¿Dónde está la dirigencia de la oposición venezolana?, se preguntan los activistas de esa tendencia política. No es para menos. En los últimos seis meses ha pasado de todo en el país y los líderes cada vez aparecen menos. Y los pocos que lo hacen parecen no estar plenamente en sus cabales o solo figuran públicamente para pelearse con otros opositores.
“Me parece que les dieron el año sabático o unas vacaciones obligadas para ver si en su ausencia, la contrarrevolución puede lograr el objetivo de derrocar a Maduro”, afirma Prodigio Pérez, mi politóloga de cabecera.
La tesis de Prodigio suena acertada. Es posible que luego del fatídico 2017, cuando fracasaron una vez más en la salida por la violencia foquista (no sin antes llevar al país al borde de la guerra civil), los verdaderos jefes de la reacción, los que están en los centros del poder capitalista mundial, hayan girado instrucciones para que todos estos dirigentes se dedicaran a algo que tal vez sí sepan hacer: no estorbar.
Los únicos que no agarraron la seña fueron María Corina Machado y Andrés Velásquez, piezas sueltas, tal vez por el asunto del sano juicio.
Sea esa la razón, o sea otra, lo cierto es que a estas alturas de 2018, entrando en el último cuatrimestre, los líderes opositores que ocupan la atención de la prensa global son todos extranjeros: el deplorable senador “hispano” Marco Rubio; el triste hijo de Pepe, Luis Almagro; el alegre muñeco Iván Duque y su ventrílocuo, Varito Uribe; el gris embajador gringo en la OEA, Carlos Trujillo; y un coro de personajes de segundo orden en la Unión Europea.
“Como estará de mal el liderazgo criollo, que las respuestas y los sarcasmos de Diosdado son contra Jaime Bayly y una señora española de apellido Becerra. Los dirigentes venezolanos están borrados”, expone Prodigio.
La politóloga hila fino y dice que tal vez el mutis opositor tenga el propósito de permitir que esos factores externos hablen con todo el desparpajo del que son capaces respecto a una eventual intervención violenta en Venezuela. Ciertamente, en las últimas semanas se ha producido una escalada en la “sinceridad” del imperio y sus aliados con respecto a lo que vienen planeando. Varios voceros (o bocones) han planteado abiertamente que EE.UU. y sus compinches del vecindario van a invadir el país para quitar al gobierno que no les gusta y poner uno que esté acorde con sus intereses.
Desde su posición sabática o vacacional, los opositores se hacen los locos para no opinar respecto a unas declaraciones colonialistas que dejan muy poco margen para la duda. O bien se abstienen de decir algo o se dedican a descalificar las denuncias que hacen el Gobierno y los factores revolucionarios sobre esa inminente acción de guerra. Todo ello a pesar de que hasta el sacrosanto The New York Times ha empezado a proclamar abiertamente que un grupo de militares se entiende con EE.UU. para dar un golpe de Estado.
En rigor, siguiendo el ejemplo que están dando los capos extranjeros de la conspiración, los dirigentes opositores de nacionalidad venezolana (hablando en términos jurídicos, pues) deberían también sincerarse y decir que «sí, coño, queremos que nos invadan de una buena vez y que hagan lo que nosotros hemos sido incapaces de hacer: quitar a Maduro del volante del autobús nacional».
“No lo harán porque no es su fuerte asumir responsabilidades –dice Prodigio-. Solo admitirán que participaron si el plan le sale bien a EE.UU. Entonces sí los veremos pescueceando, agarrándose por las greñas entre ellos para ver cuál logra que el imperio lo nombre presidente para la transición”.
(Clodovaldo Hernández /LaIguana.TV)