Sin disimulo, un funcionario diplomático de Estados Unidos, William Brownfield, acaba de declarar que el pueblo venezolano debe sufrir aún más con privaciones derivadas de las represalias económicas de su país, hasta que se logre cambiar al gobierno.
Brownfield no es cualquier funcionario deslenguado, aunque muchas veces asume esa pose en su trabajo conspirativo. Ha estado presente en los movimientos contra Venezuela durante los últimos quince años, y antes, durante la IV República trabajó en el estratégico consulado estadounidense en el estado Zulia. El puesto que ocupo, el de vicecónsul, casi siempre es asignado a elementos de la Agencia Central de Inteligencia.
Desde su rol de exsubsecretario de Estado para Asuntos del Narcotráfico Internacional, este personaje se pronunció a favor de que las represalias estadounidenses se apliquen también a la industria petrolera porque “lamentablemente Petróleos de Venezuela es responsable de las actividades financieras ilícitas y criminales que ocurren en Venezuela”.
Brownfield admitió que las sanciones a la estatal petrolera tendrían un impacto considerable en el pueblo entero. “En este momento, quizás, la mejor resolución sería acelerar el colapso aunque se produzca un periodo de sufrimiento mayor por un periodo de meses o años”, dijo.
No es extraño que el también exembajador de EEUU en Caracas apunte de esa manera contra Pdvsa. Durante sus años en Venezuela, estableció un entramado que procura la retoma del control de la actividad petrolera para los capitales estadounidenses.
Secesionista de larga data
En un trabajo de Misión Verdad se le cataloga como uno de los impulsores de la tesis del secesionismo zuliano, en la época en que el comandante Hugo Chávez alertó contra un movimiento similar al de la Media Luna boliviana.
Una de las primeras acciones de Brownfield cuando asumió la embajada fue ir de nuevo con sus viejos amigos zulianos, de sus tiempos de vicecónsul. Cuando le comentaron lo frecuentes que eran sus visitas, el diplomático bromeó diciendo que a él le gustaba mucho “la República Independiente del Zulia” y añadió que ciertamente iba a Maracaibo más que el propio Chávez.
Entre un chiste y otro, Brownfield era una figura consentida de los medios opositores. Le preguntaban sobre cualquier tema y él no tenía empacho en responder, involucrándose en todos los temas internos. “Se metía en todo, hasta en los estadios de beisbol”, recordó un articulista.
Fue un permanente factor de perturbación de las relaciones con EEUU, pues pretendió cuestionar las compras de armamento de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, los acuerdos de cooperación con Cuba e Irán y la exitosa gestión de Chávez como promotor de una nueva integración hemisférica, independiente de los dictámenes de Washington.
Infiltración del chavismo
A pesar de todas sus actividades y jugadas políticas, cuando abandonó el país, en 2007 (había llegado en 2004), Chávez se encontraba en uno de sus mejores momentos. Esto llevó a algunos analistas a decir que Brownfield había fracasado. Sin embargo, revelaciones surgidas luego, con los documentos filtrados por Wikileaks, demostraron que este señor, a pesar de sus actitudes payasescas, había desplegado un plan destinado a destruir al movimiento revolucionario desde adentro.
Quedó claro entonces que Brownfield hizo su trabajo en Venezuela y dejó en marcha una estrategia consistente en infiltrarse en la base de la política de Chávez para dividirla, proteger negocios vitales para los EEUU; y aislar a Chávez internacionalmente.
Las primeras fases de ese plan las ejecutó directamente el embajador y eso explica que se haya convertido en el mejor amigo de muchos partidos y ONG opositoras. “Entre 2004 y 2006, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, en inglés) realizó diversas acciones para llevar adelante la estrategia de Brownfield, donando algo menos de 15 millones de dólares”, indica el trabajo de Misión Verdad, citando a Wikileaks.
Bajo la supervisión de Brownfield, se forjaron numerosas organizaciones que recibieron no solo dinero en efectivo sino también formación en el exterior. El foco de esos movimientos era generar una masa crítica capaz de derrocar a Chávez y barrer al chavismo.
