Se entiende perfectamente que las figuras, figurantes y figurones de la contrarrevolución en el campo mediático estén desesperados. No es para menos, tomando en cuenta la que la situación de la dirigencia partidista opositora es patética. Los líderes están virtualmente desaparecidos. La estrategia contra Venezuela la mantienen en desarrollo cuestionables personajes internacionales de la utraderecha como el senador Marco Rubio, la embajadora Nikki Haley, el secretario de la OEA, Luis Almagro y el presidente ventrílocuo de Colombia, Álvaro Uribe.

 

En los últimos días hemos visto y escuchado a los referidos personajes (las figuras, figurantes y figurones) expresando unas ideas que ¡válgame Dios! , demuestran que –como decía mi amigo “Pichón” en los lejanos años del bachillerato- “ya no saben si pegarse un tiro o tirarse un pego”.

 

No tomemos en cuenta los casos del peruano de la pollina ni el de la eternamente adolescente (de la cabeza) Carla. Utilicemos el espacio en otros dos sujetos dignos de análisis:

 

El valor patrimonial de un tropezón

 

La intelectualidad de la derecha no tiene miedo al ridículo, eso es menester reconocérselo. Por eso han montando una llantina inconsolable por el cierre de una arepera tradicional de la zona de Los Chaguaramos. Los titulares de prensa victimizan a los dueños, quienes, pobrecitos, decidieron cerrar antes que pagar los aumentos salariales.

 

El conocido comediante Laureano Márquez calificó el hecho como “otro acto de destrucción” cometido por la tiranía porque, claro, el cierre es culpa del gobierno, que impuso esos salarios abusivos. Lamentó que con El Tropezón (así se llamaba la difunta arepera) se van grandes recuerdos de los tiempos de la UCV. El tema se tornó tendencia en Twitter. Extrañó un poco que Almagro, Rubio, Haley o Uribe no salieran a opinar sobre lo que el cierre del establecimiento implica para el agravamiento de la crisis humanitaria y por qué es una razón más para la intervención multinacional.

 

Un análisis menos lacrimoso del punto lleva a preguntar si realmente el aumento salarial decretado puede llevar a la falta de rentabilidad de un negocio de esas características. Basta darse una vuelta por cualquier arepera similar y preguntar cuánto cuesta una de las más baratas para comprobar que probablemente con el fruto de las ventas de una mañana se reúnen los fondos necesarios para pagar la quincena de la nómina completa.

 

Otro punto interesante para debatir es por qué los empresarios de la arepa han resistido callados los aumentos de la materia prima y del alquiler de los locales, mucho más brutales que el incremento salarial, pero escandalizan y se declaran en quiebra ante un incremento del salario mínimo. También cabe preguntarse por qué los intelectuales plañideros no habían echado una lloradita por lo implacable que es la empresa cuasimonopólica del señor Mendoza con los clientes que tienen que aceptar, sí o sí, los precios que traiga cada semana el magno proveedor. En cambio, por el costo que representa el trabajo humano sí que derraman lágrimas.

 

En cuanto al argumento nostálgico del valor cultural de la arepera en cuestión, habría que preguntarse cuántos profesores de la UCV (y ni hablar de los de la UBV) podían darse el lujo de ir a El Tropezón a comerse una reina pepiada o a tomarse una cerveza. La verdad es que hace años esos lugares habían dejado de ser realmente populares y tal vez allí radique su fracaso comercial: si ofreces unos precios inaccesibles, la gente no irá, aunque quiera ir. Además, si alguien sabe que se va a gastar una fortuna, tratará de ir a un lugarcito mejor que este restaurant. Sin ofender.

 

Rendón ordena ser infelices

 

Otra declaración que indica la grave situación mental de los estrategas mediáticos de la oposición es la del asesor de imagen JJ Rendón, quien reclamó a los opositores que permanecen en Venezuela porque se muestran demasiado normales y hasta felices en sus redes sociales. Eso le corta la nota.

 

Rendón lamentó que en Twitter, Facebook o Instagram aparezca gente comiendo platos costosos o realizando actividades de turismo interno, pues eso contradice la matriz que se intenta establecer según la cual Venezuela vive en la hambruna más desesperada, no producto de la guerra mediática ni del bloqueo financiero, sino “por el fracaso del sistema socialista”.

 

Es profunda la hipocresía implícita en el planteamiento de este experto en guerra sucia, célebre por sus campañas perversas en toda Latinoamérica. Su problema no es que la gente coma sushi o que tome whisky en los restaurantes de Las Mercedes o Los Palos Grandes, sino que lo divulgue en las redes. La idea es que coman, beban y rumbeen todo lo que quieran, pero que luego lo oculten o lo nieguen. Que suban a Instagram unas escenas acordes con las necesidades de la matriz: gente famélica, jóvenes líderes recién torturados (o, al menos, recién asustados), viejitos haciendo cola (para cobrar su pensión puntualmente, pero eso es lo de menos) y así por el estilo.

 

Para estas mentes depravadas no importa la verdad sino la versión que la maquinaria mediática logre difundir. Cualquiera que se oponga a esa versión es considerado un colaboracionista del gobierno, incluso los venezolanos opositores que no la están pasando tan mal como dicen en los medios.

 

 

El descaro de esa postura es doble porque elementos como JJ Rendón carecen por completo de autoridad moral para reclamarle a cualquier otra persona que ande por ahí dándose lujos. Todo aquel que lo conoce sabe que lleva una vida de príncipe con las riquezas que ha cosechado gracias a sus notables infamias. El hombre es, como diría Héctor Lavoe, “un estuche de monería”. Y tiene bríos para decirles a otros que se ven demasiado sifrinos en Instagram.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)