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¿Hay razones para pensar que la manifestación denominada “Toma de Caracas” puede esconder planes de violencia?

 

La historia de los últimos tres lustros y la observación del comportamiento actual de la dirigencia de la Mesa de la Unidad Democrática hacen creer que sí hay razones para eso. Es una hipótesis creíble que el sector opositor tenga planes violentos, frente a los cuales cualquier previsión será insuficiente. O, al menos, para creer que el sector opositor no violento va a ser incapaz de amarrar a sus locos.

 

Pese a que ya han transcurrido casi 14 años y medio de los sucesos de abril de 2002, nadie debe olvidar que el formato de grandes movilizaciones cívicas fue utilizado por la oposición mecanismo legitimador de hechos violentos y actos de insubordinación militar y policial. Esta modalidad de golpe de Estado disfrazado de manifestación democrática fue confesada abiertamente por sus protagonistas, una vez que se consideraron triunfadores. Lo hicieron con gran desparpajo a través de los mismos medios de comunicación que les sirvieron de baluarte fundamental en su acción insurreccional.

 

Luego de esos acontecimientos, y aprovechando que el presidente Chávez fue benevolente y magnánimo hasta niveles inéditos en la historia de la humanidad, la misma banda de golpistas intentó otras formas de violencia encubiertas con ropajes de protesta cívica, como el circo de la plaza Altamira y el paro-sabotaje petrolero y patronal.

 

Más adelante ha habido recurrentes intentos de subvertir el orden mediante hechos violentos que son presentados ante el mundo como manifestaciones de una inerme sociedad civil, salvajemente reprimidas por un régimen militarista y dictatorial. Entre esos intentos destacan dos ensayos de guarimbas, una movilización de paramilitares y una descarga de calentera. En varios de esos episodios ha habido muertes violentas, lesionados, cierres recurrentes de vías públicas y otra gran cantidad de delitos y faltas que no hubiesen sido toleradas en país alguno, ni tampoco en la Venezuela de otros tiempos.

 

Con semejante expediente, ¿tiene la oposición autoridad moral para pedir que se le dé un voto de confianza?

 

Bueno, tal vez si todo estuviera restringido a los tiempos anteriores a 2014, podría evaluarse tal posibilidad. Pero no podemos perder de vista la escalada de violencia verbal y simbólica que ha caracterizado este primer año de mayoría parlamentaria opositora. Dado el comportamiento de los principales dirigentes de la MUD es difícil pensar en una masa que se mantendrá bajo control frente a eventuales tentativas de desbordamiento. ¿Quién la va a controlar si el dirigente más popular de la alianza es el presidente de la Asamblea Nacional, un señor adeco al que ha logrado su segundo debut político luego de convertirse en un ogro vociferante de insultos y amenazas?

 

¿O la van a controlar quienes precisamente están más interesados en generar el caos, es decir, los integrantes de ala pirómana, la misma que causó los desgraciados acontecimientos de 2014?

 

¿O la va a controlar Capriles, que nunca ha sido propiamente un líder muy capaz de controlar nada, y menos ahora que anda de capa caída en el escenario interno de la coalición?

 

También resultan sumamente sospechosas las jugadas hechas por los aliados internacionales de la MUD en este tiempo de preparación de la manifestación. Tanto los voceros imperiales formales, como sus marionetas (con Almagro en primer lugar) han demostrado que su estrategia es poner toda la carne en la parrilla. Lo mismo ha hecho la maquinaria mediática, esta vez utilizando como buque insignia nada menos que al New York Times.

 

Todo evoca con demasiada claridad los tiempos previos de los anteriores zarpazos de la derecha en Venezuela y también las gestiones preparatorias de las fuerzas imperiales para las llamadas revoluciones de colores, las primaveras árabes y otros derrocamientos de gobiernos de diverso signo que se habían vuelto incómodos para el imperio.

 

Son demasiadas las razones para pensar que la acción del 1º de septiembre podría no ser pacífica ni tener intenciones democráticas. El gobierno, según se entiende, ha puesto ya en marcha sus previsiones. Sería bueno que cada quien asuma las suyas, incluyendo a los militantes opositores llamados a ser la infantería de esa sospechosa “toma”.

 

(Clodovaldo Hernández)

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