Qué triste ha de ser el tener que alegrarse por la victoria de un personaje como Jair Bolsonaro. La oposición venezolana, en su orfandad de líderes, no tiene más remedio que vivir de los éxitos de los peores especímenes de la fauna de la ultraderecha. [Y pensar que en esa oposición hay personas y personajes que juran ser de izquierda].  

 

Ya lo hizo en su momento con el infame estadounidense George W. Bush y con el ruin colombiano Álvaro Uribe, para solo mencionar dos de sus presidentes favoritos a lo largo de estos 20 años.

 

Cuando expresaron fascinación por otros líderes, como el argentino Mauricio Macri, el chileno Sebastián Piñera, el peruano Pedro Pablo Kuczynski o el mexicano Enrique Peña Nieto, los opositores venezolanos al menos tenían un argumento muy válido desde su postura ideológica: todos estos eran empresarios exitosos (ya sabemos lo que significa el éxito en ese campo) que iban a demostrar que sus respectivos países lo que necesitaban era gerentes eficaces y muy neoliberales.

 

Otras veces,  la dirigencia opositora venezolana ha expresado su apoyo a líderes cuyo mérito más relevante ha sido la de ser el adversarios de la opción izquierdista, como los candidatos que se han enfrentado a Evo Morales en Bolivia y los que se opusieron a Lula Da Silva y a Dilma Rousseff en Brasil o a Rafael Correa, en Ecuador. Por cierto, los nombres de estos políticos han caído en el más oxidado de los  olvidos.

 

En las elecciones de Estados Unidos, la naturaleza de nuestra oposición se inclina habitualmente hacia los Republicanos, aunque en el último proceso algunos tenían dudas acerca de la bestia Trump. Igual, cuando ganó estuvieron felices, en especial desde que comenzó a aplicar sus arbitrarias sanciones contra Venezuela. Admirar a Trump no los deja muy bien parados en su pose de adalides de la democracia que luchan contra una tiranía, pero «eso es lo que hay» por ahora en la Casa Blanca.

 

Hasta hace poco, el caso más notable de apoyar a «quien sea» con tal de que sea enemigo de la Revolución venezolana era el de Iván Duque, en Colombia. La derecha venezolana se lanzó con todo a respaldarlo a sabiendas de que es el muñeco del ventrílocuo Uribe, enemigo jurado del chavismo. Además, la oposición criolla vio en Duque la opción para evitar el triunfo del candidato presuntamente chavista Gustavo Petro, aunque ha quedado demostrado que Petro es los que prefieren indefinirse sobre la base de cálculos electorales que, dicho sea de paso, hasta ahora le han salido mal.

 

Pues bien, cuando se creía que Trump y Duque eran el llegadero de una oposición desesperada, ha aparecido Bolsonaro en el horizonte y se ha convertido en presidente de Brasil con los votos del pueblo, pero basándose en el discurso más antipopular, segregacionista y atrasado que alguien hubiera podido imaginar.

 

Imbuidos por esa nueva victoria ajena de la ultraderecha, los opositores venezolanos se animan a despojarse de varias de sus máscaras. Veamos:

 

Los mismos que denuncian la existencia de presos políticos en Venezuela, se congratulan por el triunfo de alguien que ganó gracias a que el candidato favorito está injustamente privado de libertad y, según el presidente electo, se va a podrir en la cárcel.

 

Los mismos que denuncian crueles torturas en las ergástulas del Sebin, apoyan a un sujeto que hace apología de los tormentos aplicados por la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985; que ha elogiado públicamente al esbirro que torturó a la expresidenta Rousseff; y que ha afirmado, sin espacios para la interpretación (no me vengan con que está fuera de contexto), que el error de la dictadura fue torturar, en lugar de matar.

 

Los mismos que dicen luchar por los logros de las sociedades democráticas que consideran más avanzadas, han terminado aplaudiendo a un elemento que está en contra de las más elementales reivindicaciones sociales, las que se han ido conquistando trabajosamente desde el siglo XIX, como la igualdad étnica y de género, la libertad de preferencia sexual, los derechos de los pueblos originarios y los de las futuras generaciones a disfrutar de un ambiente sano.

 

Los vítores de la clase opositora venezolana a este emblema del retorno a los peores tiempos de América Latina es una prueba más de su debacle política y moral. Es una alegría que da tristeza.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)