo dudo que sea sólo el 6% que admite la cifra del ministro), esa disminución toca los terrenos de la deficiencia nutricional. El drama de la gente necesitada de alimento ocupa casi todo el espectro social: va desde la gente de clase media que ha debido abandonar o limitar mucho “lujos” como la carne, el atún, el jamón o el queso (por sus altos precios o porque no se consiguen), hasta los más pobres que ingieren desechos sacados de bolsas de basura o se han sumado a los ejércitos de menesterosos, entre los cuales, es cierto, hay muchos holgazanes y pedigüeños, pero también un creciente número de personas acorraladas por la necesidad.

 

Sé que los ministros andan siempre rodeados de colaboradores y agentes de custodia y tal vez por eso no vean (por más intenciones que tengan de hacerlo) estas escenas callejeras. En mi condición de eso que el lugarcomunismo ha denominado “ciudadano de a pie”, yo le puedo decir que cada día se están haciendo más frecuentes. Una cosa es rechazar las matrices de opinión sobre crisis humanitaria y hambrunas que, de manera ruin, forjan los mismos autores de la guerra no convencional, y otra, muy distinta, es pretender negar las calamidades que está sufriendo la mayoría para llevarse el pan a la boca, tanto en sentido amplio como literal.

 

Las cifras auspiciosas del ministro Menéndez caen en la gente sufriente como sal en una herida abierta. Suponga que usted tiene meses bajando de peso y viendo a sus hijos, vecinos y compañeros de trabajo hacerlo también. Imagínese que ha llegado al nivel de montar una juerga porque ese día pudo almorzar un plato de caraotas negras o comerse un bistec. Y cuando enciende la TV para relajarse un rato aparece un ministro manejando numeritos y porcentajes sobre avances en la nutrición colectiva que seguramente corresponden a la época de esplendor de la Revolución, pero que de ninguna manera pueden extrapolarse a este desesperado momento. Es como para “indignarse”, dicho sea de modo diplomático.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])