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Negra Matea Bolívar (San José de Tiznados, estado Guárico, 21 de septiembre de 1773 – Caracas, 29 de marzo de 1886).

 

Matea, hija de esclavos, propiedad de la familia Lopez nació en la hacienda El Totumo, también propiedad de la familia Bolívar, por lo que adoptó, como era la costumbre, el apellido de sus amos.

 

Antonia Esteller Camacho Clemente y Bolívar, sobrina y bisnieta de Simón Bolívar, quien fue pedagoga y escritora, redactó una biografía de Matea en la que señala que al llegar a la casa de Juan Vicente Bolívar, padre del Libertador, Matea fue bien recibida por la esposa María de la Concepción Palacios y Blanco, al lado de la cual aprendió con esmero el arte culinario y sus postres se hicieron muy famosos.

 

«Además, sabía coser, bordar y planchar a la perfección. Si la bella y joven esposa de don Juan Vicente Bolívar, tenía que asistir a algún baile, era siempre su esclava favorita, quien la ayudaba en su tocado que siempre resultaba de exquisito gusto», describe la historiadora.

 

El 24 de julio de 1783 se efectuó el cuarto alumbramiento de María de la Concepción y su hijo recibió por nombre Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, quien más tarde sería llamado a ser el líder de la Independencia de los países Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela que eran colonias del Imperio Español, por lo que recibió el título histórico de Libertador.

 

Cuando Matea supo que su amo se había casado y volvía a Caracas, suplicó a su ama, doña María Antonia Bolívar (hermana de Simón) que le permitiera que fuera ella la criada de mano, la que sirviera en aquel joven matrimonio, relata Antonia Esteller.

Simón se llevó a Matea de vuelta a San Mateo (Aragua), pero poco tiempo después de su llegada, María Teresa, de 21 años, dos más que él, murió el 22 de enero de 1803, a consecuencia de lo que entonces se conocía como “fiebres malignas” (fiebre amarilla o paludismo).

 

El Simón que se fue de Caracas en 1802 no fue el mismo que regresó en 1806, pues, además de administrar los negocios familiares unió esfuerzos a la causa revolucionaria por la Independencia.

 

Para 1814 ya la familia Bolívar era muy perseguida por los leales a la corona española y se trasladó nuevamente a la casa de San Mateo en estado Aragua, que tuvo como custodio al capitán Antonio Ricaurte, destacado actor en la guerra de la Independencia.

 

Según su propio relato, presenció el ataque realista de José Tomás Boves a la hacienda de San Mateo, el capitán Ricaurte prendió fuego a la pólvora el 25 de marzo de 1814, con lo cual pereció él y aquéllos que se hallaban dentro del recinto, pero no lograron llegar a la llamada “casa alta” donde se encontraba la familia de Bolívar. Simón aprovechó el desorden momentáneo que se produjo entre los atacantes y lanzó un contraataque, con el cual reconquistó la casa, hoy Museo Histórico Antonio Ricaurte.

 

Aunque Simón Bolívar decretó la libertad de los esclavos, en 1821, Matea continuó prestando servicios a su casa, pues más que sus “amos” los consideraba su familia.

 

Cuando se supo en Caracas la muerte del Libertador, acaecida en Santa Marta, Colombia, el 17 de diciembre de 1830, Matea compartió con la familia del héroe muerto la gran pena que los agobiaba.

 

Matea vivía, entonces, en la casa de María Antonia Bolívar Palacios, quien era casada con Pablo Clemente y Palacios. A la muerte de ésta, la negra vivió con la hija de María Antonia, Valentina Clemente de Camacho.

 

La gente en Caracas se asombraba de la longevidad de Matea, quien acompañó al entonces presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco, cuando trasladaron los restos del Libertador desde la Catedral de Caracas hasta el Panteón Nacional, el 28 de octubre de 1876. Matea tenía entonces 103 años.

 

Cuando algún caballero venía a visitar la casa, Matea lo confundía siempre con algunos de los personajes de la Independencia, así es que no lo anunciaba sino con el nombre de Montilla o Sucre o cualquier otro general de tan alta talla, escribió Antonia Esteller Camacho Clemente y Bolívar, quien asegura que la negra justificaba sus malas palabras diciendo que las había aprendido de José Tomás Boves (comandante del Ejército Real), cuando la batalla de San Mateo (1814).

 

Matea murió a la edad de 112 años y seis meses, el 29 de marzo de 1886. Sus restos hoy reposan en la cripta de los Bolívar en la catedral de Caracas.

 

Esteller describió a Matea como “una viejecita pequeña, delgada, de cabellos lanudos, completamente blancos, de ojos pequeños, muy vivos y pícaros, que casi se habían vuelto azules a consecuencia de los años. Tenía la boca grande y los labios gruesos, los pies y las manos pequeños”.

 

Esa misma viejecita fue la que asistió el 28 de octubre de 1876 al traslado de las cenizas de Bolívar desde la Catedral de Caracas hasta el Panteón Nacional, invitada por el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco. Mientras se iba acercando al monumento, exclamaba con dolor: “¡Hijo mío, hijo mío!”.

 

Matea murió en Caracas a los 113 años de edad. Sus restos reposan en la cripta de los Bolívar en la Catedral de Caracas. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Me voy a ‘onde está el niño Simón”, sin apartar ni por un momento la vista del retrato de Bolívar que tenía en su habitación.

 

(Oriente20.com)

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