Una parte de ese financiamiento lo recibieron los dirigente zulianos que recibían a Brownfield con los brazos abiertos y escuchaban sus planes de dividir el país para crear una nueva nación dócil a EEUU, tal como las fuerzas imperiales han hecho muchas veces en otras latitudes.
Algunos dirigentes opositores no tuvieron tanta suerte con el diplomático, quien descargaba sus frustraciones respecto a ciertos personajes nacionales cuando enviaba informes a sus jefes en la capital estadounidense. El secretario general de Acción Democrática, Henry Ramos Allup, fue objeto de un cable de los interceptados por Wikileaks. En tono de cotilleo, Brownfield le decía a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en 2006, que “Henry Ramos no tiene imaginación, es fanfarrón e, incluso, repelente. En lugar de buscar la unidad, insulta a los representantes de los otros partidos. Es grosero, brusco, arrogante y susceptible, en las reuniones golpea la mesa con los puños y usa sobrenombres al hablar de sus adversarios”. Tremenda raya.
Amigo de Uribe
No es tampoco por casualidad que el Departamento de Estado lo envió, luego de Venezuela, a la Colombia de Álvaro Uribe. Allí todo fue diferente para él porque se entendía de maravilla con el gobierno.
Su discurso a favor de los derechos humanos y de quienes piensan distinto, que había sido bandera en su gestión en Venezuela, no apareció en Colombia ni siquiera con sordina. Por el contrario, el embajador respaldó la política de mano dura de Uribe contra la guerrilla, incluyendo los falsos positivos, las ejecuciones extrajudiciales, los bombardeos extraterritoriales y otras acciones del gobierno uribista.
Paralelamente, siguió siendo un elemento revulsivo para Venezuela, pues con frecuencia hacía “visitas” a localidades fronterizas de los departamentos colombianos de La Guajira, el Cesar y Norte de Santander.
Según un trabajo de investigación publicado por Últimas Noticias en 2008, la jugada del separatismo estaba montada y se iba a realizar con la participación colombiana, pero Uribe no quiso dar el paso final porque pensó que la división no sería aceptada por la sociedad venezolana y que terminaría favoreciendo a Chávez. Brownfield, en cambio, sostuvo la tesis hasta el final e intentó convencer a Uribe diciéndole que el trabajo secesionista tenía muchos años realizándose y que, además, todo estaba hablado para que en Caracas y otras ciudades importantes, se aplacara cualquier reacción nacionalista.
Zar antidrogas en el país de la droga
En el siguiente cargo de Brownfield, la Subsecretaría de Estado para Asuntos del Narcotráfico Internacional, no desperdició oportunidad para atacar a Venezuela, al tiempo que seguía su buen entendimiento con Colombia, el mayor productos de cocaína del hemisferio.
Brownfield fue uno de los primeros funcionarios estadounidenses en hablar de Venezuela como un “narcogobierno”. En 2011 calificó de alarmantes las cifras de tráfico de cocaína, obviando los dos extremos de la cadena de distribución de la droga en el continente: el país productor, Colombia, y el país consumidor, EEUU. El entonces canciller, Nicolás Maduro, calificó esa denuncia como “una payasada más” de Brownfield.
Sufrimientos necesarios
Brownfield ha reaparecido ahora en el debate sobre Venezuela con sus declaraciones acerca de la necesidad de hacer sufrir más al pueblo hasta conseguir el objetivo de que se alce contra el gobierno de Maduro.
No es una tesis nueva. Probablemente la aprendió en su formación académica en el National War College (Colegio Nacional de Guerra) de EEUU, donde son moneda corriente doctrinas como la que aplicó una de las figuras señeras de la política exterior norteamericana, Henry Kissinger, el secretario de Estado que hizo chillar a la economía chilena para derrocar a Salvador Allende y poner en el poder a Augusto Pinochet.
(LaIguana.TV)