“¿Quiere que me hinque? ¿Quiere que me hinque para que me ayude?”, fue el grito desesperado que María González lanzó a Andrés Manuel López Obrador para suplicarle que la ayude a encontrar a su hijo Andrés, desaparecido hace cuatro años en Tamaulipas.

 

Al grito de la madre se unieron los de otras: “¿Quiere que nos hinquemos todas? Todas nos hincamos”, respondieron.

 

El presidente electo la escuchaba con un gesto adusto, como nunca antes lo había tenido: su rostro serio, la frente quebrada por el dolor de quienes le pedían ayuda, las manos en los bolsillos, aguantando las ganas de abrazar a todas esas personas.

 

Fue su segundo encuentro cara a cara con víctimas de la violencia. En el segundo Diálogo por la Paz, la Verdad y la Justicia, el presidente electo prometió hacer todo lo “humanamente posible” de su parte para terminar con la noche larga de violencia que ha vivido el país por 12 años continuos.

 

El Centro Cultural Tlatelolco, zona emblemática por la masacre de jóvenes de 1968, por el sismo de 1985, fue el epicentro del dolor de madres, padres, hermanos, hijos o amigos que han peregrinado durante años para buscar justicia a los asesinatos, desapariciones, violaciones o tortura de sus seres queridos.

 

Hasta ahí fueron a buscar el último reducto de esperanza que les queda: que el nuevo gobierno, el que encabezará aquel que prometió una cuarta transformación del país, cumpla su promesa de hacer justicia.

 

“Mi esperanza era rogarle a Dios que usted llegara a la Presidencia, se lo juro. Le rogaba a Dios porque usted llegara para que pudiera ayudarnos a todas las madres de familia. Porque es un dolor que usted no tiene ni tantita, mínima (idea) de lo que se siente tener a un hijo desaparecido.

 

“Si yo supiera dónde está mi hijo muerto, sé dónde llevarle una flor; pero no sé dónde está.

 

Señor López Obrador, usted es la esperanza de todos nosotros; créame que le estoy hablando a nombre de todas las madres de México. Día y noche llorando, día y noche sufriendo, hincada, de rodillas, pidiéndole a Dios que nos dé la oportunidad de saber qué hicieron con mi hijo”, le dijo María mientras lo miraba los ojos; López obrador la escuchaba con el rostro desencajado.

 

Así escuchó también a Fabián Sánchez, a quien le asesinaron a su hija en Iguala, Guerrero; quien tuvo que investigar personalmente quiénes se la habían llevado, dónde estaba y que tuvo que escuchar al gobernador, Héctor Astudillo, decirle que eso le había pasado porque andaba en malos pasos.

 

“Señor presidente López Obrador, es la última vez que tal vez me vea frente a usted, porque me van a matar, eso me dijeron”, gritó Fabián desde la mitad del auditorio, tratando de que el presidente electo lo escuchara.

 

Con manos temblorosas y sudor en su frente, Fabián exigió que se investigue a los ministerios públicos, a los policías y hasta al propio gobernador. Le pidió a López Obrador mantener distancia de quienes pueden estar involucrados con el crimen.

 

“Señor presidente, nada más no le dé la mano a quien nos está asesinando en Guerrero (…) Nada más le pido, señor presidente, si no me vuelve a ver, aquí está toda la información. Mi hija se sacrificó y yo me voy a sacrificar por ella, para desmembrar a todos estos desgraciados”, le dijo Fabián al presidente electo antes de caer desplomado en su silla, hasta que llegaron por él paramédicos que lo sacaron desmayado.

 

El presidente electo observó y escuchó a cada una de las personas que interrumpieron a los oradores que fueron autorizados para hablar desde el podio. A una madre un grupo de hombres le violó a su hija, antes de matarla; a un padre, policías federales se levaron a su hijo, al que nunca más volvió a ver; otra madre tenía un hijo que era policía federal y desapareció en una misión: “no todos son malos”, dijo con voz entrecortada.

 

El diagnóstico de Alejandro Encinas, futuro subsecretario de Derechos Humanos, es devastador: en México hay 40 mil desaparecidos; 22 mil cuerpos sin identificar; mil 100 fosas clandestinas; 250 mil desplazados por la violencia.

 

Aquí y allá abundaban los llantos, los gritos de dolor, las acusaciones y las súplicas de ayuda. López Obrador sentía el peso de la losa del dolor de cada uno de los familiares de quienes han muerto o están desaparecidos en el país.

 

“No podemos guardar silencio, porque guardar silencio es como cerrar los ojos en la oscuridad. ¡Queremos justicia!”, gritó una mujer cuando Javier Sicilia pidió un minuto de silencio por quienes han muerto, víctimas de la violencia.

 

“Así nos quieren callar. Pero ellos no están muertos, no sabemos dónde están. ¡Por favor entiendan!”, suplicó otra madre.

 

“¿Dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”, corearon los asistentes, quebrando el minuto de silencio que López Obrador y sus acompañantes guardaban.

 

‘Yo voy a pedir perdón’

 

El presidente electo escuchó paciente los gemidos de dolor de quienes hablaron de sus casos, mostraron fotos de sus familiares o pidieron que haya castigo y no impunidad; los abrazó con la mirada, que se llenaba de indignación con cada historia.

 

Por eso, su promesa fue que hará todo lo humanamente posible para que esta noche de impunidad, violencia y dolor termine.

 

“Yo voy a pedir perdón a todas las víctimas de la violencia y voy a comprometerme. No sólo eso, voy a comprometerme a que va a haber justicia en todo lo que humanamente esté de mi parte. Voy a cumplir con ustedes, no están solos. El gobierno no va a estar al servicio de una minoría rapaz, ni al servicio de la delincuencia común, ni la delincuencia de cuello blanco. El gobierno va a ser del pueblo y para el pueblo”, dijo López Obrador.

 

Se comprometió a que no se permitirá la corrupción, se trate de quien se trate.

 

“Que les quede muy claro: No voy a hacer tapadera de nadie. Si un funcionario cercano, un amigo, compañero, familiar, comete un delito, va a ser castigado. Se termina ya la impunidad, no va a haber corrupción y no va haber impunidad, esto lo vamos a lograr entre todas y todos”, lanzó el presidente electo.

 

Pidió a los colectivos de víctimas que lo ayuden a tener unidad, pues si continúa la división entre los grupos será materialmente imposible escucharlos y atenderlos a todos.

 

Prometió, además, que los organismos internacionales de derechos humanos serán convocados a ayudar a México en la búsqueda de la paz.

 

El diálogo con las víctimas, aseguró, será permanente. Delegó a Alejandro Encinas la tarea de dedicarse a su atención, aunque dijo que él también estará pendiente.

 

La próxima reunión de Andrés Manuel López Obrador con víctimas de la violencia será el próximo 26 de septiembre, cuando se encontrará con padres de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa.

 

(Reporteindigo)